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Entrevista a...

David Lozano

El Templo #55 (diciembre 2016)
Por Marta Álvarez y Javier Moriones
5.892 lecturas

David Lozano es uno de los nombres más sonados en la literatura juvenil española. Ganó el Premio Gran Angular por Donde surgen las sombras, pero el reconocimiento de los lectores llegó con la trilogía La Puerta Oscura. Tuvimos la oportunidad de hablar con él en 2009, cuando estaba a punto de publicar Ré­quiem, pero es que desde entonces no ha parado quieto: ha escrito Cielo rojo, Herejía, Hyde, El ladrón de minutos y Valkiria. En esta entrevista hablamos con él de sus últimas obras, el quehacer literario y el panorama de la LIJ española.

Aunque la historia de La Puerta Oscura se cerró hace muchos años, nos segui­mos acordando de aquellos personajes tan memorables. ¿Cómo se está leyen­do la historia de Pascal, Dominique y compañía en 2016? ¿Sigues recibiendo comentarios de lectores nuevos?

Afortunadamente La Puerta Os­cura se mantiene viva. A pesar de una cierta preferencia entre los lectores jóvenes por una escenografía más tra­dicional en la literatura de fantasía, la épica medieval, se acepta bien una variante más oscura, más gótica. Ade­más, el proyecto de película, aunque despacio, sigue adelante. Curiosamen­te, de entre los protagonistas Domini­que es un personaje que, a pesar de ser políticamente incorrecto, sigue siendo de los favoritos. Es un personaje con un humor un poco machista (solo su humor, no es que él lo sea), y desde su silla de ruedas continúa siendo quizás el más carismático. Los lectores que se incorporan a La Puerta Oscura siguen quedándose mucho con él y disfrutan con los paisajes y criaturas que se van descubriendo en la ruta a través del in­fierno. Los personajes femeninos tam­bién continúan dando bastante juego, al igual que la trama sentimental, muy presente en toda la historia.

Además de escritor eres profesor de instituto. ¿Cómo compaginas la escri­tura con tu trabajo en las aulas?

Es complicado. Lo cierto es que la escritura requiere mucho tiempo, y además mucho tiempo seguido. No es como otras ocupaciones, en las que puedes avanzar aprovechando única­mente los ratos libres; la escritura no permite eso. La mía, por eso mismo, no es una situación ideal, porque uno cuando escribe necesita estar fresco, y la enseñanza, aunque se trata de una profesión apasionante, conlleva un desgaste muy serio. Al mismo tiempo tiene la ventaja de que me mantiene en contacto con la gente joven, algo muy útil a la hora de la construcción de personajes de ese perfil y también para conocer al lector.

¿Crees que trabajar con adolescentes te ayuda a enfocar tus novelas?

Sí. Todos hemos tenido quin­ce años, dieciséis, diecisiete… Pero el tiempo pasa, y mis quince años tienen poco que ver con los quince años actua­les. Creo que para un autor que aspira a dirigir sus historias sobre todo a gente joven es importante mantener el con­tacto, mantenerte cerca. La docencia te permite ser testigo de sus inquietudes, sus aficiones, sus sueños, sus dudas, sus gustos… Y ese es un material esencial a la hora de conseguir el tono, los conte­nidos… que van a hacer disfrutar a un lector de ese perfil.

 

Sabemos que que te gusta mucho via­jar, y que a menudo aprovechas para documentarte para tus novelas. ¿Cómo te documentas durante tus viajes; bus­cas algo concreto o te dejas inspirar por lo que ves?

Hay una mezcla de las dos cosas, porque yo no soy tan calculador [ríe]. Con mis viajes suelo ser muy espontá­neo. Sí que hay algo de premeditación, me intento informar previamente del sitio al que voy, para ver qué lugares pueden interesarme… Pero también hay una gran parte de espontaneidad, de dejarme llevar, de perderme. De he­cho, en mis viajes, muchas veces ha sido esta segunda perspectiva la que me ha permitido descubrir cosas mucho más interesantes que las que yo habría po­dido descubrir guía en mano. Yo creo que un autor tiene que ser una persona observadora, atenta a los escenarios y a las vidas ajenas. Cuando caminas con los cascos y el WhatsApp no te enteras de lo que está sucediendo a tu alrede­dor, y las mejores historias están ahí fuera. Hay que ser una persona aten­ta, y los viajes te permiten un contacto con otros escenarios, otras vidas, que es algo valiosísimo para un autor.

