No llamaron a la puerta. Solo se escuchó el chasquido de la cadena de seguridad abriendo el paso; el aluvión de golpes. El batallón irrumpió en la casa y se llevó consigo a Julia y a Eva, dos presas más entre los cientos de detenidos en los meses posteriores a la contienda.
A ninguno de los soldados le importaron Silvina, Martina y Pablo, que jugaban a hacerse los muertos en el cuarto de al lado. Ni el pequeño Mateo, que fue arrancado del pecho de su madre sin miramientos, y quedó a cargo de tres niños que a duras penas sabían cuidar de sí mismos.
Bruno no se enteró de lo sucedido hasta regresar a casa. Estaba en la escombrera en la que acostumbra a jugar cada día mientras recuerda a su amiga Alicia, fallecida durante un bombardeo en el edificio que solía alzarse allí. Alicia es ahora un fantasma, siempre a su lado. La vida adulta ha llegado muy pronto para Bruno; no le ha quedado otra que asumir una enorme responsabilidad y cuidar de su hermana y de sus primos pequeños. Están solos y dependen de la solidaridad de extraños para seguir adelante.
Ventanas, finalista de la última edición del Premio Anaya, coloca la mirada en el punto de vista de los vencidos, de los inocentes que acusan las consecuencias de la Guerra Civil —un conflicto sin nombres en la novela, que podría ser el de nuestra geografía, o cualquier otro—. También habla de la insolidaridad de los vecinos, del miedo a que te relacionen con la familia de un detenido y de una ciudad en la que cinco niños quedan en los márgenes de una sociedad que contempla impasible su desgracia.
La narración de Paloma González Rubio destaca por la certeza con la que logra transmitir el desamparo de sus personajes, una narración que asiste atónita a su desvalimiento, que quisiera rasgar las palabras para tender una mano a la familia de Bruno. Ese es el lugar en el que te sitúa como lector, y se vale de una ambientación lúgubre y opresiva para transmitir su desdicha. Es directa, dura, pero también es una narradora llena de sensibilidad y respeto; hay algo de magia en la forma que tiene de acompañar a sus personajes.
El virtuosismo de Ventanas reside también en su estructura: cada capítulo está encabezado por el nombre de una ventana distinta. Tragaluz. Mirilla. Vidriera. Óculo. Aspillera. Su historia nos recuerda que las ventanas se crearon para dejar pasar la luz, pero hubo una época, no tan lejana, en la que permanecieron desnudas para mostrar las vidas ejemplares de las personas. Todo a la vista, nada que ocultar ni de lo que avergonzarse.