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El quicio
Elisa Victoria

Bruguera
¿Solo para adultos? El Templo#87 (abril 2022)
Por Daniel Renedo
1.013 lecturas

«A los trece años casi todas las opciones son malas», pero ¿quién hubiera imaginado que el paso a primero de la ESO, y en especial los trece, sería una época tan complicada? ¿Quién hubiera pensado que, una vez te empiezas a distanciar de las personas, no hay forma de comprenderlas ni de saber cómo funcionan?

¿Será la imposibilidad de ocultar las emociones el verdadero problema?

Sobre el quicio de una ventana, que se clava en las costillas y que la piel parece poco a poco absorber, una chica espera, impaciente, que pasen a buscarla mientras se pregunta: si la vida ahora es así, ¿cómo será más adelante?

El quicio, «iluminado» por Mireia Pérez, es una novela ilustrada, la primera de Elisa Victoria, y podría decirse que también es —aunque no haya sido catalogado como tal— su primera novela para público juvenil. Por su corta extensión, recuerda casi a un cuento con reminiscencias de Cinco horas con Mario de Delibes, pero desde la perspectiva de una preadolescente que está pasando el peor año de su vida.

Esta obra, a diferencia de nuestro adorada Vozdevieja (también protagonizada por otra preadolescente), es apta para todos los públicos; no solo porque el pensamiento de aquella era mucho más adulto, sino porque la voz de la protagonista de El quicio —de quien no llegamos a conocer el nombre— destila más sencillez tanto en el léxico como en la sintaxis. Pero el bombardeo de preguntas que se hace a sí misma es similar al de Marina en Vozdevieja.

Desde la primera línea de El quicio, el lector se ve inmerso en el flujo de conciencia de la protagonista, dentro del que «nada está claro si se piensa dos o tres veces» y donde una nueva paranoia siempre está dispuesta a hacer acto de presencia. Durante sus tormentosos trece, no solo ha de tratar de mantenerse a flote, sino que ha de navegar el mar de contradicciones de los adultos; la relación madre-hija se torna central, y la madre se vuelve la persona con la que la protagonista es más injusta, porque es la única sobre la que tiene poder.

Así pues, El quicio es un relato de esa época en la que la percepción de una misma se desfigura por las complejísimas relaciones humanas, pero también sobre el viaje que se ha de hacer hasta encontrar un lugar donde cobijarse. Y, cerca del final, lanza una pregunta que resuena sobre todas las demás: ¿se puede hallar belleza en el dolor?