Usted escribe literatura infantil y juvenil, ¿podría decirnos dónde se encuentra la diferencia? Porque hay muchas novelas que están un poco a medio camino entre ambos (sobre todo las de la franja 11-13). Cuando escribe una novela, ¿sabe para qué edad específica es? ¿O es algo que decide el editor? ¿Se ha llevado alguna sorpresa con algún libro suyo?
Es más fácil establecer una diferencia entre la literatura infantil y la juvenil, que entre la juvenil y la adulta. Da la sensación de que lo infantil puede acotarse mejor, comenzaría cuando el niño empieza a leer, o incluso antes, cuando alguien le lee o le cuenta algo, y termina en torno a los doce años. Esa franja que señaláis (once a trece años) es evidente que tiene algo de fronteriza y dependerá de la madurez de cada lector para colocarse a un lado o a otro. A la hora de escribir nunca pienso en la edad exacta de los posibles lectores, pero sí es cierto que cuando escribo un libro infantil tengo claro que es infantil, cosa que no me ocurre con las novelas para jóvenes. A veces los editores han “subido o bajado” la edad de lectura de alguno de mis libros, en relación con lo que yo había pensado previamente, pero es algo que no me preocupa. También tengo que decir que, en algún caso, libros que habían sido colocados en una franja de edad, con el paso del tiempo los propios editores han decidido cambiarlos, porque se dieron cuenta de que los habían situado mal. Un escritor no debe pensar demasiado en la edad de los lectores. Creo que ni a los niños les gustaría que escribiésemos pensado en si tienen ocho, diez o doce años.
Nos ha parecido curioso que la mayor parte de sus libros fantásticos son infantiles (incluso Menguante, pese a estar publicado en una colección juvenil, tiene un tono más infantil). ¿A qué cree que se debe? ¿Acaso a los jóvenes (de 13 años en adelante) les cuesta más entrar en lo fantástico?
Muchos críticos que han analizado mi obra han coincido en una cosa: la variedad. Me encanta explorar diferentes caminos. A veces me he movido en el realismo y otras veces en la fantasía, y también me gusta el camino intermedio, donde ambas cosas se dan la mano. Menguante tiene “un tono más infantil”, como decís, pero creo que es un libro con muchas lecturas detrás y con una carga crítica y satírica importante hacia comportamientos de nuestra sociedad, en la que ni siquiera un escritor, como el protagonista, sale bien parado. Menguante es una parodia de muchas cosas, entre ellas, la literatura fantástica. El beso de una fiera o El archipiélago García son libros para jóvenes donde también hay dosis de fantasía. Lo que ocurre es que a mí la fantasía por la fantasía no me atrae. Suelo hacer un matiz entre fantasía e imaginación y, por supuesto, me quedo con la imaginación. La imaginación se puede aplicar incluso a la vida cotidiana. Me gusta que la literatura, como decía Sábato, explore la condición humana, y eso me hace en muchas ocasiones fijarme en los problemas que nos rodean, en las angustias y en los sentimientos profundos de las personas, en este caso de los jóvenes. Pero tengo la sensación de que en este momento los jóvenes de trece años en adelante prefieren la literatura fantástica, en muchos casos de pura evasión. Ahí están las cifras de ventas y el aluvión de literatura fantástica.
Usted lleva ya muchos años visitando colegios e institutos y manteniendo encuentros con sus lectores. ¿Cómo suelen ser esos encuentros? ¿Ha notado cambios en los chavales de las nuevas generaciones? También sabemos que ha viajado a otros países, como Colombia (donde se desarrolla la novela Barro de Medellín), ¿qué diferencias ha encontrado entre los jóvenes de aquí y los de allí?
Hace veinte años ir a un colegio o instituto era un acontecimiento para el centro, y esto se notaba mucho en la actitud. Hoy se está convirtiendo en una rutina y eso degrada la calidad. Además, algunos profesoras se limitan a animar a leer prometiendo a los alumnos la visita del escritor. Es un disparate. La animación a la lectura debería ir por otro camino, y la visita del escritor solo sería un peldaño más. Pero, dicho esto, tengo que reconocer que me gustan los encuentros, que son enriquecedores para ambas partes y que siempre encuentras a alguna persona (niño o joven) por la que merece la pena seguir haciéndolos. En Colombia lo que se nota es esa diferencia de actitud a la que me refería al principio. Allí te reciben con los brazos abiertos, te agasajan, te cantan canciones, te dedican bailes y poemas, te transmiten su mundo y sus ilusiones y luego se produce el encuentro. Están deseosos de saber y de aprender. Son como esponjas. Es una actitud que también pude comprobar en los adultos. Allí hay muchas cosas por hacer, todo está en ebullición y efervescencia.
