Alice se quedó huérfana en uno de los bombardeos nazis que asolaron Londres durante la Segunda Guerra Mundial. Tras aquello fue a vivir a un internado y ahora que ya ha alcanzado la edad para desenvolverse sola, es obligada a abandonar el internado para ir a trabajar a Kavanagh Hall como criada. La mansión, que pertenece a una familia irlandesa muy antigua, tiene fama de estar encantada, y se dice que cuando se oyen los gritos de la banshee, alguien va a morir. La mansión es sofocante, los dueños tienen un hijo que nunca aparece a comer y, para colmo, esa misma noche oye los gritos de la banshee. Alice está segura que alguien la observa y, cada día que pasa, está más convencida de que algo raro pasa entre esas cuatro paredes, pero... ¿qué es?
La maldición de la banshee tiene una ambientación oscura y opresiva que casa muy bien con la historia, si bien a veces se nos olvida que estamos a principios del siglo XX y no en el XIX. Haciendo honor a las historias góticas, tenemos como escenario una antigua mansión, con catacumbas incluidas, y una maldición que pesa sobre ella.
Los personajes no están descritos en profundidad, pero no es necesario para una novela de estas características, ya que cumplen su papel en la historia. En realidad son la maldición que rodea a Kavanagh Hall y la mansión en sí misma los auténticos protagonistas de esta novela, pues a veces da la sensación de que son un ente más y no un simple misterio a resolver.
El libro tiene un ritmo ágil y rápido por lo que no habrá tiempo para recuperarse de los sustos, aunque el misterio que rodea Kavanagh Hall puede llegar a ser muy evidente para lectores avezados.
La maldición de la banshee es una lectura entretenida, llena de misterio y sorpresas y, por su corta extensión —apenas llega a las doscientas páginas—, la convierten en una novela perfecta para una tarde en la que el mal tiempo acompañe a la historia.