¿Qué tienen en común un libro llamado Maravillas y el Museo de Historia Natural de Nueva York? Y si añadimos a nuestra historia una actriz de cine mudo, ¿podrías encontrar alguna relación? No te preocupes si no entiendes nada porque, como dice la madre de Ben, «sin que nadie te lo explique tú solo encontrarás las respuestas».
Con esta sensación de incertidumbre comienza una novela difícil de describir con palabras; no en vano la mitad de la historia está narrada únicamente con ilustraciones. Estos dibujos nos presentan la vida en los años 20 de Rose, una chica sorda obsesionada con una actriz de cine mudo. Sin necesidad de palabras podemos llegar a entender cómo se siente al tener unos padres ausentes que no la comprenden. Impulsada por su mala relación con ellos, decide fugarse a Nueva York buscando a una persona en concreto: su adorada actriz. Lo que a simple vista puede parecer un impulso infantil termina revelando un extraordinario secreto sobre Rose.
La parte escrita de la novela nos transporta unos años hacia delante, hasta 1977. Ben acaba de perder a su madre y no conoce a su padre, por lo que se ha quedado huérfano de la noche a la mañana. No le queda más remedio que vivir con sus tíos y su primo, que no hace más que meterse con su sordera parcial. Torturado por las dudas sobre su padre, decide investigar en su antigua casa, donde encuentra algunas cartas de amor dedicadas a su madre. Todo parece apuntar a que ha encontrado a su progenitor y, emocionado, trata de ponerse en contacto con él, con la mala fortuna de que un rayo cae sobre su cabaña y lo deja completamente sordo. Esto no lo frena y, aunque no tiene ninguna certeza, parte hacia Nueva York en busca de respuestas.
Brian Selznick vuelve a sorprendernos (no olvidemos La invención de Hugo Cabret) con una historia que se sale de lo convencional: dos protagonistas sordos, dos líneas argumentales separadas por cincuenta años y, sobre todo, dos modos de narrar opuestos que consigue enlazar con asombrosa fluidez. Los escenarios, las ilustraciones y el texto están cuidados al más mínimo detalle, y el autor demuestra un gran trabajo de documentación con los pequeños guiños históricos que se dejan entrever en esta maravilla (nunca mejor dicho). Dale una oportunidad a Selznick para que te demuestre que no tiene sentido preguntarse si vale más una imagen que mil palabras cuando puedes utilizar ambas