El día en que la campana del Internado para Niños Singulares de Suburbia falla de nuevo, los fantasmas se ponen en marcha. A Fran, Carol y Kang Dae no les falta experiencia viviendo aventuras, pero esta vez, además, tienen un dragón. Claro que, más que una ventaja, Wayry es un imán para los villanos. La ambición de la reina fantasma de Espectria es matarlo con la daga espectral, para así obtener el poder que le permitirá segar la vida de toda la humanidad de un solo tajo y someterla a su autoridad.
Ante la aparición de un enemigo común, anteriores rivales de la pandilla deberán unirse a ellos para proteger a la criatura de los fantasmas. El dragón solo puede ser para una persona, y ni los hechiceros Baltazar y Miranda, ni el cocinero loco Flamígero Flambeau, ni por supuesto el Duque Nefastísimo permitirían que esa persona no fueran ellos mismos.
¿Conseguirán salvar a Wayry de la daga que todo lo mata? ¿Saldrán vivos de la batalla para contarlo? Y lo más importante: ¿dónde se ha metido Theodore Windsor von Trappe I?
Parecía que todos los chistes malos del mundo se habían agotado en El día del dragón, pero esta segunda parte es garantía de aún más risas que la primera. Nadie gana a Gabriella Campbell y José Antonio Cotrina como exploradores de lo absurdo (y si no, que se lo pregunten a sus ratoncitos sindicalistas). Es difícil no destacar su humor como principal atractivo, especialmente cuando está integrado de forma tan natural en la ambientación y estilo de la novela. Cada frase es pura comedia.
Pero hablar solo de humor sería quedarnos en la superficie. El dragón y sus amigos regresan con una aventura trepidante cuya trama es, además, más completa e interesante. También están de vuelta las ilustraciones de Lola Rodríguez, que dan vida a los disparates de Suburbia (y de otros reinos raros).
La noche del espectro se construye sobre los cimientos de la primera entrega y la mejora en todos los aspectos. Si disfrutaste entonces, no te arrepentirás de estar de vuelta en el Internado para Niños Singulares. Por lo menos, no hasta que los erizos se pongan a cantar.