Si tuviera que recomendar una de sus novelas a un joven al que no le gustara leer o que no hubiera leído nada suyo, ¿qué título le diría? ¿Y por qué?
Ya lo he hecho a veces, y ha funcionado. Le recomendaría Pupila de águila. No sé qué tendrá esa novela, pero gusta a la inmensa mayoría de los lectores, que además no la olvidan. Me estoy encontrando a personas (algunos profes también) en torno a los treinta años, que leyeron el libro hace quince, y que me hablan de él, de lo mucho que les impactó. Por ese motivo –la experiencia de muchos lectores- lo recomendaría para empezar. Luego, hablaríamos de otros títulos.
Hemos leído Noche de Alacranes y nos ha encantado. ¿Cuál fue el punto de partida de esta novela? ¿La trama y los personajes (especialmente la entrañable Delgadina) están basados en hechos reales?
Generalmente, la mayor parte de mis novelas comienzan por una idea, que suele ser difusa. Luego, comienza un proceso en el que todo se va a aclarando poco a poco. La idea que rondaba por mi cabeza era cómo el destino (no sé si es la palabra adecuada) juega con nosotros. Quería hablar de alguien que se ve arrastrado por unas circunstancias que no ha elegido y que ni siquiera comprende. Esa era la idea. En ese momento estaba leyendo un libro sobre maquis ( esos guerrilleros que plantaron cara a la dictadura franquista en la posguerra, de manera precaria y muy utópica) y de repente encontré el marco adecuado. El siguiente paso fue perfilar a los personajes. He de decir que me siento, sobre todo, un autor “de personajes”. Es lo que más me gusta de un libro. Me volqué en Delgadina y buceé en su mundo. No es un personaje real, ni la historia lo es. Pero sí es real el momento histórico, las circunstancias sociales y políticas de la dura posguerra española. Son reales los paisajes, aunque nunca doy el nombre de los lugares. La ciudad donde vive Delgadina, aprovecho para decirlo ahora, es León. Y el pueblo estaría situado en algún valle de la cordillera Cantábrica.
En Noche de alacranes, igual que en Pupila de águila, La puerta falsa y muchas otras de sus novelas, hay una gran historia de amor. ¿Es usted un romántico? ¿Cree que falta sentimiento en la actual literatura juvenil ? ¿Es difícil expresar los sentimientos?, ¿hay algún truco?
Al final de El beso de una fiera, un personaje cincuentón, antiguo escritor de éxito, dice que solo hay dos cosas que le mantienen vivo: el amor y el misterio. Me gusta hablar de sentimientos en mis libros, y no todos tienen que ser amorosos. Hay mucha literatura juvenil muy superficial, muy tópica, muy didáctica... Si algo intento en mis libros es indagar en los sentimientos, quizá eso me haga ser un “sentimental”, pero desde luego no un sentimentaloide. ¿Trucos? No me gustan los trucos en la literatura, prefiero que todo quede al descubierto. El secreto puede ser escribir desde dentro de los personajes, o al menos tratar de hacerlo. Vivimos una sociedad que no valora demasiado los sentimientos, que no invita a la reflexión, a la introspección. Ahí es donde la literatura puede jugar un papel importante.
¿Lee a otros autores de literatura juvenil? ¿A cuáles? ¿Cómo es su relación con ellos?
Sí, aunque reconozco que cada vez menos. Cuando empezaba a escribir literatura infantil y juvenil leí mucho. Quería ponerme al día de lo que se estaba haciendo. Ahora suelo ser mucho más selectivo y voy buscando libros puntuales de los que me ha llegado alguna referencia interesante. Leo mucha más literatura de adultos. Algunos de los autores que más leo son amigos. Eso me hace ver sus libros con otros ojos. En el mundo de la LIJ [Literatura Infantil y Juvenil] se dice que hay buen ambiente y que todos nos llevamos muy bien. No estoy seguro. Creo que esto es una apariencia. Luego, por debajo funcionan otras cosas. Me he mantenido y me mantengo al margen de este mundillo y de los grupúsculos que han ido surgiendo. Siempre he sido un solitario, ¿por qué no iba a serlo también en la literatura? Utilizaré una frase de Juan Marsé, que ya se ha hecho célebre: “Me apasiona la literatura, pero detesto el mundo literario.”
