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Entrevista a...

Ricardo Gómez

El Templo #16 (julio 2010)
Por Nerea Marco
13.300 lecturas
Ricardo Gómez ha ganado este año el premio Gran Angular de la editorial SM con su novela Mujer mirando al mar, pero no es ningún recién llegado a la literatura juvenil. Con premios como el Barco de Vapor o el Cervantes Chico al conjunto de su obra, la literatura de Ricardo Gómez es comprome­tida y social, alejada de la fantasía que llena las mesas de novedades últi­mamente. Ha publicado, entre otras, con la editorial SM, con Edelvives y en varios libros colectivos, además de realizar alguna adaptación de obras clásicas. Si después de esta entrevista te quedas con ganas de conocer un poco más al autor o leer alguna de sus obras, te recomendamos que entres en su página web, donde podrás leer sus conferencias y algunos primeros capítulos de sus libros. 

A los cuatro años empezaste a leer y a los cuarenta dejaste la enseñanza de las ma­temáticas para escribir. ¿Qué tiene la li­teratura que no tengan las matemáticas? ¿Qué se puede decir con las letras que no puedan expresar los números?

 Aunque parezca mentira, las mate­máticas son una historia de búsqueda apa­sionada, con anécdotas y protagonistas que merecería novelar, como se ha hecho en ocasiones. Matemáticas y literatura son par­celas distintas en un mismo paisaje, mane­ras complementarias de considerar la reali­dad. Después de todo, la literatura también consiste en mostrar propiedades, relaciones y soluciones.

Muchas veces, al hablar de un autor se intenta definir su literatura. De Ricar­do Gómez se ha dicho que es un escritor comprometido, con una literatura cuyas narraciones traspasan las fronteras. ¿Es cierto eso, reconoces tu literatura como comprometida? O mejor, ¿existe, qué es la literatura comprometida y cómo se identi­fica?

Siempre he sostenido que el principal compromiso de un escritor debe ser con la literatura, con el arte de narrar y, si es po­sible, de inquietar y emocionar. Otra cosa distinta es la perspectiva y la actitud con la que uno contempla el mundo y sus proble­mas. Yo admiro a escritores magníficos cuya ética personal y política me parecen detes­tables, y me dejan indiferentes otros cuya visión filosófica es cercana a la mía. Supongo que, en los afanes por hacer clasificaciones, ciertos estudiosos necesitan establecer ca­tegorías simplificadoras. Lo que sí es cierto es que a mí me atraen ciertos temas, como a otros autores les resultan más atractivos otros; dado que no creo en las fronteras y pienso que el ser humano tiene pulsiones co­munes, aquí y en las antípodas, me atrevo a imaginar protagonistas allá donde me llevan mi libertad y mi capacidad. En resumen, no creo que la etiqueta «comprometida» apor­te ningún valor ni contravalor literario.

Aunque ya habías ganado algunos premios desde que empezaste a escribir, ser fina­lista en 1999 fue tu primer acercamiento a la literatura infantil juvenil. A pesar de seguir escribiendo «literatura adulta», no dejaste la juvenil y en 2003, con el premio Alandar de Edelvives por El cazador de es­trellas fue definitivamente tu entrada en el mundo de la literatura juvenil. ¿Qué te impulsó a dejar la enseñanza y dedicarte a la literatura en jornada completa?

La vida es corta. Lo que comenzó siendo un hobby y un ensayo se convirtió en una pasión y, en cierto sentido, un vi­cio. Podría haber seguido compaginando mis tareas como profesor con la escritura, pero llegó un momento en que me resultó insa­tisfactorio no dedicar a ésta el tiempo que quería, y uno tiene que dedicar su vida a lo que realmente desea. Pese al riesgo, decidí intentar escribir y vivir de ello, aunque todo este tiempo he disfrutado de la libertad de pensar que podría ganarme el sustento con otras cosas, lo que me ha permitido escribir lo que quería y cuando quería.

