Lazlo Strange ha soñado toda su vida con la ciudad de Llanto. Es un lugar más allá del desierto donde habitan criaturas fantásticas y donde los humanos han aprendido a transformar los metales en oro. Incluso se dice que sus habitantes hacen tartas y pasteles, y los dejan en la ventana como regalo para los viajeros. Para Lazlo, un huérfano que vive en un monasterio, es el paraíso.

Sin embargo, ya hace doscientos años de la última caravana de comerciantes que llegó desde esas tierras. En este tiempo, muchos han ido en busca de la ciudad maravillosa, pero nadie ha vuelto. Y no solo eso: Llanto no es el verdadero nombre de la ciudad. Años atrás, cuando Lazlo era un niño, alguien logró borrar su nombre de todas las mentes, y solo él se dio cuenta del cambio.

Esto no es más que el arranque de la novela; un punto de partida que es como un grano de arena en el desierto frente a la complejidad que llega a alcanzar la historia. Lazlo compartirá protagonismo con Thyon Nero, el alquimista; Sarai, que vive atrapada en la Ciudadela, y Eril Fane, a quien llaman el Matadioses. A través de ellos conoceremos la historia de Llanto desde puntos de vista muy distintos.

Una vez más, Laini Taylor destaca por su capacidad para crear mundos fantásticos maravillosos y a la vez terribles. En este caso, incluso lo dice uno de sus personajes: las mejores fantasías son las que tienen los mejores monstruos. Para nosotros, las mejores ambientaciones son las que logran ser originales y sólidas, como ocurre en El soñador desconocido y en Hija de humo y hueso, la saga anterior de la autora.

Nuestro único reproche es cierta falta de ritmo en el último tercio de la novela, cuando ya están todas las cartas sobre la mesa y los acontecimientos se precipitan. Nos habría gustado que Laini Taylor fuese más al grano en esa parte, aunque probablemente en ese caso la relación entre algunos personajes no habría tenido espacio para desarrollarse.

Por suerte, los personajes tienen calidad de sobra para mantener el interés del lector en todo momento. Sarai es una protagonista digna de admiración, sensible pero fuerte; la historia de Eril Fane está rodeada de un drama que nos encanta, y Lazlo es un chico humilde, inteligente, imaginativo y bondadoso. En la literatura juvenil, hacen falta menos chicos malos, y más soñadores como Lazlo.