Debo añadir que a mí me inspiran especialmente los escenarios. Algunas de mis novelas han nacido después de visitar determinados lugares. La Puerta Oscura nació después de visitar un ce­menterio en París. Cielo rojo nació al descubrir las fotografías sobre Prípiat en la red. Verdaderamente yo soy muy sensible para los escenarios.

Como dijo R. L. Stevenson: «Cier­tos lugares hablan con su propia voz. Ciertos jardines sombríos piden a gritos un asesinato; ciertas mansiones ruinosas piden fantasmas; ciertas costas, naufra­gios». Esta es una de mis citas favoritas, la podéis encontrar al comienzo de mi novela Donde surgen las sombras.

¿Qué tiene lo siniestro para que sea el principal elemento de tus historias?

Yo siempre he defendido que se lee para vivir emociones intensas. Cada género despierta las suyas. Uno puede vivir un romance, o incluso un amor no correspondido, a través de la literatura romántica, la aventura de una epope­ya en la literatura fantástica... Y el mie­do, al igual que la amistad, es un sen­timiento intenso, y uno de los que más me gustan, tanto para vivirlo (desde la ficción, por supuesto) como para pro­vocarlo. Yo quiero que el lector sienta un escalofrío leyendo por la noche, que se ponga un poquito nervioso, que viva con los personajes la angustia que ellos sufren a través de las páginas.

A mí, sin embargo, nunca me ha interesado cultivar lo gore. No preten­do que mis historias provoquen asco al lector empleando ingredientes como una motosierra, vísceras, litros y litros de sangre… Puede ser divertido, pero no es lo que busco. Mis novelas, si yo hubiera querido, permitían escenas mucho más explícitas, más crudas. Pero no es eso lo que busco ni mis novelas lo requieren. Creo que el suspense es otra cosa. El suspense permite una sen­sación de inquietud más sutil, y eso es lo que yo quiero. Es una de las emocio­nes que más me divierten, porque juga­mos siempre desde la ficción. Y eso es lo que busco transmitir al lector, aunque en mis novelas también hay amistad y cierto ingrediente de amor (conste que es muy compatible el amor con matar personajes, ¿eh?). El suspense y, sobre todo, los escenarios que piden este tipo de historias, me resultan muy atracti­vos. La estética del Romanticismo, del siglo XIX, me encanta. El problema de esta estética es que me lleva inevitable­mente a historias un tanto oscuras.

 

Tanto en Herejía (con la Inquisición), como en La Puerta Oscura y Cielo rojo (con la Segunda Guerra Mundial) te acercas a momentos de la historia bas­tante traumáticos. ¿Elegiste esas am­bientaciones para acercarlas al público juvenil o porque dan pie a las historias oscuras que tanto te gustan?

Es una buena pregunta. En mis novelas sí que hay un cierto interés por descubrir al lector joven determinadas realidades. Puede ser la mención de un libro, de una película, de un lugar, de un momento histórico… No es esa la pretensión principal de la novela, pero siempre que puedo incluyo algún in­grediente que vaya a ser un descubri­miento para el lector. No obstante, al mismo tiempo tengo que admitir que escribo sobre lo que a mí me interesa, y los episodios que elijo son episodios que a mí personalmente me resultan atractivos para documentarme y para escribir sobre ellos. No es casualidad que elija la Inquisición, tanto para una novela entera como es Herejía como para una visita de la Colmena de Kro­nos como sucede en La Puerta Oscura, o las epidemias de peste que asolaron Europa en la Edad Media. Se trata de temas que me interesan. Pero también disfruto con los episodios felices, ¿eh?

Tengo un cuaderno en el que voy anotando los sucesos históricos terribles que descubro. Parece que voy recopi­lando los elementos más traumáticos de la historia, pero no se trata de una afi­ción morbosa sino de una labor de do­cumentación, una tarea de recogida de materiales que quién sabe si terminarán impulsándome hacia nuevas historias.

Aunque tu género predilecto es el thri­ller, tus obras cuentan con elementos históricos (Herejía, Cielo rojo o La Puer­ta Oscura) y también con un importan­te elemento fantástico. ¿Tienes algún proyecto para nuevos géneros?

Valkiria nace en un momento en el que yo estaba trabajando en un proyecto personal que aparqué y que ahora me dispongo a retomar, y este sí que supone un giro de género. No pue­do contar mucho, salvo que se aparta del suspense, está narrado en primera persona y el protagonista se encuentra en un lugar... complicado. Va a ser algo más intimista que lo que he escrito has­ta el momento. Ojalá para 2017 pueda avanzaros más, porque significará que lo he terminado. Ya tengo toda la do­cumentación, ahora es cuestión de po­nerse a trabajar.

