El club deportivo juvenil Stark se enfrenta al momento más duro de su historia: uno de sus jugadores apareció muerto la noche del 9 de diciembre tras recibir una brutal paliza. Ahora, sus compañeros de equipo de waterpolo buscan la forma de sobrellevar la tragedia mientras la policía investiga los hechos infructuosamente.
Las claves para desentrañar la investigación las tiene Emma, que ha empezado a ejercer como psicóloga para los chicos este curso, tras huir de Santander en busca de un cambio en su vida. Pero también Quique, uno de los chicos que más desapercibidos pasan en el equipo, tiene más información de la que cree para resolver el misterio y entender qué desencadenó el siniestro.
Nando López presenta con su último trabajo una historia que tiene todos los elementos sociales que reivindica como autor: la importancia de los espacios públicos en la educación, la igualdad como concepto transversal y la importancia del diálogo.
Sin duda, los grandes puntos a favor de la novela son su fluidez narrativa, que hace muy sencillo entrar en la historia, el conocimiento y la cercanía del entorno que aborda, que es dolorosamente real, y dos narradores muy bien perfilados.
La trama se desarrolla entre dos momentos narrativos: los descubrimientos de Emma (el después) y la vida cotidiana de Quique antes del asesinato (el antes). El elenco de secundarios queda en consecuencia en segundo plano, por lo que se echa en falta un reparto más coral, pues en ellos está la verdadera clave de la historia que se cuenta. El lector, al igual que Emma y Quique, es testigo de esta desgracia vista desde fuera y no protagonista de ella, aunque quede igualmente afectado por su brutalidad.
Aunque la novela se define como un thriller, su primera parte demuestra ser más introspectiva y se centra en explorar el pasado y los conflictos de sus protagonistas, mientras que en su segunda mitad vira más hacia la novela negra y es donde se concentra toda la acción, lo cual hace que quede levemente descompensada.
Nadie nos oye critica la invisibilización a colectivos oprimidos y defiende la responsabilidad social de dar voz a estas personas en vez de silenciarlas. ¿Y qué mejor sitio para reivindicar este diálogo que las aulas?