Los mitos nacen con diferentes intenciones: educar, atemorizar, entretener… Por eso a veces un mismo protagonista puede emprender distintas aventuras sin aparente relación entre sí: lo importante es la trama y el mensaje, el personaje es lo de menos. Pero Madeline Miller ha querido dar sentido a todas esas historias, imaginando cómo podrían haber sido las vidas que había tras ellas. Ya lo hizo con Aquiles y Patroclo en La canción de Aquiles, y esta vez se ha decantado por la figura, hasta ahora terrible y embrujada, de la hechicera Circe.
Para la mayoría de nosotros, simples mortales del siglo XXI, Circe no es más que otro bache en la larga lista de obstáculos a los que tuvo que enfrentarse Ulises en La Odisea, la malvada bruja que transformó a su tripulación en una piara de cerdos. Quizás, si te interesa la mitología, también sabrás que Circe era hija del titán del sol Helios y tía de la hechicera Medea y del famoso Minotauro de Creta. Pero poco más. Sin embargo, gracias a Madeline Miller y su hechizante prosa, descubrirás la personalidad que podría haberse escondido tras todo eso: la autora encadena los mitos protagonizados por Circe, hilándolos y dándoles cohesión a través de las dudas, el miedo, la ira y el amor que la construyen como personaje.
Circe es una protagonista en constante evolución, que aprende de sus errores y pasa a cometer otros nuevos; a veces compasiva, a veces rencorosa, pero siempre ella. Si los dioses y los héroes son hilos, Circe es el telar de Dédalo, complejo y exquisito, a través del cual se entretejen todas las historias. Por continuar con la metáfora, podría decirse que Dédalo es Madeline Miller, la mente brillante tras ese telar. Pero es que Dédalo es Dédalo, uno más de los secundarios que salpican la trama de Circe, como Hermes, Jasón o Atenea. Todos ellos son personajes bien definidos, pero no esperes que tengan una evolución espectacular como la de Circe: la mayoría de los secundarios están ahí para hacerla brillar como personaje… aunque eso signifique hundirla como diosa.
«Antes pensaba que los dioses son lo opuesto a la muerte, pero ya veo que están más muertos que nada, pues son inmutables y no pueden tomar nada en sus manos».