 

Acabas de ganar el Gran Angular con Mujer mirando al mar, pero éste no es el primer premio que consigues de la editorial SM. En el año 2006 ganaste el premio Barco de Vapor con Ojo de nube. Ese mismo año, ganaste el premio Cervantes Chico al con­junto de tu obra. ¿Qué nos puedes contar de la experiencia de recibir un premio?

Como comprenderás, uno se siente honrado, emocionado y complacido, pero también abrumado por la responsabilidad. El sueño de todo escritor es siempre que su mejor libro esté por escribir, y eso resulta muy oneroso cuando le han concedido por ejemplo el Cervantes chico por toda una obra; mi compromiso con aquel jurado, la forma de responder a su confianza, es pensar que el próximo libro debería también estar afectado por ese galardón. Eso conlleva una exigencia que tiene su parte positiva, pero puede convertirse en una trampa, porque quizá me reste espontaneidad y libertad. Ya veremos… De momento te confieso que me siento un poco abrumado y asustado.

¿Cómo vive un autor de libros realistas este boom vampírico / romance sobrena­tural que se ha dado en los últimos años en la LIJ?

Cada época ha tenido su literatura de moda; recordemos los tiempos de la nove­la de caballerías, del romanticismo, de la ciencia ficción… Yo he leído y leo de todo, y creo que todo género es compatible con cualquier otro. Hay dos cosas que me pre­ocupan pero son más sociológicas que lite­rarias. Una, que tengo la sensación de que estos fenómenos responden a estrategias de mercadotecnia que no tienen nada que ver con la literatura y sí con la ideología. Y la segunda, que pienso que todas las tenden­cias no crean realmente lectores, sino fans, lo que de nuevo es un fenómeno extralitera­rio.

Has participado en los dos libros de relatos que coordina Fernando Marías, 21 relatos contra el acoso escolar y 21 relatos por la educación. ¿Qué te parece la idea? ¿Cuál de los dos libros te ha gustado más?

La idea de «escribir para…» tiene sus riesgos, aunque creo que se ven compensa­dos por el hecho de que suponen una «foto generacional» de ilustradores y autores que aportamos una visión sobre el mundo ac­tual, desde nuestra experiencia y nuestro pasado. Por otra parte, como he trabajado muchos años en educación, los temas no me han resultado ajenos; quizá me ha gustado más el segundo porque permitía más liber­tad. Hay otro elemento que me gusta, y es el de aparecer en el libro con otros colegas que además son amigos.

En el texto que te presenta antes de tu relato en el libro 21 relatos por la educación, dicen que eres muy amigo de Carlo Fra­betti y Gonzalo Moure. En sus respectivos textos, también se nombra esta amistad en­tre los tres escritores. ¿Qué es lo que puede unir tanto a tres escritores, además de la literatura?

Hay muchos ele­mentos anecdóticos que nos unen: cierta visión ideológica, las mate­máticas, el Sáhara… Pero son una conse­cuencia de una expe­riencia generacional común: de jóvenes leímos libros similares, vimos el mismo tipo de cine, vivimos iguales acontecimientos históricos… Luego, la opor­tunidad y el deseo facilitan el encuentro, y más de una docena de veces hemos com­partido amigos, charlas, vinos, viajes y pai­sajes. Pero me enorgullezco de tener otros amigos en la profesión, aunque el trato sea menos frecuente.

Mujer mirando al mar, el libro ganador del premio Gran Angular de este año, es un li­bro que apuesta por una narración atrevi­da, mezclando poesía y prosa, con un jue­go de narradores que nos podría recordar al Quijote, con el tópico del «manuscrito encontrado». ¿Ese escritor que encuentra el manuscrito, el narrador que nos habla en primera persona, es una invención, una ficción literaria, o sucedió de verdad?

Eso es desvelar mucho sobre el libro, ¿no te parece? Cierto, aparecen varios pla­nos de escritura, distintas «manos» que es­criben. Salvo los reportajes y las biografías (¡y habría que verlo!) todos los libros son ficción, y el libro lo firmo yo. ¿Suficiente? El resto es misterio y cada lector debe dar una respuesta.

