La guerra del futuro no es una guerra por el territorio. Ni siquiera es una guerra por los recursos. Es una guerra por el tiempo. Dos facciones enfrentadas, la Agencia y Jardín, lideran sendos ejércitos de agentes que viajan arriba y abajo por los distintos hilos del tiempo para producir cambios que desencadenen su victoria o mantener el curso de la historia a su favor.
Y a cada lado de la contienda, Roja y Azul: una cíborg de la Agencia y una criatura orgánica de Jardín, cuyos caminos se entrelazan y, aunque nunca llegan a encontrarse, están irremediablemente unidos. Un mensaje sembrado por Azul en el camino de Roja reza «Quemar antes de leer», y esta carta será el comienzo de una inesperada correspondencia entre enemigas juradas. Mensajes secretos y cada vez más sofisticados que serán su única forma de comunicación a través del tiempo y a pesar de los peligros. Pero toda comunicación deja huella, y toda huella se puede rastrear. Solo es cuestión de tiempo que este arriesgado y elegante juego del gato y el ratón se convierta en un romance epistolar de proporciones épicas en el que nadie, en ningún momento y en ningún lugar, está a salvo.
Si Romeo y Julieta fueran sáficas y pudieran viajar por el tiempo, sin duda su historia se parecería un poco a esta. La obra inmortal del Bardo de Avon existe en muchas líneas temporales, si bien no en todas es una tragedia. Pero solo en una ha inspirado un enemies to lovers intertemporal con los Premios Hugo, Locus y Nebula a sus espaldas, así que tenemos mucha suerte de vivir en ella.
El universo que tejen El-Mohtar y Gladstone es de una riqueza inmensa y, al mismo tiempo, tan solo un telón de fondo. Su estructura puede parecer tan compleja como el intrincado puzle temporal al que nos tienen acostumbrados las historias del género, pero a efectos prácticos es tan sencilla (y tan efectiva) como un intercambio de cartas. Sí, hay viajes en el tiempo y un conflicto bélico que pone en jaque el curso de nuestra historia, pero ni el objetivo de este ni el funcionamiento de aquellos se detallan con precisión. Su misión no es otra que escalar la tensión y aumentar constantemente las apuestas del verdadero foco: una asombrosa historia de amor. Ahí reside su fuerza: no deja de ser una historia razonablemente lineal que, no obstante, nos prohíbe apartar la mirada y encuentra formas cada vez más originales de codificar sus mensajes y ambientar sus cartas.
Con una adaptación televisiva en camino, Así se pierde la guerra del tiempo nos recuerda el placer de leer una carta. El mundo y el tiempo enteros son el escenario de una historia en la que la mayor de las aventuras cabe en una coma y el arma más poderosa es una seductora posdata.