En el número 12 de nuestra revista, en octubre de 2009, te entrevistamos por primera vez. Desde entonces, has publicado más libros y nosotros tenemos algunas preguntas más que hacerte. Hace diez años, nuestra última pregunta era qué estabas escribiendo en esos momentos y nos contabas que tenías muy avanzada una novela juvenil de ciencia ficción con el título provisional de La isla de San Bowen. El título al final no cambió demasiado y los lectores disfrutamos mucho con La isla de Bowen, Premio Edebé en 2012, Premio El Templo de las Mil Puertas en 2012 y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2013. Aunque ya tenías experiencia en los premios literarios, ¿qué supuso para ti ese reconocimiento?
Suelo decir que los escritores somos como caballos de carreras que corren solos en hipódromos vacíos. Nadie nos anima mientras corremos/escribimos; ni siquiera sabemos si vamos los primeros o los últimos. Pero a veces, cuando un caballo corre bien, se le dan unas palmadas en el lomo y un terrón de azúcar. Bueno, pues eso son los premios literarios: terrones de azúcar muy dulces. Ganar esos tres premios fue una inmensa satisfacción y un honor; aunque también una responsabilidad, porque me ponía más alto el listón de calidad.
La isla de Bowen fue un proyecto muy personal. Desde que regresé a la escritura a comienzos de los 90 tenía el propósito de escribir una novela de aventuras clásicas, al estilo de Julio Verne. Lo fui posponiendo, pero en 2007 sufrí una grave enfermedad y, cuando me recuperé, me dije: o lo escribo ahora o igual la palmo. Estuve año y medio documentándome y luego un año escribiéndola. Fue un trabajo absolutamente libre, porque no la escribía ni para jóvenes ni para adultos, sino para mí. Ni siquiera me marqué un límite de páginas; la novela tendría la extensión que necesitara, fuera cual fuese (al final fueron 500 páginas). Lo primordial para mí era recrear el “aroma” de las novelas de aventuras clásicas. Para ayudarme a enfocar el relato, escribí un cartel y lo puse en mi despacho, en lo alto de una librería, bien visible. Es un texto de Verne, el mensaje que encuentra el profesor Lidenbrock en Viaje al centro de la Tierra. Después de verlo durante un año me lo he aprendido de memoria: “Desciende al cráter del Yocul de Sneffels que la sombra del Scartaris acaricia antes de las calendas de julio, audaz viajero, y llegarás al centro de la Tierra, como he llegado yo. Ame Saknussemm”. Para mí, en ese breve párrafo con esos maravillosos nombres se concentra todo el espíritu de la aventura.
Muchos de nosotros te conocimos con alguna de tus primeras novelas, como La catedral o Las lágrimas de Shiva, que ya son long-sellers de literatura juvenil en nuestro país. Has comentado que estás escribiendo la segunda parte de Las lágrimas de Shiva. ¿Qué nos puedes contar de este proyecto?
En realidad, ya no es un proyecto, sino una realidad, porque acabé de escribirla hace unos cuatro meses. Se llama El Círculo Escarlata y aparecerá en Edebé en otoño del año que viene.
Las lágrimas de Shiva es mi mayor éxito editorial, un long-seller sorprendente. Siempre que daba charlas en los institutos, los alumnos me pedían (casi exigían) que escribiera una segunda parte. Pero yo no le veía sentido; los protagonistas de la novela son chicos y chicas normales a los que no suelen pasarle cosas extraordinarias, como las que suceden en la novela. No tienen nada de especial, así que meterles en una nueva aventura se me antojaba forzado. Pero un día caí en la cuenta de que el protagonista y narrador sí tenía algo especial: veía fantasmas. Me puse a darle vueltas en la cabeza y fui descartando argumentos hasta que, al cabo de cuatro o cinco años, encontré uno que contenía todo lo que yo quería contar.
El Círculo Escarlata reúne a los mismos personajes de la anterior novela, pero cuatro años después, en 1973, y de nuevo en Santander. La relación entre Javier y Violeta no prosperó y habían perdido el contacto, pero un nuevo misterio y un nuevo fantasma hacen que se reencuentren, aunque su relación será bastante tortuosa. Digamos que es una novela de misterio, terror, comedia y romance.
La Hora Zulú es tu último libro publicado. Salió este verano y con él cierras la trilogía de Las crónicas del parásito, después de La estrategia del parásito y Manual de instrucciones para el fin del mundo. Defines esta trilogía como un tecno-thriller y tratas temas como los peligros de Internet o la inteligencia artificial y sus consecuencias. ¿Qué se pueden esperar los lectores del desenlace de la historia?