En este número hay un artículo especial sobre cómo publicar la primera novela. Aprovechando que le tenemos aquí, queríamos preguntarle como fue en su caso. ¿Envió un manuscrito a una editorial, ganó un concurso, consiguió un agente?
No tengo agente literario, aunque parece que ahora se está haciendo casi imprescindible para un autor que quiera despuntar. Yo había tenido alguna experiencia en el mundo del teatro, e incluso alguna colaboración con una editorial pequeña; pero el primer libro vino de la mano de un premio literario. Los premios, a veces, sirven para descubrir a un escritor; aunque ahora veo que la mayor parte de los premios –sobre todo los más conocidos- prefieren apostar por grandes operaciones de marketing y por autores ya consagrados. En la literatura para adultos está clarísimo y hay síntomas de que comienza a suceder también en la LIJ.
Usted se dedicó al teatro y al cine, antes que a la literatura. ¿Puede contarnos un poco cómo fue la experiencia en esos medios?
El teatro siempre me ha gustado, y sigo escribiendo. Hace poco gané el premio ASSITEJ de teatro infantil y recientemente he publicado El tesoro más precioso del mundo, que también es teatro, aunque envuelto en una narración. Mi experiencia en el cine es más anecdótica. Sí, colaboré con una productora cuando tenía poco más de veinte años. Hice el guión cinematográfico de alguna novela y un proyecto de película de aventuras, que nunca se rodó, y que me sirvió de base para más adelante escribir uno de mis libros infantiles más populares: Un amigo en la selva.
En muchas entrevistas usted ha hablado de dos miradas: una hacia dentro y otra hacia fuera, que usted usa como método para crear historias. Pero, en su caso, ¿cuál es la semilla que lo inicia todo? ¿Surge de esa mirada interna (un sentimiento, un recuerdo, una inquietud), o de la externa (una noticia, una anécdota que le cuentan...)?
De todo lo que habéis apuntado, y de más cosas. Una de las últimas conferencias que he dado llevaba por título “Los caminos de la inspiración”. Y lo que básicamente decía en ella es que no hay, al menos para mí, un único camino, sino muchos y diversos. Las dos miradas son una forma de agruparlos, de organizarlos. Además, yo siento que hay obras que salen de lo más profundo de mí mismo (recuerdos, vivencias, emociones...) y otros que me han llegado desde fuera (por ejemplo, mi viaje a Colombia me dio la idea de Barro de Medellín). La semilla tiene que estar dentro del escritor, dentro de su actitud ante la vida, dentro de sus ilusiones, dentro de sus sueños más profundos, dentro de su capacidad para convertir la realidad en literatura...
¿Cuál es el libro que más tiempo le ha llevado escribir? ¿Alguna vez ha dejado un libro inconcluso? ¿Qué es más difícil: escribir un libro infantil o una novela juvenil?
Sin billete de vuelta es uno de los libros que más tardé en escribir, entre otras cosas porque, al tratarse de varias historias, no lo escribí de corrido. Además, tuve que documentarme mucho e, incluso, hacer algún viaje a lugares que quería describir. Curiosamente, no es un libro largo, sino todo lo contrario. También estuve mucho tiempo con Pupila de águila, que modifiqué varias veces, o con Noche de alacranes, o con Anoche hablé con la luna. Por el contrario, hay novelas que he escrito de un tirón, como Sin máscara, Eskoria, Soles negros. El tiempo de escritura no es un valor añadido a un libro, aunque es cierto que nunca debe escribirse con precipitación. Pero cada escritor tiene su ritmo de trabajo (e incluso su capacidad de trabajo), y cada libro también lo tiene. Ha tratado temas como la emigración (Sin billete de vuelta), la explotación de inmigrantes (Soles Negros), el acoso escolar (Eskoria), las drogas (Pupila de águila, La jefa de la banda), el alcoholismo (Las siete muertes del Gato), la incomunicación en las familias (El archipiélago García), etc.
¿Cree que la literatura dirigida a jóvenes debe tratar cuestiones sociales importantes, tal vez para obligarles a reflexionar sobre el mundo en el que viven?
