¡Cuidado con los guivernos! Si no has leído Trono de cristal y Corona de medianoche, no dudarán en atacarte.

«Haría falta un monstruo para destruir a un monstruo».

Ante la tumba de su amiga Nehemia, Celaena Sardothien juró liberar al reino esclavizado de Eyllwe. Para ello, se ha trasladado a Wendlyn, donde lleva apenas dos semanas; necesita dar con Maeve, la reina de los feéricos (y su tía), y recabar información sobre cómo destruir las llaves de Wyrd. Pero su plan enseguida empieza a torcerse: Maeve le dice que solo podrá acudir a Dorandelle cuando el príncipe Rowan, que será el encargado de entrenarla, decida que domina sus poderes. Pero, antes, Celaena también tendrá que hacer frente a su pasado.

El final de Corona de medianoche fue lo último que los lectores españoles de la saga Trono de cristal pudieron leer cuando esta se publicó por vez primera en nuestro país, pero no es el peor punto para hacer una pausa. Heredera de fuego no solo tiene por escenario uno completamente distinto (Wendlyn, «una tierra de mitos y monstruos»), sino que marca un antes y un después en lo acontecido en la saga y lo que los lectores pueden esperar a la larga.

Aunque con Heredera de fuego, Sarah J. Maas no tenga forma posible de complacer a los fans de los intereses amorosos que ya conocíamos, da cabida a un interesante bromance entre ellos. Ahora bien, si, como seres fantásticos, sus «hadas» son las más convincentes desde las escritas por Holly Black, el nuevo romance no es para lectores a los que les incomoda la diferencia de edad entre las partes… pero el ritmo de la trama es, sin embargo, el que mejor llevado está de los tres volúmenes.

Es cierto que, gracias al narrador omnisciente, vemos a más personajes —y conocemos a bastantes nuevos como Manon o Aedion— que a la protagonista, pero, por mucho que con ello Maas trate de solidificar la saga como fantasía épica «clásica», la historia es a fin de cuentas la de Celaena Sardothien, ahora Aelin Ashryver Galathynius, heredera al trono y legítima reina de Terrasen. Pero Celaena (o Aelin) ya no es la que era: debe salir del bache —lo cual lleva su tiempo— y resurgir de sus cenizas para empezar a prepararse para la batalla que se avecina.