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Entrevista a...

Manu Carbajo

El Templo #92 (febrero-marzo 2023)
Por Elena Romero
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Has comentado en varias ocasiones que, en tu infancia, gracias a la película Twister, tu profesión soñada era ser caza tornados. ¿También descubriste tu pasión por la literatura cuando eras un niño?

Cuando vi la película Twister, tenía siete años. Quería ser caza tornados, pero en España no hay mucho tornado que cazar. Fue un sueño de la infancia que poco a poco se fue transformando en otras cosas, pero siempre muy relacionado con el cine, y más generalmente con contar historias. No me planteé dedicarme a escribir hasta llegar a la universidad. Después de la selectividad, me rechazaron en Publicidad por una décima. Fue ahí cuando me pregunté seriamente a qué quería dedicarme. A veces la vida va poniendo por su cuenta las cosas en su sitio.

Antes de entrar en la universidad, pude ver en perspectiva por dónde me habían llevado mis pasiones a lo largo de la infancia y la adolescencia. Entonces descubrí que mi pasión era contar historias. De pequeño escribía muchísimo... En el colegio me lanzaba a cualquier tarea adicional que consistiera en escribir un relato.

Entonces, hasta la universidad, no concebiste la escritura como algo más allá de un hobby. 

Cuando estudiaba Comunicación Audiovisual, dirigí mi primer corto y me encantó la sensación de estar contando por fin mis historias. Me introduje en el mundo cuando conocí a Javier Ruescas. Le gustaron mis cortos y me preguntó si no me había planteado escribir algún relato o novela. De ahí surgió Electro (Edebé, 2015).

Hacer cine está muy limitado a un presupuesto, así que escribir Electro fue una liberación. En la literatura, el presupuesto lo pone la imaginación del lector. Puedes escribir interiores, exteriores, explosiones... Como creador de historias, me dio una libertad total y fue lo que me animó a impulsar mi carrera literaria. De hecho, Equilibrio, mi nueva novela, me recuerda a esos orígenes con Electro, aunque esta historia es más adulta, más oscura y tiene unas reflexiones más políticas.

Me parece muy bonito el pacto que se hace entre el autor y el lector. En el cine, al ser este más dictatorial, no ocurre. Sin embargo, escribir una novela es un proceso muy solitario y solo deja de serlo cuando el editor o el agente empiezan a leer la obra.

Te formaste como cineasta estudiando Comunicación Audiovisual. ¿De qué manera te ha ayudado esta carrera en tu faceta como escritor? ¿Has hecho algún tipo de formación enfocada a la escritura?

Por la parte de la escritura, no he hecho ninguna formación. Javier Ruescas fue un maestro fabuloso. Nos compenetramos bastante bien, yo venía de guion y le mostré una faceta más audiovisual y él me ayudó en los aspectos literarios. Lo audiovisual ha influido sobre todo en mi estilo. Cuando alguien lee una novela mía, es como ver también una película.

También es cierto que vengo de escribir guiones y eso se nota. Concibo una historia como una introducción, un nudo y un desenlace. Además, soy escritor de mapa hasta la médula. Intenté no serlo en mi anterior novela, Gritarán mi nombre (Loqueleo, 2022), pero a las cincuenta páginas lo deseché todo. Me ocurre porque vengo de escribir guiones. Quiero sorprender al lector con plot twist, con giros, pero no puedo hacerlo si no tengo planeada la historia de inicio a fin.

En general te inclinas hacia la ciencia ficción: un mundo postapocalíptico en la trilogía Electro (Edebé, 2015, escrita junto a Javier Ruescas), una distopía en Cartas desde el desierto (Puck, 2010) e inventos algo turbios en Gritarán mi nombre (Loqueleo, 2022). ¿Hay algún género literario que planees abordar en el futuro? ¿Alguno que ni te plantees tocar?

Empecé a escribir un thriller durante el confinamiento. Lo empecé intentando emplear la brújula en lugar del mapa. Siempre había tenido el gusanillo de escribir así, pero aparqué la novela porque me estaba quedando demasiado adulta. No estaba preparado todavía para dar ese salto. Cuando termine Colapso, la segunda parte de Equilibrio, me pondré con esa historia. Equilibrio es un parque de atracciones para mí. La he escrito para divertirme, en ella mezclo todos los géneros que me gustan.

También planeo un middle grade de terror. Terror para chavales. De pequeño, me encantaba entrar en una librería y pasar un rato examinando los libros de Pesadillas. Ahora, sin embargo, entro en una y no encuentro ninguno que se le parezca. El terror para niños ha desaparecido. Así que ha sido una historia que he escrito para contentar al Manu de diez años. Me ha servido de excusa, además, para retomar los libros de Pesadillas. Tengo montones en casa. De niño, tenía que dejar los libros del miedo que me daban; luego volvía, porque en realidad era eso lo que buscaba. Era una especie de adicción.

Olvídate del resto se inclina también hacia el thriller, pero a la vez es muy realista, lo mismo que Cartas desde el desierto con la ciencia ficción. Con mis historias me gusta hacer un poco lo que hace Christopher Nolan, hacer de lo extraordinario algo ordinario.

