Tienes muchos lunares. ¿Es por culpa de la endogamia?
Alex Claremont-Díaz, hijo de la primera presidenta de Estados Unidos, ha de acudir al evento internacional más importante del año, la boda real inglesa, donde habrá de toparse, lo quiera o no, con su ya legendario archienemigo: el príncipe Henry. La Casa Blanca es, salvando las distancias, lo más parecido a la realeza inglesa, y la prensa lleva comparándolos desde que la madre de Alex se alzó con la victoria. Pero a Alex lo que más le repatea es que el aparentemente inapetente príncipe se crea perfecto.
El día de la boda real, ambos se convierten, muy a su pesar, en protagonistas absolutos cuando, tras buscarse las vueltas, consiguen que la tarta nupcial (de astronómico valor) acabe por los suelos, y ellos dos sobre esta, uno encima del otro. A partir de ese momento, no lograrán sacarse las cámaras de encima: primero habrán de aparentar ser «colegas» para que la situación se calme, y después… digamos que el roce hará el cariño.
Rojo, blanco y sangre azul ha hecho recientemente doblete en los Goodreads Choice Awards, ganando las categorías de mejor novela romántica y mejor debut, algo bastante inusual para un libro New Adult —en el que el sexo tiene mucho peso—. Una novela muy querida por el público estadounidense que, sin duda, es con el que mejor resuena, pues, partiendo de las elecciones presidenciales de 2016, la del libro es una realidad alternativa a la actual. Pero Rojo, blanco y sangre azul es ante todo una «comedia romántica, política y queer, con elementos de la realeza» que funciona como literatura de evasión.
Las cosillas que no nos terminan de convencer son, por un lado, la voz narradora —una tercera persona omnisciente— dadas las circunstancias de la historia y, por otro, cierta descompensación entre la primera mitad del libro —amena, muy desinhibida, ligera y entretenida— con la segunda: con demasiado peso dramático, que frena por completo el ritmo.
No obstante, es muy fácil dejarse atrapar por Rojo, blanco y sangre azul por su factor escapista, su amena ironía y divertida crítica, su carácter rebelde, su fondo esperanzador y por su (no menos importante) tórrido romance.
Juntos, Alex y Henry, son libres, pero ante todo sinceros consigo mismos. ¿No es acaso eso lo más importante?