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Los ladrones buenos
Katherine Rundell

Salamandra
Reseñas de novedades El Templo#83 (agosto 2021)
Por Gabriela Portillo
1.388 lecturas

«Creo que a los niños no se les puede prohibir que tengan secretos».

Vita tiene muchos sueños, varios secretos y un plan en su cuaderno rojo. Si husmeas entre esas páginas (aunque es una idea poco sensata), entenderás cómo empezó todo: su tatarabuelo, todavía más insensato, transportó el castillo familiar desde Francia hasta Nueva York a través del océano. Ahora, su abuelo está a punto de perderlo.

Victor Sorrotore, millonario y mafioso, aprovechó la escasez de fondos del anciano para ofrecerle un pacto envenenado: fingió alquilar la fortaleza para construir una escuela y devolverle la vida. Sin embargo, ahora asegura que le pertenece y ha dejado al abuelo sin hogar. La madre de Vita la ha traído de Inglaterra para llevárselo con ellas, pero, como sabrás por su diario, ese no es el plan de nuestra protagonista.

«La gente no se espera que una niña esté dispuesta a causar dolor».

La violencia no es indispensable en el plan, si bien Vita carga siempre con una navaja, tan afilada como su puntería, por si acaso. Ella prefiere medios más sutiles como la imaginación y la inteligencia. Cuenta además con el factor sorpresa y una banda de ayudantes leales que harán todo lo necesario por la causa: recuperar el castillo.

El espíritu justiciero impulsa las andanzas de estos ladrones buenos que no roban, sino que recuperan lo que otros les quitaron. Bajo la aventura principal, sencilla y clásica, se repite esta dinámica a un nivel más profundo: los compañeros de Vita son niños excluidos, a los que la sociedad les ha vetado el acceso a las realidades más básicas. Al unirse a otros como ellos, pueden por fin expresarlo y, al menos, compartir un espacio propio.

Esta amistad es el pilar fundamental de la historia y la sostiene con fuerza porque Vita, Seda, Arkady y Samuel forman un grupo envidiable. El escenario, oportunamente, es el icónico Manhattan de los años 20. Con esta sólida base, elementos como la crítica social y el humor se integran con mucha naturalidad para complementar una obra entrañable, perspicaz e idealista.

El tándem de Katherine Rundell y la traductora Begoña Hernández Sala es garantía de calidad. La gracilidad de la autora fluye también en español y deja pequeñas perlas que darán ganas de ser ladrón a cualquier lector (bueno).

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