Dylan es una bestia, dicen. Es muy alto, tiene pelos por todas partes y la cara demasiado grande. Su aspecto lo define y poca gente se atreve a ver más allá de él.
Cuando «accidentalmente» se cae del tejado de su casa y su doctor lo manda a un grupo de terapia, Dylan conoce a Jamie, una chica con una forma de ser un tanto peculiar. La conexión entre ambos parece instantánea. Los dos han sufrido, pero deciden darse una oportunidad para dejar que un desconocido entre en sus vidas.
Pero cuando los amigos de Dylan conocen a Jamie, todo cambia. Las risas, los murmullos… Dylan se da cuenta entonces de que Jamie no es como las demás chicas.
Pero sí lo es. Jamie es una mujer, independientemente de lo que diga el resto del mundo. Y Dylan tendrá que entenderlo si no quiere perderla para siempre.
En este retelling de La bella y la bestia, la historia cambia. No es ella quien ve la belleza en el interior de él, sino que es él quien cambia y lucha por dejar sus ideas a un lado. El mensaje en este caso no es la búsqueda del alma ante un cuerpo feo, aunque parte de ahí, sino el liberarse de prejuicios para poder ver más allá de lo que creíamos una verdad absoluta.
Por tanto, la obra es la deconstrucción de un hombre que, a pesar de haber sido acosado por su aspecto, no dejaba de tener prejuicios contra otras personas consideradas diferentes. La evolución de Dylan debería ser un ejemplo para todos los lectores. La única pega: el final, demasiado apresurado.
El corazón de la bestia podría haber sido otra novela más sobre la representación del colectivo LGBT en la literatura juvenil, pero Brie Splinger plantea una trama interesante y, sobre todo, dota de mucha humanidad a sus personajes. Las situaciones que estos atraviesan son muy duras, pero la autora no cae en el morbo.
Una obra repleta de corazón y de autocrítica, donde una bestia decide convertirse en humano para poder comprender, amar y respetar a la mujer que le ha devuelto las ganas de vivir.