Ingredientes para Los días del Toyota:
–Una madre, de esas que parece que pueden con todo.
–Dos hermanas, al menos una de ellas con cuenta en Twitter y actitud inconformista.
–Un chico de catorce años, Abel, un poco sobrepasado por los acontecimientos.
–Una abuela que se niega a salir del Toyota familiar.
Mezclar bien, dejar reposar y servir en el momento más inoportuno.
Para Abel, la semana se presenta complicada: tiene que explicar en un trabajo para Sociales qué le gustaría ser de mayor y no le apetece nada reconocer que quiere ser chef. No se imagina que ese va a ser, con diferencia, el menor de sus problemas.
Todo empieza el domingo, cuando vuelven a casa y su abuela decide no bajar del Toyota. Aunque al principio parece gracioso, su madre no se lo toma nada bien y él ni siquiera logra enterarse de qué quiere la abuela.
Bueno, en realidad los problemas habían empezado antes, cuando Sergio, su mejor amigo, le confesó que es gay… y él no supo cómo reaccionar. Encima, como esa es la semana en la que todo se junta, Sergio se lesionó jugando al baloncesto y no ha vuelto a ir a clase, así que no han podido aclarar las cosas y, cada día que pasa, su amistad es más difícil de recuperar.
Abel es un protagonista con el que es fácil empatizar: cae bien por sus ganas de ayudar a todo el mundo, por lo bien que se lleva con su abuela y por su pasión por la cocina. El libro está lleno de personajes secundarios entrañables, como Carola, que además de ser compañera de clase de Abel es su vecina, o Adelita, la amiga loca de la abuela.
Para ser una novela corta, Los días del Toyota tiene mucho argumento, por lo que engancha desde el principio y se lee deprisa. No es un libro sobre los grandes conflictos de la humanidad, no tiene batallas épicas o truculentos misterios, sino que trata de los problemas del día a día y divierte y entretiene con una situación que podría ocurrirnos a cualquiera de nosotros.