Sentada en un banco, Amelie rememora todo lo que la ha llevado hasta ahí. Se siente rota después de que su novio, Reese, la haya dejado tras una corta pero intensa relación. Sin embargo... ¿lo que le hacía sentir era verdaderamente amor? ¿O solo la había atrapado en una telaraña de mentiras y manipulaciones?
Amelie está ahí porque está dispuesta a rememorar su historia y volver a todos los lugares en los que él la había hecho llorar. Está convencida de que solo de esta manera podrá entender lo sucedido y continuar con su vida.
Los lugares que me han visto llorar es una historia con dos líneas temporales narradas en primera persona: una en el presente, en la cual la protagonista analiza todos sus recuerdos con Reese; y otra en el pasado, donde Amelie, una joven entusiasta y talentosa con grandes aspiraciones en la música, acaba de llegar a una nueva ciudad y a un nuevo instituto, obligada a mudarse tras el despido de su padre. Los dos tiempos se distinguen por el uso de una tipografía diferente, que ayuda a entender en qué línea temporal nos situamos en cada momento.
Bourne ha sido capaz retratar a la perfección las relaciones tóxicas y sus etapas, cómo el maltrato se cuela de una forma paulatina pero a la vez profunda, además de reflejar los abusos tanto psicológicos como sexuales que estas encierran. Ha creado la historia de una adolescente que se aleja de todo su mundo anterior por lo que ella cree que es amor, y él se asegura de destruírselo todo. A diferencia de muchas otras novelas juveniles, en esta no se romantiza ni la sobreprotección masculina ni las actitudes tóxicas; y tampoco se culpabiliza a la víctima.
En definitiva, Los lugares que me han visto llorar es una historia dura pero necesaria, con un mensaje muy potente: no solo la violencia física es violencia, sino que el maltrato psicológico también puede destrozarte.