No quedan sitios seguros para caerse muerto, la mugre devora las calles y un monarca decadente es incapaz de reconocer su papel de marioneta. Una ciudad gris: así es Londres.
Al menos, el Londres que Lila, tú y yo conocemos.
Hay un Londres que vibra con magia. El Londres en el que vive Kell. El Londres rojo. Hay un Londres silencioso, pulcro, aprisionado, que lucha por encontrar bocanadas de aire. Un Londres en el que algo peligroso comienza a filtrarse por las grietas. El Londres blanco. Hay un Londres que ya no es Londres. Que ya no es nada. Nada más que magia desbordada, corrosiva y sedienta de poder. Una magia más oscura.
Kell es casi el único que los conoce todos: gracias a su magia de antari, puede viajar entre universos. Ejerce como mensajero entre los reyes y saca algo de beneficio con el contrabando de pequeños souvenirs londinenses… hasta que su camino se cruza con el de Lila.
Es difícil resaltar un solo aspecto de Una magia más oscura, pero por algo hay que empezar: su prosa. El resto de elementos de la historia cobra forma gracias a cómo Schwab se refiere a ellos: de forma oscura y elegante, presagiando que hay algo más grande escondido entre la tinta. Los otros Londres resultan casi tan tangibles como el nuestro, y sus fiestas, su arquitectura y su magia se alzan como si los conociéramos de toda la vida.
El listón está tan alto que parecía difícil que los personajes también fueran redondos, pero no se quedan atrás. Lila, Kell y los demás experimentan un viaje palpable al final de la historia; la trama no solo va desentrañando los misterios al ritmo idóneo, sino que deja huella en los protagonistas y nos hace pensar en cómo podrán seguir adelante ahora que han cambiado tanto.
Podríamos decirlo solo por el modo en que está escrita, por los universos oscuros que crea o por lo humanos que son sus monstruos, pero es el conjunto el que termina ganando: Una magia más oscura es, como cabría esperar por su nombre, una historia más que mágica.