Creo que la literatura debe tratar cuestiones importantes, y como somos seres humanos organizados en una sociedad, debe tratar cuestiones sociales importantes. Es lo que decía antes, la literatura como forma de reflexionar sobre el ser humano: su conducta, sus sentimientos, sus dudas, sus sueños... Pero, eso sí, el arte y la literatura tienen muchos recursos y una novela, por encima de todo, debe ser una novela, no un tratado o mini ensayo sobre problemas sociales. Yo, sobre todo, he tratado de escribir novelas, con personajes, con tramas, con ambientaciones, con imaginación... El lector debe saber, en primer lugar, que está leyendo una novela, que se está enfrentado a un hecho literario. Si luego esta novela le hace reflexionar sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el mundo en el que vive, pues mejor. Pienso que solo podremos hacer lectores si ofrecemos literatura. Y cuanto mejor sea esa literatura, mejor podrán ser esos lectores.
En su caso, hay varias novelas que hablan de la muerte (Las siete muertes del Gato, La casa de verano), y más en concreto, del suicidio (Pupila de Águila y La puerta falsa). ¿Es una constante en su literatura? ¿De dónde le viene ese interés por el tema del suicidio?
No estoy obsesionado por la muerte, pero reconozco que he pensado en ella desde que era joven. Desde luego no te enfrentas igual al hecho de la muerte cuando tienes dieciséis años que cuando tienes cincuenta. Y aunque debiera parecer lo contrario, quizá se viva con más angustia a los dieciséis. El suicidio, sin ser tampoco una obsesión, también me ha hecho pensar a veces. Hay muchas formas de suicidio, por cierto, y existen muchos “suicidados” con los que nos cruzamos a diario por la calle. Muchos escritores se han suicidado realmente (se han quitado la vida), pero muchos más se han suicidado literariamente (han dejado de escribir o se han vendido como escritores). Reconozco que hay dos libros en los que hablo claramente de la muerte, uno infantil, Tras la pista del abuelo, y una novela, La casa de verano, este último está lleno de recuerdos y de experiencias personales: mi mejor amigo de la infancia y adolescencia murió a los dieciséis años; en gran medida, lo recuerdo en la novela, aunque con grandes dosis de ficción. El suicidio, como señaláis, aparece en Pupila de águila, de pasada, y sobre todo en La puerta falsa, pero esta novela es una ficción, una novela de aventuras al uso, y en realidad más que de suicidios se trata de asesinatos camuflados. Nunca me he planteado escribir una novela de un suicida en potencia, que, por cierto, podría ser muy interesante.
Otro tema, recurrente en su obra, es el viaje, y sobre todo en tren (La puerta falsa, Pupila de águila); también utiliza las estaciones de trenes como lugar de encuentro de los personajes (Pupila de águila, Sin billete de vuelta). ¿Le atrae esa forma de viajar más que otros medios: el coche, el avión? ¿Es una cuestión de nostalgia?
Sí, hay viajes en mis novelas. En el espacio y también en el tiempo. Algunas personas piensan que la literatura para jóvenes debe ser lineal, sin cambios bruscos, contadas por orden cronológico... Estoy en contra. Cada novela requiere una estructura, y esta no tiene por qué ser idéntica a otras. Escribir un libro es viajar. Y leer también es viajar. Viajar al fin del mundo, a otros mundos, o a lo más íntimo del ser humano. Me encantan los trenes y todo el ambiente que los rodea: estaciones, viajeros que llegan, que se van, encuentros, despedidas... Grandes hangares con techos de hierro, relojes que cuelgan, paneles llenos de “llegadas” y “salidas”... Un tren se presta a que ocurran muchas cosas en su interior, desde luego mucho más que en un avión, donde siempre se viaja más encorsetado. No busco premeditadamente trenes y estaciones, pero me salen solos, casi sin darme cuenta. Hay muchos libros míos infantiles también con trenes. ¿Qué tendrán los trenes? ¿Por qué, cuando vamos con un niño y vemos pasar un tren a lo lejos, siempre se lo señalamos con gozo y le decimos: “¡mira, un tren!”, como si el tren fuera una cosa extraordinaria?
¿Cuál de sus libros es más especial para usted? ¿A cuál le tiene más cariño, o siente que es más personal, y por qué?
