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En casa de...

Patricia García-Rojo

El Templo #51 (abril 2016)
Por Natalia Aróstegui
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Aunque intento mantener mi escritorio inmaculado, no lo consigo y sobre la mesa voy acumulando igual pequeños tesoros que basurillas. Junto a la lámpara se acumulan plumas que me han regalado y que aún no he estrenado. Tiene un lugar de honor, porque justo a continuación suelen estar los papelajos con los que no sé qué hacer. Poco a poco he ido dejando caer algunos cuadros detrás del teclado: un boceto rápido de Luis Pangua, una ilustración de Batwoman que me regaló una de mis mejores amigas, litografías de Marta Mesa y algunos bordados (que son mi última afición). Cables de cascos regalo de renfe crecen como hongos, un búho de cerámica que mi hermano encontró en la calle y que me recuerda a mi abuelo, la caja de las acuarelas, un pendiente viudo, el costurero de viaje, alguna moleskine que mira los vasos llenos de rotuladores y lápices de colores que tengo sobre mi cabeza son parte de mi paisaje literario. Intento ser ordenada y por eso, la cajonera que sujeta la pantalla del ordenador está llena hasta los topes de guarrería pura y dura que me da pereza tirar y que escondo como si así desapareciese mágicamente. Lo único malo de mi territorio es que tiene poquísima luz, algún día conseguiré un escritorio con vistas, aunque sea al bloque de enfrente. Mientras tanto, mi imaginación tendrá que poner vida en esa pared tan blanca.