Desde que tiene uso de memoria, Makepeace ha sufrido terribles pesadillas. Cuando está dormida pierde el control de sus pensamientos, y su mente es más poderosa que la de la mayoría. Su madre ha intentado enseñarla a protegerse, pero nunca le ha dado explicaciones; no quiere decirle quién es su padre, por qué huyó de él ni en qué consiste su poder. De modo que, cuando su madre muere, Makepeace se queda completamente sola y, lo que es peor, desinformada. Descubre que su padre era un Fellmotte y, rechazada por todos los demás, termina refugiándose en las garras del peligro del que su madre la había salvado.
En Grizehayes, la mansión de su familia, la acogen como criada. Los Fellmotte practican algún tipo de magia oscura, pero Makepeace logra mantenerse al margen durante unos años e incluso hace un amigo: James, su medio hermano. Durante todo ese tiempo, consigue ocultar su mayor secreto: en su interior alberga el alma de un oso. Ni siquiera ella tiene muy claro cómo logró hacerle espacio al oso, pero ahora es su compañero más fiel y también su mayor debilidad, pues a veces toma el control de su cuerpo.
En la Inglaterra de Carlos I, durante los años que precedieron a la guerra civil, no es difícil imaginarse que una historia como esta pudiera ocurrir. El clima lúgubre y la desigualdad social combinan muy bien con un tercer ingrediente, la magia, que la autora añade en pequeñas dosis para hacerla más creíble.
La voz de las sombras promete un argumento original y emocionante; en ese sentido, cumple las expectativas, pero lo hace con unos protagonistas que no llegan a brillar. La autora dedica muchas páginas a desarrollar a Makepeace y a James para que el lector pueda comprenderlos y ser testigo de su evolución. Sin embargo, acaban resultando grises, sin ningún carisma, quizá por la ausencia total del humor en la novela.
Aun así, La voz de las sombras se disfruta gracias a su cuidada ambientación, un enfoque distinto de la fantasía y una trama interesante.