Edenton, Virginia, 1725. Olive Woodcombe llega al Nuevo Mundo con la obligación de casarse y la resolución de no hacerlo. Busca refugio en casa de su hermana Hester, que llegó años antes, también para casarse. Pero Hester ya no es la hermana que recuerda: ahora es la viuda Vandell, y parece que solo tiene tiempo de hablar con su confesor y tocar una y otra vez la misma partitura, obsesionada con una melodía llena de poder.
De la mano de Maai, una mujer nativa, Olive descubrirá pronto que el Nuevo Mundo, al contrario que Europa, está lleno de prodigios y criaturas que, a pesar de la miseria y las guerras, los colonos aún no han logrado desterrar, y que cualquier cosa que se salga de los rígidos moldes de la Inquisición corre peligro.
El tándem Costa Alcalá (Geòrgia Costa y Fernando Alcalá), con nueve publicaciones a sus espaldas (cinco novelas juveniles y cuatro infantiles), es siempre una apuesta segura. Buenos modales británicos, monstruos comehombres, música y prodigios en pleno apogeo de la Inquisición y las guerras entre colonos y nativos en América: a primera vista, puede parecer una mezcla extraña, pero la hacen funcionar como un reloj. La construcción del ambiente es espectacular, llena de descripciones vívidas que se complementan con las magníficas ilustraciones de Inma Moya y crean un pequeño bestiario.
La novela reúne un elenco de personajes llenos de matices, donde hasta el más déspota tiene algún amago de bondad. Los protagonistas son complejos, y cada uno está construido de manera muy diferente, pero no falta espacio para que los secundarios también brillen: el fiscal Vandell, los misteriosos odinianos Ulf y Bjørn o Ida, la valiente irlandesa, resultan imprescindibles.
La historia avanza despacio, y poco a poco descubrimos cómo el punto de inicio de la novela esconde muchas más cosas de las que parecía. Narrada en presente y pasado, a través de los recuerdos de uno de los personajes, el ritmo se va acelerando hasta culminar en un clímax potentísimo que puede arrancar más de un grito de sorpresa, pero que resulta en el desenlace perfecto.
A partir de ahora, ten cuidado con la música: nunca sabes quién o qué puede estar escuchando.