También es curioso que ésta sea la cuar­ta novela sobre la guerra civil espa­ñola (Noche de alacranes, Mensaje cifrado, Zara y el librero de Bagdad, Mujer mirando al mar) que gana el Gran An­gular en pocos años. ¿Crees que el abordar esta temática es un plus de cara a un pre­mio?

¡Espero que no! Confío en que en todos los casos el jurado haya decidido por la calidad literaria de las obras, y no por el tema. Pero el asunto no tiene nada de ex­traño. La guerra civil española es un semillero de argumentos y personajes, y te diría aún que se ha escrito poco sobre el tema, por razones obvias. Marta Zafrilla es mucho más joven que los tres vejestorios autores de las otras novelas, pero también Alfredo, Fernando y yo hemos vivido acontecimien­tos similares: nacimos durante la dictadura de la postguerra y nuestra infancia y juven­tud se vieron teñidas por historias que se contaban en voz baja y por el silencio, sobre todo el silencio. ¡A saber sobre qué escribi­rán dentro de treinta años autores que aho­ra están en el instituto!

 

En Cuentos Crudos, hay un relato, El pe­rro de Goya en Beirut, en el que un perro ayuda a un grupo de niños en medio de una situación bélica. Hemos leído que ese cuento nació precisamente a partir del fa­moso y enigmático cuadro de Goya. ¿Por qué ese cuadro y no algún otro entre los que te dieron a elegir?

El perro semihundido siempre me pareció un cuadro prodigioso y lleno de mis­terio. No recuerdo siquiera cuándo lo vi por primera vez, pero fue durante mi adolescen­cia y me llamó mucho la atención. Cuando en un juego literario me ofrecieron escribir un cuento partiendo de varias imágenes y entre ellas estaba ese cuadro, no tuve du­das. Por esas fechas, Beirut estaba siendo bombardeada. La imaginación hizo el res­to. 

En el libro colectivo 8 maneras de contar, estás muy bien acompañado, por grandes voces de la literatura juvenil española como Alfredo Gómez Cerdá, Andreu Mar­tín, Gonzalo Moure, Care Santos y Jordi Sierra i Fabra. Hemos leído que Medellín tuvo algo que ver en la idea inicial de este libro. ¿Nos cuentas la historia del naci­miento de este proyecto?

¡Ya lo creo que estoy bien acompa­ñado! No lo he dicho, pero me considero afortunado de conocer a personas como las que citas. El libro surgió durante una cena en Medellín en la que estábamos varios de los autores de ese libro. Andreu Martín mos­tró un cuaderno con el guión de su siguien­te novela y ello derivó en una conversación acerca de cómo escribíamos cada uno de nosotros. Entonces surgió la idea de escribir un libro colectivo contando nuestros secre­tos de cocina literaria. Propusimos la idea a SM y aceptó entusiasmada. A él se sumaron otros autores que también visitaron Medellín ese mismo año, con lo que el libro se firmó como «los 8 de Medellín», y los derechos se cedieron a la Fundación que Jordi tiene en Colombia. ¡Una rica experiencia!

Viajar en el tiempo es un tema, desde siempre, muy literario. Tú lo tratas en tu libro 3333. Lo curioso es que, mientras la mayoría de los escritores llevan a sus pro­tagonistas del presente al futuro, tú tras­ladas a un protagonista del siglo XXXIV a nuestro actual siglo XXI. ¿Fue difícil imagi­nar la vida en el siglo XXXIV? ¿Tendremos esferas de desplazamiento instantáneo, calas, holopadres y telegafas?

Hay libros que se escriben como un juego, y 3333 es un juguete literario, una invitación a que los lectores imaginen el futuro. Disfruté inventando artilugios que apuesto a que algún día llegarán a fabricar­se. Pero además el libro es una invitación a la reflexión sobre el mundo actual. También hay niños (¡y adultos!), como Mot, que viven rodeados de ingenios y que se aburren, y bastaría un paseo por el campo, a ver pollos de verdad y arroyos de verdad, para recupe­rar cierto interés por la vida.

