Un buen día, el Topo decide que ya ha dedicado suficiente tiempo a las tareas de la casa y sale a disfrutar del sol y el viento fresco. El mundo exterior le maravilla, de modo que sigue explorando y descubre el río y, más allá del río, la casa del Ratón de Agua. Todo le resulta fascinante: su primer paseo en barca, la acogedora casa del Ratón y, en especial, el propio Ratón, una criatura digna de admiración que se convertirá en su mejor amigo.

Cada capítulo deparará nuevas aventuras al Topo y al Ratón en las que el lector conocerá a más personajes: el respetable Tejón, los ratoncitos cantores de villancicos, el insensato Sapo... No habrá grandes peligros, pero el día a día de la vida en el campo será suficiente para entretenernos, ya sea con una imprudente visita al Bosque Salvaje o con la búsqueda de una de las crías de la Nutria.

Kenneth Grahame crea este clásico de la literatura infantil con un sabor muy británico: la historia de unos animales personificados que adoran su hogar y aspiran a llevar una vida tranquila rodeados de buenos amigos. Su gran éxito es conseguir transmitir la placidez de la vida en el campo, la sensación reconfortante de un saloncito acogedor y el cariño hacia aquellas personas que siempre nos acompañan. La amistad es el tema en el que más ahonda a través del retrato de los personajes: el Ratón es apacible y sensato, el Topo es más inseguro pero muy leal, el Tejón es admirable aunque severo, y solo el Sapo tiene un comportamiento reprobable que, dicho sea de paso, viene fenomenal para dar impulso a la trama.

Publicado por primera vez en 1908, El viento en los sauces tuvo un arranque poco prometedor, con críticas muy negativas, pero al año siguiente contó con el apoyo de Theodore Roosevelt, en aquel entonces presidente de Estados Unidos, y a partir de ahí su éxito no paró de crecer. Quizá en España sea menos conocido, pero en el mundo anglosajón se lo considera un clásico a la altura de Peter Pan, Winnie the Pooh o los cuentos de Beatrix Potter. Una lectura perfecta para disfrutar bajo la temblorosa luz de la chimenea de Netflix en estas tardes de otoño.