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El secreto de Emmaline
Megan Shepherd

Molino
Zona <20 El Templo#58 (junio 2017)
Por Víctor Heranz
4.262 lecturas

Entre 1940 y 1941, la Operación Flautista de Hamelin reubicó en el campo a más de tres millones de personas, entre ellos miles de niños, para alejarlos de los bombardeos que asolaban las grandes ciudades británicas.

Emmaline es una más entre esos tres millones de refugiados. Y, como ya has podido adivinar, Emmaline tiene un secreto, pero no uno cualquiera: puede ver caballos alados en los espejos del palacete en el que vive. La mansión, reconvertida en hospital, está dirigida por un grupo de monjas que cuida de una docena de niños, todos enfermos de tuberculosis. Ninguno de ellos conoce el secreto, pues la niña, de imaginación desbordante, es ya objeto de burlas, por lo que anunciar que ve caballos alados en los reflejos no ayudaría a mejorar su reputación de rarita.

Una noche, un caballo alado blanco, al que bautiza como Foxfire, aparece malherido en el jardín de la mansión junto con una nota de El señor de los caballos. En ella, le encarga a Emmaline una misión: evitar que un violento caballo negro, que también ha salido del mundo de los espejos, asesine a Foxfire. Para ello, la niña deberá crear un espectro a su alrededor, un escudo protector con un objeto de cada color del arcoíris, ya que al caballo negro le ciega la luz.

Tras la saga Naturaleza salvaje, Megan Shepherd vuelve a unir historia y fantasía. Esta vez, con la Segunda Guerra Mundial siempre presente como telón de fondo, la autora estadounidense crea un cuento con reminiscencias de Las crónicas de Narnia y que recuerda a El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), en el que una niña trata de alejarse de la barbarie de la guerra a través de la fantasía.

Empuñando una prosa hermosa en ocasiones, farragosa en otras, El secreto de Emmaline parte de una idea muy buena, pero acaba desarrollándose en una trama que peca de simplista. La protagonista se asemeja mucho a otros narradores infantiles que hemos leído recientemente, aunque los secundarios, especialmente el misterioso Thomas, aportan un toque distinto a la historia.

La novela posee un desenlace potente que se consigue gracias a la creación de una muy buena y angustiosa ambientación a lo largo de toda la obra. Junto a Emmaline, el lector es arrastrado a ese caserón lleno de fiebres y sonidos de cascos, y donde la muerte espera tras cada esquina, hasta un final que hace acrobacias entre la imaginación y la realidad.