Lucy vive en el piso veinticuatro; Owen en el sótano. Ella lleva en Nueva York toda su vida y lo adora; él acaba de llegar y ya tiene claro que esa ciudad no es lo suyo. Ella tiene una gran familia pero nunca están en casa; él vive solo con su padre desde que su madre falleció. Sus caminos son muy distintos, pero coinciden en un punto geográfico: el ascensor de un edificio de Manhattan en el momento justo en el que se va la luz de toda la isla. Tras la media hora que pasan encerrados tienen dos opciones: volver cada uno a su apartamento y vivir el apagón en soledad y sin aire acondicionado, o subir a la azotea y pasar la noche juntos, aprovechando esa extraordinaria circunstancia para ver las estrellas.
Con un comienzo así, parece que a Lucy y a Owen les espera un romance idílico, pero lo que esa noche no leyeron en las estrellas es que sus caminos iban a separarse. En cierto sentido, los dos consiguen lo que querían: en el caso de Lucy, viajar con su familia, y en el de Owen, dejar Nueva York en busca de un verdadero hogar. Si las relaciones a distancia siempre son complicadas, ¿qué esperanza puede haber para dos personas que solo se conocen de una noche?
La geografía entre tú y yo da lo que promete: una trama de amor bien pensada pero sencilla, una lectura ligera y optimista. Su punto fuerte es su realismo, tanto en los personajes como en las relaciones entre ellos: la tristeza del padre de Owen, la falta de comunicación entre Lucy y sus padres, la vida que ambos construyen en sus primeros meses separados… Su historia está salpicada por reflexiones interesantes y momentos de gran valor simbólico, como el cielo estrellado de Nueva York, la señal del centro del mundo que marcan en la azotea o las postales «sinceras» de los sitios que van visitando. Son estos detalles los que hacen que La geografía entre tú y yo, a pesar de su falta de complejidad, tenga un sabor único.