Joaquim Carbó empezó a escribir a los veinticinco años, y ahora ya roza los noventa. En estos sesenta y cinco años dedicándose a la escritura, le ha dado tiempo a cultivar todo tipo de géneros para todos los públicos. Sin embargo, se le conoce principalmente por su obra infantil y juvenil (entre sus obras más conocidas, se encuentran La casa bajo la arena y La pandilla de los diez). Es un gran referente en la literatura catalana del siglo XX, tanto como escritor como defensor de la misma: fue uno de los fundadores de la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana y del Consell Català del Llibre Infantil i Juvenil.
Joaquim Carbó. Su nombre lo dice todo: sesenta años dedicados a la escritura y más de ciento cincuenta libros publicados. Pero remontémonos a los comienzos: ¿cómo se inició en la lectura en general y en la escritura en particular?
Cuando era niño, mi padre me aficionó a los libros de cuentos. Y una vecina amiga, la escritora, filósofa y bibliotecaria Maria Novell, me abrió de par en par su biblioteca, tan interesante, formada antes de la Guerra Civil, lo que me permitió leer unos libros que no tenían nada que ver con los que la dictadura dejaba publicar. Y de la lectura pasé a la escritura. Empecé a trabajar en La Caixa, donde el personal organizaba cada año un premio literario. En vista de los trabajos ganadores, pensé que lo podía probar. Y tuve la suerte de ser premiado a la primera de cambio, todo un estímulo. ¡Y ya no he parado!
Volvamos al presente. ¿Qué cree que ha cambiado en todo este tiempo tanto en usted como escritor como en la literatura infantil y juvenil?
Mi cambio personal es evidente. Entonces tenía veinticinco años y ahora ya he superado los ochenta y nueve. Cuando me inicié, la edición en catalán, después de tantos años de prohibiciones, era un desierto. Josep Vallverdú, Sebastià Sorribes y yo mismo fuimos unos pioneros. Hoy, gracias a la libertad de edición y a la inmersión lingüística, el censo de escritores para niños y jóvenes en catalán es extraordinario. También ha cambiado el tono y la diversidad de temas a tratar al ritmo de una sociedad cada vez más abierta.
Comenzó a escribir cuentos en el año 1961 para la revista infantil catalana que usted mismo fundó, Cavall Fort. Durante la dictadura siguió publicando libros para niños y jóvenes en esta lengua, entre ellos sus obras más famosas: La casa bajo la arena (1966) y La pandilla de los diez (1969). ¿Se tuvo que enfrentar a la censura tanto en la revista como en sus novelas? ¿Sentía responsabilidad por el hecho de publicar en catalán después de tantos años sin nada en esta lengua?
Ciertamente, soy el autor de los cuentos que se publicaron hace sesenta años en los primeros números de Cavall Fort, pero el fundador y primer director de la revista, Josep Tremoleda, fue quien me invitó a participar. Y pronto ingresé en el Consejo de Redacción, del que todavía formo parte. Y de los cuentos pasé a las novelas. La censura la sufrí en los libros que escribía para adultos, porque cuando lo hacía para los más jóvenes, el sentido común y el respeto ya me indicaban los temas que no podía tratar. Más que responsabilidad, poder escribir libremente en catalán fue un placer extraordinario.
En La casa bajo la arena, el protagonista, Pere Vidal, viaja a Egipto y a Sudán, primero para presentarse a una oferta de trabajo y luego buscando la sede de una organización secreta. ¿Cómo es su proceso de documentación para poder ambientar una novela en tierras tan lejanas? ¿Y para hablar de temas en los cuales no es experto?
Creo que la documentación de primera mano fueron las novelas y, especialmente, las películas de aventuras a las que pronto me aficioné: Las minas del Rey Salomón, Trade Horn, Tarzán… Y cuando empecé a dedicarme al género, toda clase de libros que informasen sobre las pirámides, el río Nilo, las costumbres de los antiguos egipcios… Y cierta imaginación, siempre dentro de unos límites.
Esta misma obra fue adaptada hace unos años a musical por la compañía Egos Teatre. ¿Cómo fue la experiencia de ver una de sus obras representada en un escenario, en un formato completamente diferente de cómo se había concebido?
Una experiencia inolvidable. Los primeros ensayos a los que asistí me desconcertaron, pero pronto comprendí que se habían apropiado de mi novela de una manera tan inteligente y entusiasta que tenían todo el derecho a convertirla en un espectáculo que, si a mí me emocionó, entusiasmó al público, que no dejó de llenar la sala principal del Teatre Nacional y el Borràs, donde se representó. Egos Teatre y yo seremos amigos para siempre.
También escribió guiones de cómic para Cavall Fort. Ha explicado alguna vez que, cuando le propusieron hacerlo por primera vez, le vino a la cabeza uno de los libros de su juventud: La vuelta al mundo de dos pilletes. No obstante, al intentar releerlo al cabo de los años, se dio cuenta de lo racista que era. ¿Tiene miedo de que pase algo parecido a los lectores con sus libros? ¿O a usted mismo, si es que los relee?