Siempre es difícil elegir un libro, pero al menos en la pregunta habláis de cariño. Eso me gusta. Hay otros que directamente te preguntan por tu mejor libro. No sé cuál es mi mejor libro. Espero no haberlo escrito todavía. Pero es cierto que a algunos libros les coges un cariño especial, sobre todo con el paso del tiempo. Eso no significa que sean los mejores. Suele haber alguna circunstancia que haga que esos libros se vuelvan especiales: que tengan mucho que ver contigo mismo, que te recuerden algo o a alguien, que sean fruto de una experiencia importante... De mis libros infantiles, Timo Rompebombillas, Apareció en mi ventana, La jefa de la banda, Las trenzas de Luna... De mis novelas, La casa de verano (ya expliqué antes por qué), o Las siete muertes de Gato, o Noche de alacranes... Es difícil quedarse con uno. Y mucho más difícil explicar el porqué.
Leyendo muchas de sus novelas, nos ha sorprendido que hay unas precisas descripciones de algunas ciudades, sobre todo Madrid y Barcelona, con localizaciones muy exactas y, en cambio, por el contrario, hay muy pocas descripciones físicas de los protagonistas. ¿A qué se debe esto? ¿Es porque la ciudad es un personaje más de la novela? ¿O es para acercar más la acción al lector? En cuanto a las breves descripciones de personajes: ¿Es un recurso para que el lector tenga la libertad de imaginarse al personaje como quiera? Aprovechando que hablamos de personajes: ¿Cuál es su método para darles vida? ¿Cómo crea usted a sus protagonistas?
Hay dos cosas fundamentales en una novela: los personajes y la ambientación. El argumento me parece más secundario. Muchas veces recuerdo libros que he leído por sus personajes o por la ambientación, pero la trama se me ha olvidado. Y para crear una ambientación no hace falta recurrir a un lugar real. A veces hablo de ciudades o paisajes naturales y no doy el nombre, como ocurre por ejemplo en Menguante, donde también aparece una ciudad en la primera parte del libro. Siempre intento crear esa ambientación y meter al lector dentro de ella, que se sienta caminando por las calles al lado de los personajes, que sueñe como ellos bajo el techo de hierro de una estación... No importa que el lector no conozca ese lugar. Con su imaginación podrá hacerlo. No hace mucho tiempo me contaba una chica, que ahora tendrá unos veinticinco años, que cuando vino a Madrid para estudiar en la universidad (ella era de otra ciudad) lo primero que hizo fue visitar todos los lugares que se describían en Pupila de águila, incluido por supuesto el hangar de la Estación del Norte (hoy Príncipe Pío). A mí me emocionó esta revelación. Muchos lectores me han reprochado que no hago descripciones físicas de los personajes. Suele ser verdad. El físico del personaje me da igual. Me importa más el “retrato psicológico”. Quiero que el lector conozca al personaje por dentro: su mundo y su vida. Pero la cara, el cuerpo, los detalles meramente físicos no me importan demasiado, salvo excepciones obvias (como en Palabra de Nadie, o Con los ojos cerrados), donde el aspecto físico es importante. Prefiero que cada lector se imagine ese retrato meramente físico. A la hora de crear el personaje tengo la sensación de que yo mismo me convierto en ese personaje, escribo desde dentro de los personajes, vivo con ellos, trato de sentir con ellos y como ellos. Por eso, cuando acabo un libro, siento pena por tener que despedirme de unos personajes que han sido tan entrañables. Como puede verse, no practico el “distanciamiento” que pregonaba mi admirado Bertolt Brecht.
En breve aparecerá su nueva novela Autobiografía de un cobarde. ¿Nos puede hablar un poco de ella? Tenemos entendido que está escrita en primera persona (igual que Palabra de Nadie) pero, si no nos han informado mal, tiene la peculiaridad de que no aparecen comas, ni dos puntos, ni los guiones de diálogos, únicamente puntos, exclamaciones e interrogantes. ¿La voz del narrador le obliga a ello? En cuanto al futuro, ¿qué nos puede adelantar sobre sus nuevos proyectos?
