Arianwyn tiene quince años y está a punto de convertirse en bruja. Solo le queda el último paso: aprobar la evaluación final. Sin embargo, los nervios la traicionan, no se concentra lo suficiente y un desconocido glífico invade su mente en plena prueba. Los resultados hablan por sí solos: no le pueden otorgar el título de bruja, así que tendrá que conformarse con el de aprendiz.

Mientras que sus compañeros graduados son destinados a interesantes lugares, ella se tiene que conformar con Llull, un tranquilo pueblo que llevaba cuarenta años sin tener ninguna bruja, pero donde demonios y criaturas oscuras están empezando a surgir de entre las sombras atemorizando a sus habitantes.

Podría parecer una premisa sencilla y muy machacada para un libro juvenil; sin embargo, este solo es el principio de una historia de magia que tiene muchos ingredientes para sorprenderte. El primero de ellos es la forma en la que se introduce la magia en la novela: los magos realizan símbolos en el aire con los que son capaces de conjurar todo tipo de hechizos. Estos símbolos se conocen como glíficos y están relacionados con los cuatro elementos de la naturaleza.

Además, el mundo creado por James Nicol destaca por su originalidad, abandonado las típicas criaturas fantásticas y atreviéndose a abrir brechas en el espacio que conectan diferentes mundos. Sin embargo, este aspecto puede dejar cierto sabor agridulce al lector, pues en ocasiones nos hubiera gustado saber un poco más sobre todos esos elementos fantásticos que se introducen.

La novela es middle-grade y sigue un ritmo rápido y constante, algo que unido algunos golpes de humor que encontramos entre sus páginas, hace de esta una lectura fresca y entretenida.

A pesar de que puede parecer un poco introductorio y hay algunos aspectos que no quedan del todo cerrados, a nosotros nos ha dejado con ganas de saber cómo continúa la historia. Sin duda, estaremos atentos a la segunda parte.