El Olimpo está en pie de guerra. Los truenos resuenan, los mares se agitan y las profundidades cimbrean la superficie. Alguien ha osado robar un mágico objeto de las inaccesibles estanterías de los mismísimos dioses. Dicen que el ladrón, atrevido como ningún otro antes que él, se propone atrapar la historia de uno de los héroes olímpicos en un nuevo tipo de lenguaje, el de las imágenes. ¿¡Cómo osa!? ¿Sacar la historia del libro de uno de los grandes héroes e intentar llevarla a los cines mortales? El ladrón tendrá que responder ante el mismísimo Poseidón en persona, y tan sólo de su pericia en la adaptación dependerá su sentencia, pues el héroe no es otro que Percy Jackson...

El “ladrón” es Chris Columbus, que no saciado con su experiencia con Harry Potter vuelve a la carga con otra adaptación de saga juvenil. Es el turno de Rick Riordan y su pentalogía de Percy Jackson y los dioses del Olimpo que publicó su primer volumen, El ladrón del rayo, en 2005. De esa misma obra, de la que se compraron los derechos dos años después de su publicación, es de la que ahora os hablaremos.

Para situarnos, El ladrón del rayo narra la historia de Percy Jackson, un chaval de doce años aquejado de TDA (Trastorno de Déficit de Atención), dislexia e hiperactividad, que vive con su madre y con su padrastro, ya que su padre desapareció hace tiempo. El mejunje de la historia se empieza a exprimir cuando se descubre que el chico es un semidiós hijo de uno de los doce dioses olímpicos y que ha sido acusado de robar el rayo maestro de Zeus. Si eso lo aderezamos con un secuestro materno, un campamento/escuela de semidioses y una profecía, ya tienes una historia que promete y un (breve pero sugerente) vistazo de lo que cuenta el libro.

Sobre la adaptación hecha de la novela os podemos decir que conserva en general el tono desenfadado, atrevido y en muchas ocasiones cómico del libro. También la trama principal es bastante similar y se centra en la inminente guerra entre los dioses ante la desaparición del símbolo de Zeus. Es, no obstante, en un escrutinio mucho más cercano cuando podemos empezar a sacarle pegas a la película. Para empezar, uno de los misterios del primer libro, queda revelado aproximadamente en los primeros dos minutos de la película, esto es, ¿cuál de los doce olímpicos es el padre de Percy? También se eliminan otras subtramas del original, y aunque entendemos que la película había que sintetizarla para que tanto el espectador lector de la saga como el que era atraído sin conocerla previamente la pudieran entender y disfrutar... no nos convence que se inventen algunas escenas (Perséfone, nena, sal más, que es verano), se fusionen personajes (Anabeth, ¿te comiste a Clarisse?) y se omitan cosas cruciales (¿Aquí no hay Furia de Titanes, o qué?).

A su favor tenemos que poner en la balanza unos efectos especiales bastante decentes, unos cuantos rostros conocidos entre los actores que encarnan a los personajes, algún que otro tema de actualidad que ameniza los míticos “chan-chan” de las bandas sonoras y Groover, que vale, no es pelirrojo, pero sigue siendo un punto.

En definitiva, creemos que es una adaptación mediocre del libro, pero una película entretenida para verla independientemente de su original en papel. Esperemos que los dioses aplaquen su ira contra el ladrón... al menos mientras se preguntan, “¿Habrá segunda parte?”.