Autobiografía de un cobarde se acaba de publicar. Ya tengo en casa los primeros ejemplares. Así que ya podrá leerse. Ahora estoy pensando un poco en la novela para tratar de responder a vuestra pregunta. Me cuesta. Es un libro aparentemente sencillo, pero con muchas capas. Es una historia violenta que habla de la violencia, y una historia sensible que habla del amor; pero también el libro trata de recordarnos que todos debemos tener unos principios éticos, sociales, solidarios..., porque de lo contrario dejaríamos de ser humanos. Quizá habla de cosas que no se valoran demasiado por nuestra sociedad actual: el compromiso con uno mismo y, por añadidura, con los demás. Como habéis señalado, creo que es peculiar “la forma” en la que está escrita. El libro, en realidad, lo escribe el protagonista, que reconoce que tiene serias dificultades para escribir. No sabe escribir, no sabe expresarse, no sabe redactar. Por eso, para facilitarse el trabajo, decide escribir la historia solo con un signo de puntuación: el punto. Por supuesto, me condicionó mucho escribir así, y tuve que renunciar a muchas cosas, pero me gusta el resultado obtenido. Creo que la novela se vuelve trepidante. Va siempre a lo esencial. Directa. Sin rodeos. Tras casi un año sin escribir (no vienen mal estos parones de vez en cuando) tengo varios proyectos. Muchos. El no escribir te hace pensar más. Lo primero es un libro infantil, que ya tengo prácticamente terminado, y luego quiero escribir una novela sobre alguien (una joven de dieciocho años al borde de un abismo) que encuentra sentido a su vida donde menos se lo espera (y no será una historia de amor, como alguien podría pensar). Y más ideas. Se me ocurren tantas cosas, que muchas veces no sé por dónde empezar. Pero esto es bueno.
Usted ha participado en muchos concursos literarios, ganando algunos de los más importantes galardones en literatura infantil y juvenil. ¿Cuál le ha producido más satisfacción? ¿Puede contarnos alguna anécdota relacionada con alguna de estas ocasiones en las que ha participado en premios literarios?
Creo que por las circunstancias personales y familiares que lo rodearon y que me crearon una enorme tensión, me quedaría con el Gran Angular, en el 2005. Cuando dijeron mi nombre al final de una interminable cena sentí un “plaffff”, que estuvo a punto de dejarme sentado en la silla, sin reaccionar. Como anécdota, puedo contar que me enteré que había ganado El Barco de Vapor, en 1990, dentro de un ascensor. Como suena. Y no fue por una llamada de un móvil (en esa época nadie llevaba móviles). Un día contaré cómo sucedió. Recientemente he ganado el premio Ala Delta y cuando me lo comunicaron iba yo solo en coche, conduciendo por una estrecha carretera de montaña. Cometí la imprudencia de coger el teléfono y luego no tenía sitio donde parar. La alegría me incitaba a soltar el volante y dar un salto, pero el precipicio que se abría a un lado me hizo contenerme.
¿Cómo se prepara una novela para un premio? ¿Decide que va a enviarla a un concurso antes o después de acabarla?
Jamás he preparado una novela para un premio. Escribo los libros que me apetece. Nunca he escrito por encargo. Simplemente escribo lo que quiero, lo que llevo dentro. Y a veces –y no sé explicar por qué- acabo un libro y me digo que se trata de una obra para un premio. Me pasó cuando acabé Noche de alacranes, y también con Barro de Medellín. En ambos casos funcionó mi intuición. Decidir enviar un libro a un premio es algo posterior a la escritura del mismo, al menos para mí, aunque sé que no es igual para otros. He oído decir a muchos escritores algo así como... “estoy escribiendo un libro para tal premio”. Pues tendríamos que preguntarles a ellos.
¿Cómo lleva el tener un hijo también escritor? Cuando se reúnen, ¿hablan de libros? ¿Se recomiendan lecturas?
Lo llevo bien, por no decir muy bien. Creo que este hecho me une más a mi hijo, y eso es estupendo, pues aparte de los lazos propios de padre-hijo existen otros hilos que nos unen y que nos hacen cómplices de muchas cosas. Ningún problema al respecto por mi parte. Y aprovecho para decir que no siempre es así (y conozco algún caso). Por absurdo que parezca, a veces surge una especie de envidia y cualquier éxito del hijo hace que el padre se sienta “amenazado”. Es el dichoso ego de la mayor parte de los creadores, que no acepta la sombra de nadie, ni de su propio hijo. Por otro lado, también está el trauma del hijo, cuando tiene un padre muy brillante y él piensa que jamás podrá llegar a donde está él. En fin, un tema para el psicoanálisis, que ya ha tocado la literatura y el cine. Insisto, con mi hijo-escritor, muy bien. Con mi hijo-hijo, fenomenal.
No podemos terminar la entrevista sin dar las gracias a Alfredo, una vez más, por su amabilidad. Le deseamos mucha suerte con sus nuevos proyectos y que no deje de escribir. ¡Hasta siempre!