Me parece que no. Algún crítico y especialmente la pedagoga Marta Mata me comentaron que había acertado haciendo que el negro Henry Balua fuese el personaje más positivo, concienzudo e inteligente; en contraste con Pere Vidal, buena persona, pero un poco atolondrado y muy influenciable...
Guiones de cómic, obras de teatro, narrativa de todos los géneros y para todos los públicos… Nada se le escapa. ¿Qué diferencia ve entre escribir los diferentes géneros y para los diferentes públicos?
¡La de cosas que se me escapan! Por falta de formación nunca intentaré escribir un ensayo sobre cualquier tema profundo e intelectual. Todos los géneros que comentas y a los cuales me he dedicado proceden de una misma fuente: la curiosidad por mi entorno, la época que he vivido y la pasión de narrar por escrito, que nació de niño, en la calle, cuando oscurecía y dejábamos de perseguir una pelota para reunirnos en algún portal a escuchar las aventuras —las «aventis»— que algún grandullón se inventaba sobre la marcha.
Además, también ha escrito en compañía, con el colectivo Ofèlia Dracs, con el que ha publicado varios libros de relatos, cada uno versando sobre un mismo tema. ¿De qué manera se organizaban para hacerlo?
Ofèlia Dracs forma parte de esta misma pasión para narrar sin límites y sobre toda clase de temas. Un grupo de amigos de «la generació dels setanta» decidió publicar unos libros en los que habría una narración de cada uno de ellos sobre un tema obligado que escogían por votación. Y como para el primer libro les faltaba alguien para completar el equipo, mi buen amigo Josep Albanell, o Joles Sennell, como gustéis, me invitó a participar pese a ser de una generación anterior, o sea, más viejo. Después del éxito de este primer libro, Diez manzanitas tiene el manzano, nos reuníamos de vez en cuando, cenábamos, decidíamos otro tema y cuando ya los habíamos escrito, nos los pasábamos, los criticábamos e intentábamos que no se desviasen del planteamiento inicial.
Aparte del colectivo Ofèlia Dracs, el cual pretendía defender el derecho del catalán a tener literatura de género, ha estado al pie del cañón de dos de las asociaciones más importantes de la literatura catalana, la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC) y el Consell Català del Llibre Infantil i Juvenil (Clijcat). ¿Por qué decidió impulsar esos proyectos? ¿Cree que el asociacionismo es importante para los autores en particular y para la literatura en general?
Desde el primer momento en que pudimos volver a publicar libros en catalán con cierta regularidad, los que nos dedicamos a ello fuimos conscientes de la necesidad de disponer de alguna entidad que nos ayudase a saber quiénes éramos, tanto los de Catalunya como los de les Illes y del País Valencià, y qué necesitábamos para sobrevivir y proyectarnos de cara a la sociedad. La AELC nació como una especie de sindicato que nos ponía en contacto para saber los problemas de la profesión, discutirlos, plantear reivindicaciones, integrarnos en la sociedad, contactar con la administración, etc. El Clijcat intentaba lo mismo, pero de cara a los especialistas en textos escritos para el público infantil y juvenil. Aquí se incorporaron también piezas fundamentales como ilustradores, maestros y personal de bibliotecas.
Uno de sus últimos libros se titula Testament, en el que un escritor mayor habla de cuatro historias que tiene pendientes de escribir y que considera que ya no escribirá. De hecho, son las novelas que usted mismo pensó que no podría escribir, y podemos ver su planteamiento y explicación. ¿Cree que es un libro que refleja su manera de trabajar? ¿Podría hablar un poco de su proceso de planteamiento de novelas y de escritura?
Me parece que sí lo refleja. En un coloquio en el Ateneu Barcelonès una lectora comentó que era «una novela sobre el oficio de escribir». ¡Exacto! Así es que si queréis saber mi planteamiento de la novela no tenéis más remedio que leer este volumen de quinientas páginas.
Aunque en este libro haya hablado de novelas que no escribirá, sigue publicando asiduamente. Para cerrar la entrevista, ¿nos podría hablar un poco de sus próximos proyectos y publicaciones?
Si no cambio de opinión, a partir de ahora no pienso embarcarme en la redacción de otra novela de estas dimensiones. De momento, he acabado y ya están en manos de los editores una novela en homenaje a Manuel de Pedrolo, un libro de narraciones, una nueva aventura de mi detective Felip Marlot y unos cuantos cuentos y narraciones. Estoy repasando un libro de recuerdos y experiencias personales a la espera de que, después de sumergirme en la documentación que he reunido, vuelva a escribir una aventura africana que no tendrá ninguna relación con La casa sota la sorra. Si el tiempo lo permite, claro.