La primera novela de la trilogía, La estrategia del parásito, trata sobre los peligros de Internet y sobre lo que podría ocurrir si alguien controlara la Red y decidiera hacerle la vida imposible a un tipo normal y corriente; en este caso a Óscar, el protagonista de la trilogía. La novela tiene un final abierto y, como en caso de Las lágrimas, los lectores no dejaban de pedirme que continuase la historia. Además, tenía una deuda con el protagonista.
Cuando escribí la primera novela me propuse que el protagonista y narrador fuese un tío enteramente normal, un estudiante de veine años como cualquier otro. A Óscar le meten en un lío en el que peligra su vida y no tiene ni idea de qué está pasando. Como es lógico, como nos pasaría a cualquiera de nosotros, mete la pata varias veces, y si logra sobrevivir es gracias a Judit, su compañera de fatigas. Bueno, pues hubo lectores que no encajaron bien eso. La novela les gustó, pero les irritaba el protagonista. Un lector escribió en un blog que la novela le había encantado, pero que no soportaba a Óscar, y escribió: «Es tonto. ¡Es tonto! ¡ES TONTO!». De modo que en las otras dos novelas le di a Óscar la oportunidad de madurar, fortalecerse y convertirse en un factor determinante de la trama. Vamos, que le permití redimirse.
En Manual de instrucciones para el fin del mundo proseguí la historia e introduje una nueva amenaza, la biológica, le creación de microorganismos letales por ingeniería genética. Finalmente, en La hora Zulú, se resuelve la trama con un final agridulce. Combatir la amenaza de Miyazaki supone pagar un precio terriblemente elevado. No para los protagonistas, pero sí para la humanidad.
Desde hace años eres un asistente asiduo del Festival Celsius 232. Este julio presentaste allí Manual de instrucciones para el fin del mundo. ¿Qué es lo que te atrae de este tipo de festivales literarios?
En realidad, no asisto a demasiados festivales literarios. Pero el Celsius es especial, por muchos motivos. Yo, como escritor, me dedico sobre todo a dos géneros: la ciencia ficción & fantasía y la literatura juvenil. Pues bien, ambos géneros se dan cita en el Celsius. Además, Avilés es perfecto para ese encuentro: está todo concentrado en la misma plaza, se come bien, hay muchos bares, se celebra en julio, pero hace fresquito. Y lo mejor de todo: la gente. Cientos de frikis encantadores. Hay un montón de actividades, mesas redondas, conferencias, entrevistas... Y, sobre todo, el placer de reencontrarte con viejos amigos y charlar en alguna terraza.
En 2004 publicaste una novela titulada La compañía de las moscas, con una trama que se acercaba a la masacre de la escuela de Columbine en Estados Unidos. En septiembre de 2015 salía Las fabulosas aventuras Profesor furia y Mr. Cristal, una reedición de aquella primera historia. ¿Qué es lo que te ha llevado a volver a narrar esta historia? ¿Te gustaría reescribir alguna otra de tus novelas?
La verdad es que no la reescribí; simplemente, le cambié el título. Publiqué La compañía de las moscas en Alfaguara y ha sido mi mayor fracaso. Sólo hubo una edición y se descatalogó. En realidad, no me extraña; es una historia muy fuerte, muy intensa. De hecho, funcionó mucho mejor en México, donde están más acostumbrados a la violencia, que en España. En cualquier caso, tenía un título que nadie podía recordar. Así que reedité la novela en Edebé y le cambié el título por Las fabulosas aventuras Profesor furia y Mr. Cristal, porque en el fondo es una historia de superhéroes. Aunque ha sido un fracaso, es una novela de la que me siento muy orgulloso.
Aunque la mayoría de tus libros estén orientados a los jóvenes, también tienes otras obras como Trece monos que están publicadas en colecciones de adultos. Esta, además, es una recopilación de relatos cortos que pueden disfrutar tanto jóvenes como mayores. ¿Qué opinas de la etiqueta de «literatura juvenil»?
Muchas veces he dicho que no creo que exista el «género juvenil». Lo que existe es novelas que también les gustan a los jóvenes. Eso puede comprobarse si nos fijamos en las obras y los autores que conformaron el canon inicial de la literatura juvenil. Por ejemplo Stevenson, Mark Twain, Conan Doyle, Verne, Defoe, Wells, Burroughs, Rider Haggard... Ninguno de esos autores escribía exclusivamente para jóvenes, sino para un público lector más general que incluía a los adultos. Pero escribían obras que también les gustaban a los más jóvenes.
