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Olga de papel
Elisabetta Gnone

Duomo
¿Solo para niños? El Templo#63 (abril 2018)
Por Marta Álvarez
5.082 lecturas

Los vecinos del pueblecito de Balicó son muy variopintos: está Casiolina, con su extraño acento, el señor Yibod y su trompetilla, el barquero Barcamorros… Y por supuesto, Olga Tindal. Esa niña siempre anda contando cuentos; bueno, al menos, algunos piensan que son cuentos. Balicó está dividido entre quienes creen que las historias de Olga son ciertas (como afirma ella) y quienes sostienen que eso es imposible. Eso sí, hay algo que todos comparten: cuando Olga empieza a contar, todos la escuchan.

La historia de ese verano la protagoniza Olga («Otra Olga», insiste nuestra cuentacuentos), una niña de papel que parte en busca de la bruja Auselia para que la convierta en una niña de verdad. A lo largo de su viaje, Olga encontrará muchas dificultades, pero también hará amigos de lo más inverosímiles: animales parlantes, equilibristas del amanecer… Sin embargo, no olvida su mayor preocupación: ¿cumplirá Auselia su deseo, o la hará desgraciada para siempre? Dicen que eso es lo que les sucedió a la niña de vidrio y al niño de cartón…

Si despliegas la solapa de Olga de papel, descubrirás a su autora, Elisabetta Gnone, a quien conocerás por W.I.T.C.H. o Fairy Oak. Sin embargo, en esa solapa hay algo más que puede interesarte: la definición perfecta de Olga de papel: «Una historia sobre la importancia de contar historias», reza. Eso es exactamente esta novela. Por eso en ella no encontramos solo una encantadora aventura, sino que también nos asomamos al día a día de Olga, la de verdad, la cuentacuentos. Su relato se ve constantemente interrumpido por sus vecinos pero, lejos de entorpecer la lectura, estas ventanas a la realidad de Olga la enriquecen. Gracias a ellas, y con un mimo y una sutileza admirables, Elisabetta Gnone nos deja entrever la agridulce verdad que Olga esconde tras la niña de papel.

Esta es una novela tierna, que recuerda a esos cuentos donde solo importa dejar volar la imaginación. Aunque, como los buenos cuentos, también oculta una pizca de realidad.