¿Y hay algún género que crees que nunca escribirías?

Uno nunca sabe lo que va a in­tentar en el futuro… Por ejemplo, una novela única y exclusivamente román­tica ahora mismo me resultaría difícil. No hablo de incorporar elementos ro­mánticos a la historia; eso ya lo voy ha­ciendo. Pero crear una novela cuyo hilo conductor sea exclusivamente el senti­mental… ahora mismo no me atreve­ría, no piso con la suficiente seguridad en ese terreno. Un desafío novedoso, en cualquier caso, es la apuesta que te­nemos Begoña Oro y yo para escribir conjuntamente una novela.

Y ya que estoy sincerándome… Herejía supuso tal esfuerzo de docu­mentación (ya que yo no soy historia­dor) que tampoco será fácil que me vuelva a lanzar a una novela histórica.

En 2006 ganaste el Gran Angular por Donde surgen las sombras. ¿Cómo ha cambiado tu carrera literaria en estos diez años?

Para empezar, durante este tiem­po yo he cambiado como narrador. Cuando me preguntan: «¿Tú vuelves a leer las novelas que publicas?», respon­do que puedo releer fragmentos, pero evito las relecturas completas porque conforme pasa el tiempo uno va evo­lucionando como narrador (y como lector) y ya no se identifica tanto con sus propias historias, por muy orgullo­so que esté de ellas. Ahora seguro que abordaría mis novelas de otra manera porque no soy el mismo, al menos en algunos aspectos.

También ha cambiado mi ritual: an­tes escribía por la noche, y hoy sería inca­paz, ahora prefiero hacerlo por la mañana. También trabajaba en casa, y últimamen­te prefiero escribir en bibliotecas.

Debo añadir que, con el transcur­so del tiempo, y al escribir, se va apren­diendo el oficio. Ahora creo que me resulta más fácil planificar, construir… Cada nueva novela que escribes es un paso más en ese aprendizaje que no termina nunca, al igual que ocurre con la lectura.

En estos diez años he leído mucho, y eso también nos cambia. Son diez años en los que he evolucionado bastante, aunque me he mantenido bastante fiel a mi estilo narrativo a la hora de esco­ger las historias que me apetece contar y el modo en que quiero contarlas.

El mundo de la escritura en gene­ral también ha cambiado mucho duran­te esta última década. El planteamiento de las ferias internacionales, la irrup­ción de las tecnologías (con el mundo booktuber, por ejemplo), lo digital, los e-readers… Parece en comparación que estemos hablando de hace cincuenta años, y han sido solo diez, pero todo ha cambiado muchísimo. Incluso en lo pro­fesional: los contratos, los anticipos, las tiradas… En España, actualmente una tirada media ronda los tres mil ejem­plares para un autor que no tenga una trayectoria consolidada (y aun así...). La Puerta Oscura tuvo en 2008 una primera tirada de 65.000. Fue todo un desplie­gue, sin duda, que hoy día ya no se con­templa en los lanzamientos editoriales. En definitiva, en la actualidad es mucho más complicado vivir de los libros. Los autores nos seguimos dedicando a ello porque nos encanta, porque es pasio­nal, vocacional. Nunca ha sido fácil pero ahora todavía lo es menos.

La realidad editorial también ha cambiado. Por ejemplo, en España, con las fusiones, absorciones..., unos pocos grupos aglutinan el grueso del panorama, y luego han ido surgiendo una serie de editoriales más peque­ñas, independientes.

 

Llevas más de una década publican­do, ¿cómo crees que ha cambiado el panorama de la literatura juvenil en este tiempo?

Cuando yo gané el Premio Gran Angular, la literatura juvenil llevaba años creciendo significativamente en España. Sobre todo en fantasía, que con el fenómeno Memorias de Idhún y con Harry Potter en pleno apogeo co­gió mucho peso. Durante estos años, la LIJ ha ido poco a poco ganándose parte del respeto debido, aunque todavía es visto desde el sector literario —y desde los medios— con cierto prejuicio. No se le reconoce aún el rango que merece. En estos diez años, el fenómeno de la LIJ, que todavía estaba en fase de cre­cimiento, se ha consolidado. Y ello a pesar de la crisis, que tardó en llegar al mundo del libro, pero llegó. Dejó muy malherida a la literatura «de adultos», y también ha afectado seriamente a la juvenil aunque el impacto ha sido en nuestro terreno algo menor. Quizá por eso las editoriales han visto que el ju­venil es un ámbito más resistente, han comprobado que el lector joven es apa­sionado y se resiste a los malos tiempos. Esto se ha traducido en un fenómeno de crecientes apuestas editoriales, de he­cho hay algunas editoriales importantes que cuentan hoy con sello juvenil cuan­do antes no lo tenían. Es verdad que la crisis ha frenado un poco esas apuestas y también está el riesgo creciente del pirateo, pero están ahí. También des­de el cine y la televisión se presta una sorprendente atención a la LIJ a la hora de buscar contenidos para series y pe­lículas. Se está dando un fenómeno de adaptaciones que no tiene precedente.

