«Soy un vértice que confluye en un mismo y único dolor que no tiene palabras».
David no para de recibir mensajes de Zoe: está muy preocupada por él. A sus dieciséis años, el chico no vive una situación fácil. Sufre una profunda depresión, y su panorama familiar es complejo: su madre está muerta; su padre, ingresado en una clínica; y Zoe, su hermana de padre, algo mayor que él, vive en Berlín por motivos laborales. David ya no encuentra razones para vivir, y ve el suicidio como la única opción posible.
Después de leer los mensajes que Zoe envía a David, sin nunca llegar a ver la respuesta, nos encontramos con una narración escrita en primera persona por el chico. La trama se desarrolla en un solo día, con la hora encabezando cada inicio de capítulo, y nos muestra a David dirigiéndose a un puente para poner fin a su vida y cómo, después, todo cambia. Con esta trama lineal se mezclan los pensamientos del protagonista, que hace digresiones hacia momentos pasados y narra pensamientos intrusivos y cambios en su estado de ánimo.
Un hombre que cree tener un ewok en el jardín, una gata pequeña y descuidada y una veterinaria afable completarán esta historia. Aunque corta (cuenta con 124 páginas), presenta un elenco de personajes bien construidos y temas delicados abordados de manera directa y cruda.
Pedro Ramos se alzó con el XXX Premio Edebé de Literatura Juvenil con esta obra estructural y estilísticamente arriesgada. Aunque puede no resultar del agrado de todos los lectores por este último motivo, las razones para vivir (¡23!) que nos muestran David y Zoe hacen de esta novela un canto a la esperanza.