Dos figuras sin nombre y sin apenas consistencia aparecen en un mar de bruma. En un primer momento les cuesta recordar quiénes son o qué hacen allí. Pero poco a poco van descubriendo elementos que les hacen ir conformando su identidad: encuentran unas gafas con las que recuperan la visión y una tarjeta que dice: «Mauri y Mateo Rojas, detectives. Encontramos el hilo de todas las tramas».
Los dos empiezan a moverse por estas calles que se deshacen y acuden a la llamada de los Volart, una pareja que se encuentra desesperada en este mundo neblinoso porque no encuentra a su hijo, Santi. Lo único que saben de él es que es escritor y creen que se lo ha llevado el mar. Los hermanos Rojas comienzan su búsqueda, encontrándose con objetos perdidos, recuerdos que les suenan, en un camino hacia la identidad.
El mar de la Tranquilidad fue la ganadora del Premio El Barco de Vapor en su edición catalana en el año 2004. Ahora, doce años más tarde, sale en castellano en la colección Gran Angular de la editorial SM.
En esta historia, a pesar de su simplicidad en la forma —puesto que en principio estaba dirigida a un público más joven— vemos unas referencias claras. Josep Sampere se une a la línea de esos autores que reflexionan sobre la actividad literaria, donde los personajes toman consciencia de que lo son, en este caso dentro de la propia ficción. De esta manera, conecta directamente con Seis personajes en busca de un autor, de Pirandello, cuando vemos a Mauri y Mateo buscando a Santi Volart; o con Niebla, de Miguel de Unamuno, que se relaciona directamente con su paraje brumoso y la misma reflexión ficcional. Sin duda, este juego de referencias con dos grandes clásicos del siglo XX tuvo que emocionar al jurado del Premio.
Una de las características más positivas de esta lectura es que la sucesión de distintas escenas, con muchos diálogos y un estilo claro y directo, consigue que el lector la pueda leer en una tarde. Además, no se limita solo a hacer la reflexión metaliteraria, sino que añade un matiz del que no podemos contarte mucho. Si hay algo que hemos echado de menos, son las ilustraciones que hubieran acompañado estupendamente a un texto que daba pie a ellas.
Sin duda, una buena novela para leer de una sentada, que brinda una doble lectura para lectores de distintas edades.