Igualmente, detecto durante es­tos años una creciente apuesta por la literatura nacional, aunque todavía en clara desventaja con respecto a la lite­ratura procedente del extranjero.

Como profesor tengo que añadir que, en estos diez años, la literatura juvenil también ha ido mejorando su presencia en los planes lectores de los centros educativos. Y eso es importan­te, muy buena noticia. Yo doy charlas en muchos institutos y colegios y a me­nudo veo entre los títulos programados lecturas juveniles, no solo clásicos. Así que desde el mundo docente también hay una creciente apuesta por la litera­tura juvenil. Es vital que esto se produz­ca porque resulta imprescindible que en los cursos de primaria y secundaria el alumno redescubra el placer de leer. Aún queda mucho por hacer, pero en estos diez años por lo menos se perci­ben avances significativos.

¿Y en cuanto a temas? ¿Siguen siendo los mismos?

Yo siempre he tenido la sensación de que el lector joven —salvo el de am­plia trayectoria— explora poco fuera de sus preferencias, o quizá es menos audaz que el adulto a la hora de abor­dar otros géneros. Esto ha ido cambian­do un poco a lo largo de estos últimos años. En cualquier caso, la fantasía y la narrativa romántica se han mantenido muy firmes como géneros favoritos de muchos lectores de perfil juvenil. La na­rrativa de corte más realista siempre ha estado ahí, pero de forma discreta, y eso ha abierto un poco la veda a historias más comprometidas. Luego ha habido algunos nuevos rumbos interesantes, como el que ofrece la colección Nube de tinta o recientes títulos que abordan la homosexualidad, por ejemplo. Se tra­ta de apuestas editoriales que arrojan algo de frescura al panorama. Hay, por tanto, un poco más de esa exploración, de esa variedad temática que yo echaba de menos. En cuanto al suspense, creo que ha ido ganando presencia y lecto­res, aunque todavía es un género des­conocido para muchos lectores jóvenes.

Acabas de quedar finalista del Premio Edebé con El ladrón de minutos. ¿En qué ha sido distinto escribir esta novela que alguna de tus juveniles? ¿Has teni­do ya contacto con lectores infantiles?

El ladrón de minutos ha sido un reto desde el primer momento. Yo ape­nas tenía experiencia no solo en dirigir­me a un lector infantil, sino en meterme en la voz de un narrador de diez años. Eso me provocaba inseguridad, porque me apetecía mucho contar esta historia, pero al mismo tiempo tenía la duda de si iba a ser capaz de situarme a la altu­ra de los ojos de un niño. Sin embargo, una vez que me sumergí en el proyecto, como llevaba tiempo dándole vueltas, poco a poco fue brotando la historia. Tuve que revisarla, claro, pero yo creo que el tono de un niño de diez años está conseguido. Fue un desafío, y sí, porque por supuesto hay diferencias con res­pecto a la construcción de una novela juvenil. Los pensamientos, las observa­ciones… la forma de ver el mundo de un niño es muy distinta a la de un adulto.

Ya he tenido algunos contactos con lectores infantiles. Cuando me lle­gan avisos de nuevas charlas en centros me intimida un poco, pero de momen­to ha sido muy divertido. Por ejemplo, en un encuentro que tuve les pregunté a los alumnos qué harían si les robaran el cumpleaños, ¡y me di cuenta de que sería un auténtico drama! Se pusieron a pensar de forma totalmente seria: «¡Dios mío! ¿Qué haría sin cumplea­ños?». Me encanta.

Los niños tienen una visión tan maravillosa del mundo, tan fresca, tan nueva… Es una pena que cuando uno se va haciendo mayor vaya perdiendo esa visión mágica de todo. Por eso me gusta, es muy refrescante.

 

En Donde surgen las sombras ya habla­bas del tema de los videojuegos, pero en Valkiria le das una vuelta de tuerca con las redes sociales. ¿Crees que los jó­venes actuales podrían caer en un jue­go como Valkiria o hay una conciencia colectiva de los peligros de internet?