Zigurat es un libro de la colección Laberin­tro, de la editorial SM. Empezamos a leer y en la cuarta página el libro nos pide que elijamos nosotros el camino a seguir. En la literatura juvenil actual, los libros de Si­gue la aventura no están muy presentes, pero hubo una época en la que estuvieron muy de moda. Sin embargo, este libro es bastante reciente, del 2005. ¿Cómo se te ocurrió la idea? ¿De joven leías libros de Sigue la aventura?

La idea no se me ocurrió a mí, se trató de un reto de la editorial. Un día nos invitó a un grupo de autores a escribir una historia en la que el lector tuviera que elegir distin­tos caminos; algunos rechazaron esa oferta y yo, tras pensármelo, acepté el desafío. Había leído algún libro de ese tipo, que en­cantaban a mi hijo cuando era niño, y que a mí no me gustaban nada. Al final, convertí Zigurat en una metáfora de la vida, en las «distintas vidas» que un individuo puede te­ner en función de decisiones triviales o no tanto. El personaje, un hijo del rey Zimrilin que existió realmente en el siglo XVIII a. de C., y de quien no se sabe apenas nada, quizá vivió una de esas posibles vidas, o tal vez ninguna de ellas. Nosotros mismos elegimos continuamente. ¿Qué trascendencia tienen acontecimientos sencillos, como conocer a una persona, hacer un viaje, elegir una ca­rrera, dar un beso, ir una tarde al cine…?

En la colección de Clásicos Adaptados de SM has adaptado obras clásicas como Ro­meo y Julieta, La vida es sueño, el Aben­cerraje o Amadís de Gaula. ¿Cuál de ellas te supuso más dificultades a la hora de adaptarla? ¿Cómo enfrentarse a un texto escrito por otro autor?

Sin duda ninguna, el Amadís. Lo elegí precisamente por la dificultad, y desde el principio sabía que era imposible condensar en un cómic de 32 páginas una obra que tie­ne originalmente 1400. Pero el Amadís es un personaje épico, un referente literario que debería ser obligatorio conocer al menos en sus rasgos fundamentales. Muchos jóvenes piensan que la literatura de aventuras co­mienza, como muy atrás, con El Señor de los Anillos, cuando en el siglo XV ya se escri­bían y leían epopeyas que son los preceden­tes de la literatura fantástica y los manga actuales. El propósito de una adaptación es, según los casos, o ser fiel a ella o dar cuen­ta de su existencia, y en este caso estaba claro que debía optar por lo segundo, con el miedo que genera realizar cualquier adaptación. El trabajo de la ilustradora, Emma Ríos, me pareció fantástico, y fue un placer trabajar con ella.

 

En tu página web podemos leer una conferencia titu­lada Literatura, mentira y ficción, que impartiste en Medellín en octubre de 2007. En ella comentas la idea de que, para que exista la literatura, es ne­cesario que el lector parti­cipe en el juego y se crea la mentira que el escritor le narra. Así que, ¿los es­critores convierten la mentira en un arte y nosotros nos lo creemos? ¿Cómo es eso posible?

¡Pero esa es la esencia de la litera­tura! Nabokov lo describe muy bien cuando habla de que sus orígenes están en un día en que un muchacho apareció corriendo en una cueva gritando «¡El lobo, el lobo!»… y no había lobo. Por supuesto, cuando me sien­to a leer espero que el autor me mienta, y que me mienta bien. Pero, ¿son más verdad la imagen que damos a nuestros amigos, a nuestra pareja o a nuestros hijos, o las no­ticias que leemos en los periódicos? Toda la literatura es una mentira exquisita, desde Aquiles o el Mahbarata hasta nuestros días.

