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MEJOR NOVELA
extranjera
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Templis
2017

Sophie en los cielos de París
Katherine Rundell

Salamandra
Zona <20 El Templo#59 (agosto 2017)
Por Nuria Dam
4.074 lecturas

Sophie tiene doce años y varias convicciones:

1) Todo el mundo debería llevar pantalones. Son más cómodos que los vestidos si necesitas trepar un árbol, por ejemplo. Charles, que la quiere como a una hija y fue quien la encontró flotando en un estuche de chelo después del hundimiento del barco en el que viajaban, está de acuerdo con ella; la señora Eliot, que trabaja en los servicios sociales, no. Ni en eso ni en que lea libros de Shakespeare, se abroche la camisa a la izquierda o toque el violonchelo. ¡Esa actitud no es propia de una señorita!

2) Tras el naufragio vio a su madre a la deriva sobre una puerta de madera. Recuerda con claridad su melena naranja y su pierna marcando el ritmo del chelo. La señora Eliot dice que es imposible: era demasiado pequeña para acordarse de nada y, además, ninguna mujer sobrevivió al accidente.

3) Nunca hay que darle la espalda a una posibilidad. Por eso, cuando los servicios sociales deciden que Sophie tendrá que dejar de vivir con Charles (porque no está recibiendo la educación pertinente y el hombre permite que se comporte de forma inaceptable), la niña se aferra a la posibilidad que más hincha su pecho de vida: que su madre siga viva.

Con la única pista de una dirección parisina grabada en el estuche del instrumento, Sophie se lanza a la caza de su madre.

Hablar de la historia de Sophie es hablar de la prosa de Katherine Rundell. Moldea el lenguaje como una artesana, dando forma a frases y descripciones que suenan como la más bonita de las melodías: acompasada, suave, llena de esperanza. Laura Fernández, traductora de la obra, ha logrado que la armonía se mantenga a la perfección en nuestro idioma.

Sus palabras también logran envolver a los personajes en un aura mágica. Sophie brilla como un relámpago desde la primera página. Al igual que Charles y el resto de los personajes, está llena de particularidades, rarezas y manías, pero no deja de ser una niña. Y una niña de verdad: valiente y rebelde, pero también con muchos miedos; entrañable y lista y dispuesta a creer en lo imposible.

Llegados a ese punto, te sentirás tan ligero como Sophie en los cielos de París. Y es que sus calles (o, más bien, sus tejados) son los últimos afectados por el embrujo de la poesía de Rundell. La ciudad del amor pasa a ser la de los pájaros, los secretos bien guardados, la música traída por el aire de la noche y... sí, también del amor. Pero el amor de una hija por su madre.