Hay una conciencia colectiva de los peligros de internet… que no sirve para nada [ríe]. Todos conocemos los riesgos de la red, y sin embargo deci­dimos jugar en ocasiones de un modo algo imprudente. Esa es la realidad.

Yo creo que nos hemos familiari­zado con las tecnologías, con las redes, y que hay una mentalidad de «eso les pasa a otros, ¿cómo me va a pasar a mí?». Pero claro, algún día te puede to­car. Al final, las redes forman parte de nosotros, las convertimos en un com­plemento más y se nos olvida que un ordenador o un móvil no son simples accesorios. Se nos olvida que se trata de puertas que conducen a nuestra intimi­dad, una mercancía muy valiosa para gente sin escrúpulos.

Sí, creo que aunque exista esa con­ciencia del peligro, el día a día nos hace olvidarla. La tecnología avanza muy de­prisa, y llega un punto en el que ya no sabes cuándo estás corriendo riesgos y cuándo no. Así que lo que ocurre en Valkiria podría suceder perfectamente; ya está sucediendo. No exactamente lo que pasa en Valkiria, afortunadamen­te. Pero sí hay casos de extorsiones, aco­so, suicidios motivados por información privada que acaba divulgándose, perso­nas que han perdido su trabajo o arrui­nado su relación de pareja…

La tecnología es una maravilla, nunca hemos tenido tantas posibilida­des solo llevando el móvil. Pero el precio que se paga es el riesgo. La tecnología nos ha vuelto dependientes y vulnera­bles. Y yo creo que en el fondo, entre lo curiosos que somos y el atractivo del juego, es difícil quedarse al margen. Además, teniendo esa mentalidad de «esto solo les pasa a los demás», sub­estimamos el riesgo. Sabemos que está ahí, pero lo menospreciamos.

Como autor, ¿qué uso haces tú de las redes sociales?

Ya de niño era un lector apasio­nado, y nunca imaginé que pudiera di­rigirme directamente a un autor. Eran una especie de seres mitológicos que uno imaginaba encerrados en un rin­cón oscuro, escribiendo… Las redes lo han cambiado todo. Permiten la mara­villa de generar encuentros entre autor y lectores, y eso me parece valiosísimo. Yo utilizo las redes para cuestiones in­formativas (comunicar firmas, presen­taciones…) pero además me relaciono directamente con mis lectores, con mis colegas. Que un lector me pueda escri­bir para contarme lo que le ha pareci­do la novela, lo que siente mientras la lee, para preguntarme una duda que le ha quedado… ¡Me parece maravilloso! Antes hubiera sido inconcebible. Segu­ramente, en la presentación de Valkiria me voy a encontrar con gente que solo conozco de las redes, y habrá quien pueda seguirla por streaming.

Y si hablamos de lo tecnológico en digital, internet ha facilitado muchísimo la documentación. Antes tenías que ir a bibliotecas, a buscar en fichas… Ahora me puedo informar de lo que quiera en un momento. Lo único que hace falta es comprobar que la fuente sea fiable.

El problema es el tiempo que requieren. Manejar las redes, llevar­las al día, es complicado. En eso fa­llo un poco porque no me da la vida para todo. Pero insisto: no hay nada más valioso para un escritor que te­ner contacto directo con sus lectores y acceso a otras vidas, y las redes te lo permiten. ¡Dicho en el mejor sentido, no como un stalkeador! Creo que en todo autor hay un voyeur de la reali­dad a la caza de nuevas historias. Si yo mañana, por ejemplo, tengo que recrear en una novela una habitación de adolescente, soy capaz de imaginar con una alta probabilidad de acierto qué pósters tendría, qué libros, qué música, qué ropa arrugada sobre la cama… porque puedo informarme de sus gustos, de sus aficiones.

Ya nos lo has comentado antes un poco, pero no podemos concluir esta entrevista sin preguntarte si ya tienes algún nuevo proyecto entre manos…

En realidad, tengo dos. Una novela que se aparta de lo que he escrito hasta ahora, y que sin duda empezaré pronto, y luego otra que va más en la línea de mis planteamientos tradicionales. Junto con un documental en el que también estoy trabajando, son los proyectos que tengo ahora entre manos. ¡Es que no puedo contar mucho más! [ríe]. En uno de los dos proyectos literarios voy a vol­ver un poco al tema de las redes.

Y en enero publicaré con Hidra un libro-juego ambientado en Groenlan­dia, coescrito con Alberto Baeyens. En eso estoy ahora.

Muchas gracias, David.

¡Un placer!