Yo escribo exactamente igual cuando me dirijo a los jóvenes que cuando me dirijo a los adultos. Lo que pasa, claro, es que si el protagonista de mi novela es un adolescente, el texto reflejará, al menos en parte, los problemas y los intereses de los adolescentes. Pero todo lo demás es lo mismo. De hecho, para que una «novela juvenil» sea buena, tiene que ser ante todo una buena novela a secas, sin adjetivos. Tú has mencionado Trece monos y, como señalas, está dirigido a los adultos, pero puede disfrutarlo un adolescente. En resumen, ¿qué opino de la «literatura juvenil»? Pues que es una etiqueta editorial.
Mantienes desde hace casi catorce años tu blog La fraternidad de Babel, un lugar de encuentro para amigos, tal y como lo defines «de la literatura, el cine, el comic, los enigmas, el juego y, en general, las cosas inútiles.» Y, sin embargo, no es un espacio inútil, sino un enclave de encuentro y reflexión, donde publicas textos y relatos que no cabrían en otro sitio, como en un tuit de 280 caracteres. ¿Qué es lo que atrae del formato blog?
Pues sí, el nueve de diciembre La fraternidad de Babel cumple catorce años. Cómo pasa el tiempo... En realidad, has contestado tú misma a la pregunta: el blog me brinda la posibilidad de publicar textos que no tendrían cabida en otro lugar. Es una especie de cajón de sastre (¿o de cajón desastre?) en el que hablo de toda suerte de asuntos, pero siempre desde un punto de vista muy personal. A veces hablo de temas ligeros, pero otras escribo sobre cuestiones muy íntimas. Me desnudo, metafóricamente hablando, claro. Pero sobre todo considero mi blog un rincón de encuentro, una especie de café antiguo, donde me reúno con los amigos para hablar sobre lo divino y lo humano mientras fuera, en la calle, llueve y hace frío.
Comencé el blog en diciembre de 2005, un poco porque sí, por procrastinar, sin tener claro qué iba a hacer con él. Durante el siguiente año estuve tentado muchas veces de abandonarlo. Pero, como dije antes, a finales de 2006 sufrí una grave enfermedad y tuve que pasar tres meses en un hospital. Durante ese tiempo, el blog me ayudó a mantener la entereza. En definitiva, eso es para mí La fraternidad de Babel: un refugio.
En una de tus pocas publicaciones en redes sociales, decías en Facebook: «Yo no lo he hecho nunca; la verdad es que no me promociono de ninguna manera. Pero adaptarse o morir.» ¿Ha cambiado la relación que tienen los escritores con las redes sociales en esta última década? ¿Tener cuenta en Facebook o Twitter es tan importante o necesario como nos parece?
Debo confesar que las redes sociales me interesan muy poco. Abrí un perfil en Facebook porque mi mujer y me hijo Pablo se pusieron pesadísimos diciéndome que un escritor debía estar presente en las RRSS, pero lo hice muy poco convencido. Y no pienso meterme en Twitter o Instagram ni loco. No obstante, creo que sí, que es conveniente que un escritor tenga cierta presencia en las redes sociales.
Has comentado a veces que no lees demasiada literatura juvenil actual y que siempre acabas volviendo a las lecturas de género, a la ciencia ficción y a los clásicos. ¿Qué novelas clásicas les recomiendas a nuestros lectores? ¿Qué novela podríamos reseñar en nuestra sección #PostureoClásicos?
Me voy a limitar a la ciencia ficción. Flores para Algernon, de Daniel Keyes. En el fondo, una preciosa historia de amor; es imposible acabar de leerla sin derramar unas lágrimas. Estación de tránsito, de Clifford D. Simak. Una historia llena de maravillas. Más que humano, de Theodore Sturgeon. Un relato sobre niños abandonados con poderes prodigiosos. Y para los que amen la prosa poética y el humanismo, Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. Podría seguir, pero me has pedido una novela y he citado cuatro...
Cada diciembre, los que somos asiduos lectores de tu blog esperamos con ganas el cuento de Navidad en Babel que publicas el día de Nochebuena. ¿Ya tienes escrito el de este año, por si sucede algo inesperado como el diciembre pasado?
Lo estoy acabando de escribir ahora. Precisamente lo he interrumpido para contestar este cuestionario. Como sabes, publico un cuento navideño cada 24 de diciembre. Esos cuentos pueden ser de dos clases: Por un lado, los más tradicionales, aquellos que reflejan el espíritu navideño. Por otro, los que, centrándose en la Navidad, son más... ¿cómo decirlo?... más gamberros, eso. Para que me entendáis, entre estos últimos hay dos cuyo tema central es el canibalismo. ¿Es que tengo la mente enferma? Probablemente.
El cuento de esta Navidad se llamará Las sonrisas de los niños, y entra en el apartado de los gamberros.
Muchas gracias por la reentrevista, César. Esperamos que dentro de diez años volvamos a reentrevistarte y hayamos disfrutado de muchos más libros tuyos.