Isata no tiene voz. Probablemente la tuvo en algún momento, pero se ahogó en el mar junto a su pasado y su esperanza de una vida mejor. Ahora vive en un campo de refugiados situado allí donde van aquellos que huyen de la miseria, a poca distancia de la valla que los separa de un país rico.

En el campo es tan solo una «refu» entre miles que esperan nadie sabe muy bien a qué. Vive en el barracón de los huérfanos, pero cuando no está allí podemos encontrarla junto a su amiga Dibra, que ya es casi una hermana, o su amigo Wole, un muchacho que vende codiciados objetos al resto de los refus… hasta que desaparece sin dejar rastro. Pero como es uno entre tantos nadie parece darse cuenta de su ausencia, y solo Dibra e Isata emprenderán su búsqueda, que las llevará mucho más lejos de lo que jamás habrían sospechado.

Con diez años de trayectoria en novela adulta a sus espaldas, Ginés Sánchez se dirige por primera vez al público juvenil avalado por el Premio Gran Angular 2022. Esta historia nos resulta familiar: autor de novela adulta que escribe novela juvenil de temática social en una colección de prescripción escolar. Lo fácil sería caer en un exceso de didactismo y adoptar una mirada condescendiente, pero lo que el autor propone se aleja bastante de nuestros peores temores. Demuestra en todo momento un hábil manejo del ritmo y la tensión, con los que teje una narración trepidante que va más allá del sufrimiento costumbrista y escala rápidamente en tensión. Lo consigue a través de una narración ágil y capítulos muy breves (rara vez superan un par de páginas) que hacen de cada vuelta de hoja una sorpresa, aunque en ocasiones sea en su detrimento, cortando la acción antes de que podamos llegar a conectar con lo que está ocurriendo y acelerando el proceso interno de los personajes más de la cuenta.

Si algo queda de aquel didactismo que nos temíamos en un principio es un cierto exceso de lirismo en diálogos muy puntuales, que ponen en voz de los personajes auténticos alegatos durante el clímax emocional de las escenas más intensa. Son textos bonitos, pero que nos sirven en bandeja la lectura de los temas y el subtexto de la novela, como si no acabaran de confiar en la autonomía del lector juvenil para extraer ciertas conclusiones.

Pero lo que más brilla en El mar detrás es su escenario, ese indeterminado campo de refugiados que constituye un mundo en sí mismo con sus espacios, sus roles y sus rutinas, que se nos describen en un rico ejercicio de ambientación equiparable al de cualquier novela de fantasía, con la diferencia clave de que lo que aquí se nos cuenta podría estar ocurriendo en realidad no tan lejos de nosotros.

Y aunque ese «podría» se conjugue en condicional, que no te quepa ninguna duda: la historia de Isata puede ser ficción, pero el suyo es un dolor muy auténtico.