En una mesa redonda, en mayo del 2005, comentabas que de los libros que marca­ron tus primeras lecturas, no recordabas el nombre de los autores. Sólo después identificaste a Mark Twain o Jonathan Swift. Ahora, el nombre de los autores es casi más importante que el libro. En las librerías se pregunta por «el nuevo libro de Jordi Sierra i Fabra, el de Stephanie Meyer». Nos gustaría que nos explicaras la frase que acabas diciendo: «No tenemos importancia, no debemos tener importan­cia y, si acaso, es nuestra obra la que debe aspirar a emocionar; eso no lo conse­guiremos nosotros mismos».

Es cierto, no me impor­taban. Cuando leía libros de pequeño lo hacía sin fijarme en el nombre de los autores. Me importaba un pepino que las aventuras de Gulliver hu­bieran sido imaginadas por un tal Swift, un tal Stevenson o el vecino de al lado. Yo dis­frutaba el libro, y punto, y solo más adelante comencé a tejer el entramado literario según el cual uno relaciona a Mr. Hyde con La isla del teso­ro o los mares del Sur. Lo que quiero decir con esa frase es que hoy se está pervirtiendo la lectura dan­do más peso al autor que a la obra, cuando nosotros no tenemos importancia. Lo que­ramos o no, nuestros nombres forman par­te de la mercadotecnia, y eso es un riesgo que deberíamos medir bien; la simpatía, la afabilidad, la cercanía o los escarceos amo­rosos de un autor son muy diferentes de su obra, y esta debe estar por encima de todo eso.

Desde hace ya dos años el Bubisher, el bi­bliobús, no deja de visitar poblados, lle­vando la lectura a todos los niños saharauis. En algunos de tus libros, como el relato El hombre que abrió camino al mar, dentro del libro Cuentos crudos, o El cazador de estrellas, premio Alandar, vemos tu fas­cinación por el Sahara, fascinación que compartes con el escritor Gonzalo Moure. ¿Qué nos puedes contar de tus viajes y ex­periencias en el desierto?

Es indudable que lo personal forma parte de lo literario, y al revés. Probable­mente, si yo visitara con frecuencia un po­blado ecuatoriano, encontraría argumentos para hablar sobre mis vivencias allí. El de­sierto del Sáhara es fascinante desde el pun­to geográfico y fotográfico, pero mucho más lo son las personas que viven en ese lugar te­rrible, que subsisten allí desafiando la lógica y reivindicando su historia y su país. ¿Cómo no se va a sentir uno conmovido con un niño o una niña que intenta hablar, escribir o leer en español y no tiene ninguna ayuda para hacerlo? ¿Cómo no se va a sentir uno irrita­do con el Instituto Cervantes, por ejemplo, cuando gasta millonadas en centros de élite y no atiende a otros estudiantes de español en el extranjero? Por otra parte, hay partes de mi biografía en esa querencia mía por el Sáhara y los saharauis. Yo hice la mili obli­gatoria en el año 75 en un cuartel de Lega­nés, y recibí instrucción militar para ir al desierto a frenar la Marcha Verde. ¿Quieres que te confiese algo que no he dicho casi a nadie? En mi cartilla militar se decía que soy tirador de primera, para salir a pasear por las tardes debía desmontar y montar con los ojos vendados una pistola y un cetme y he disparado con todo tipo de armas que se pu­dieran llevar encima, incluyendo morteros y ametralladoras. Al final, no fui al Sáhara a pegar tiros, pero en ese tiempo conocí a algún soldadito saharaui que entonces era tan español como yo. ¡No me digas que no es literario! Yo, sudando y pegando tiros tras una duna con una RPG… Por eso me consi­dero con derecho para escribir del Sáhara, de la puñetera mili, de la posguerra, de la transición y de muchas otras cosas. Está más cerca de mí todo eso que los vampiros y, desde luego, me resulta más apasionante.

Muchas gracias. ¿Quieres añadir algo más?

Sí, que ha sido una entrevista larga y agotadora, pero muy interesante. Da gusto cuando alguien se trabaja bien las pregun­tas, porque da para hablar de muchas cosas. ¡Te felicito!