Salvador tiene diecisiete años, vive en El Paso con su padre y, aunque es adoptado, tiene una gran familia con raíces mexicanas. Está a punto de empezar su último año de instituto, que trae consigo responsabilidades como elegir universidad. Como dice su mejor amiga Sam, «ahora empieza la vida». Sin embargo, todas estas certezas desaparecen cuando el primer día de curso se encuentra propinando puñetazos guiado por un impulso que no sabía que habitaba en su interior.
A partir de entonces, cae en una espiral de incertidumbre, preguntas sin resolver y búsqueda de su identidad que le hará reflexionar sobre todo lo que conocía. ¿De dónde viene esa violencia? ¿Puede estar relacionada con su padre biológico (o su «biopadre», como lo llama su otro amigo Fito), a quien nunca ha llegado a conocer? ¿Quién es Salvador realmente?
Perdido en ese delicado punto entre la niñez y la vida adulta, Salvador intenta buscar un sentido a su vida. ¿Por qué nos quita a quienes más queremos? ¿Qué es lo que nos hace ser como somos? ¿Por qué es tan difícil a veces? Quizá sea la búsqueda de respuestas lo que finalmente le permita descubrir cuál es la lógica inexplicable de su vida.
Benjamín Alire Sáenz, también autor de Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo, se abre paso lentamente hacia nuestros corazones mediante una maravillosa novela sobre la vida, sus curvas y la forma en que saca lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Con un estilo sencillo pero precioso, nos narra una historia profunda que, aunque carece de una trama elaborada, se centra de lleno en los personajes y sus inquietudes. Además, toca temas como la muerte, la homosexualidad y las familias disfuncionales. El autor, que afirma que siempre vierte una parte de sí mismo en sus novelas, ha reflejado en este caso las costumbres y tradiciones mexicanas tan presentes en su familia y el dolor por la reciente muerte de su madre.
Repleto de pequeñas lecciones, este libro nos recuerda que hay una simplicidad en lo complejo, y nos muestra la belleza de crecer y tomar decisiones. Y es que, como diría el padre de Salvador, «vivir es un arte, no una ciencia».