El verano de 1995 empieza para Lluvia y sus amigos como cualquier otro: los chapuzones en la piscina, las noches con el grupo y la mítica acampada cerca del embalse del pueblo, Valesa. Pero, esta vez, la nostalgia impregnará los últimos días de verano: cuando acabe, empezarán el último curso del instituto y saben que, a partir de entonces, sus caminos se separarán.
A Lluvia, la cabecilla del grupo, siempre rodeada de misterios y secretos, le preocupa especialmente este final de etapa, pues no concibe la vida más allá de esas calles y sus habitantes, y del fuerte limonero de su jardín. Aunque todos en el pueblo la miran con desconfianza, es una chica muy risueña y encuentra en sus amigos y su familia, especialmente en su amiga Paula y su abuela Gracia, un refugio donde olvidarse de todo.
Los limoneros también resisten las heladas tiene una trama muy sencilla, ya que tan solo narra los hechos un año de un pequeño pueblo de la montaña, que a primera vista parece normal y corriente. Por ello, la novela es ideal para los amantes de las obras realistas centradas en las relaciones entre personajes. Estos están bien perfilados gracias a los vivaces diálogos y a los problemas de cada uno, como la misteriosa epidemia en la granja de Lucas o la enfermedad mental de Paula. Y el de toda la pandilla: qué harán cuando acabe este curso.
También es destacable la magia que impregna la historia, mediante las leyendas que cuenta la abuela Gracia, además del bonito estilo de la autora y de las detalladas descripciones de los paisajes, que transportarán al lector directamente a las calles de Valesa.
Como punto negativo, señalaría que el final me ha parecido demasiado precipitado y abierto, dejando al lector con más preguntas que respuestas; más aún teniendo en cuenta que se trata, en principio, de una historia autoconclusiva en la que tiene gran importancia un misterio que rodea a la protagonista, y este se resuelve de manera sencilla. Aun así, esta es una bonita historia para cerrar el verano entre el intenso aroma de los limoneros.