Baltasar es un hombre de mundo. Siendo tan solo un adolescente, se enroló en la tripulación de un navío mercante para poder ayudar a su familia durante la posguerra y, a bordo de grandes embarcaciones, pudo visitar todos los rincones del planeta. Pero han pasado décadas desde que regresó de su último viaje. Ahora se hace cargo del faro que perteneció a su familia, y tan solo sale a la mar para pescar con su pequeño barco, La Dama de Ceilán.
Como todos los veranos, Fernando pasa las vacaciones en la casa del farero. Sin embargo, esta vez es diferente: va solo, sin sus padres ni su hermana. Necesita alejarse de todo, desconectar de las pantallas y olvidarse de los problemas que surgen cuando permanece más tiempo del necesario frente a ellas.
Junto al viejo capitán y Escipión, su leal perro que le acompaña a todas partes, los días de Fernando transcurren entre excursiones a cuevas de piedra que esconden tesoros en sus profundidades y ratos de pesca que sacan a la superficie partes de las vidas de aquellos que se perdieron en las aguas siglos atrás. Poco a poco, durante las noches de tormenta y las tardes en calma, el chico conseguirá que Baltasar le cuente su historia, la de su barco de ojos verdes, y la de la dama que le da nombre y que ni el farero ni su corazón han conseguido olvidar.
De la mano de un chico a veces incomprendido, que se siente de una forma diferente al resto, La dama de Ceilán presenta un tema muy actual: la adicción a las pantallas y los videojuegos que sufren muchos jóvenes. A pesar de no profundizar demasiado en él, consigue transmitir su mensaje de superación a la vez que vemos a Fernando madurar y ser capaz de ver sus problemas de otra forma.
Pero, ante todo, esta es una historia de un amor pasado teñida de melancolía y recuerdos que, con una prosa que en ocasiones hace que seamos capaces de evocar el mar frente a nosotros, resulta ser una buena lectura para recordar esos relatos que nos contaban los mayores en secreto y que nos desvelaban partes de su vida que no habíamos imaginado.