Por ahora, no me planteo tocar la no ficción. Dentro de la ficción, no leo género romántico más allá del trabajo. Como director de audiolibros, por ejemplo, he leído muchos de Elísabet Benavent. Cartas desde el desierto tiene una trama romántica, pero no todo gira en torno a eso. El género histórico también me costaría mucho, hay que gastar mucho tiempo en documentación. Disfruto de la fase de la documentación, pero prefiero mezclar lo aprendido con mi imaginación. En novela histórica, tienes que ser fiel a la documentación. Es un género al que le tengo bastante respeto: o conoces muy bien de lo que estás hablando, o puedes meterte en un barrizal.

En 2015, el año en el que se publicó el primer tomo de la trilogía Electro, las distopías estaban en auge. Los juegos del hambre, Divergente, La quinta ola... ¿Qué podemos encontrar en tu historia que no tengan las demás? ¿Cómo valoras el recorrido de la saga desde que se publicó hasta ahora?

Electro bebe de todas esas distopías. Cuando surgió el proyecto, tenía esas ganas de escribir sin limitaciones de las que he hablado antes. La trilogía Electro nació de influencias: thriller, ciencia ficción, plot twist... Al fin y al cabo, un escritor se forma de las historias que le han gustado. Javier Ruescas y yo tardamos más en construir el universo que en redactar los libros. El modus operandi era que yo escribía un capítulo y él otro, luego los reescribíamos y así perdíamos la noción de quién había escrito qué. Es una forma de escribir a cuatro manos que hizo que los libros estuvieran bastante cohesionados en cuanto a estilo. No sé cómo sería ahora para mí escribir a cuatro manos. Mi estilo ha cambiado a lo largo de esta última década.

Electro funcionó y es algo de lo que estoy orgulloso. Hicimos una larga gira en la que vinieron muchos lectores, actualmente incluso sigo firmando ejemplares de la trilogía. 

En Olvídate del resto (Alfaguara, 2019) te lanzaste a publicar en solitario. En este libro, tratas un tema tan delicado como la salud mental; en especial, uno de los trastornos más estigmatizados. ¿Cómo fue el proceso de documentación para esta historia? ¿Crees que sigue habiendo estigmas en la literatura juvenil actualmente?

A mí me ayudó mucho participar en la antología Y luego ganas tú. Escribí un relato sobre el bullying. A la editorial le encantó, esa misma editora me preguntó si tenía alguna idea para animarme en solitario. De ahí surgió Olvídate del resto. Recuerdo que tenía claro que quería tratar el Trastorno de Personalidad Múltiple porque era un asunto que me fascinaba, hay un montón de películas en las que el plot twist es ese.

En Olvídate del resto quería hablar de mi generación, la millenial. Muchos de nosotros, por ejemplo, nos hemos convertido en padres de nuestros padres. Así surgió el enfoque que finalmente di al trastorno en esta novela, que en España no está estipulado aún como una enfermedad. Aquí solo existen casos muy concretos. Desde el 2017, el año en el que empecé a escribir esta historia, hasta ahora, se habla mucho más de salud mental, especialmente desde el COVID. Estábamos acostumbrados a una rutina que la pandemia nos arrebató. No tuvimos más remedio que colocarnos frente a un espejo. Estar a solas contigo mismo y preguntarte si eres feliz es muy duro. No nos dan las herramientas necesarias para enfrentarnos a este tipo de preguntas. 

En 2020, en pleno confinamiento, publicaste Cartas desde el desierto (Puck). En esta historia, planteas un futuro en el que la mili vuelve como servicio obligatorio, aunque más dura aún de lo que la recordamos... Destaca la ambientación de la novela, El Desierto, el escenario en el que se desarrolla la mayor parte de la acción. ¿En qué te inspiraste para escribir esta novela? ¿Te basaste en algún hecho real?

La verdad es que no me basé en ningún hecho real concreto, pero sí que tenía en mente esas típicas advertencias de nuestros padres y abuelos sobre lo dura que era la mili... Cuando empecé a documentarme, me impactó mucho descubrir que en Turquía, por ejemplo, el servicio militar siguiera siendo obligatorio tanto para hombres como para mujeres. Eso me hizo preguntarme, por un lado, cómo sería que volviera con la generación actual y, por otro, por qué motivo lo haría.

Estas hipótesis las mezclé con un punto distópico que no voy a revelar. No quería centrarme solo en la cara chunga de la mili, en esas historias horribles y esa percepción negativa general. Lo que a mí me fascina del servicio militar es otra cosa. Básicamente, el hecho de que junten a chavales tan diferentes entre sí. Me pareció un concepto muy bonito; por eso, en Cartas desde el desierto hay un abanico de personajes tan amplio. Los propios chavales, con sus historias y diferencias, hacen grupos para seguir adelante. Esas fueron las dos patas de Cartas desde el desierto. También está la historia de amor, de descubrimiento. Como parte del colectivo, siempre he intentado hablar de la relación entre dos chicos lo más natural y orgánicamente posible. Muchas de las historias LGTBQ+ que leía eran dramas; quería que el peso de mi historia fuera un romance con ese descubrimiento puro y duro.

Cartas desde el desierto es una novela a la que le tengo mucho cariño. Me dio mucha pena que se publicara en pleno confinamiento. Sin embargo, el boca-oreja funcionó y actualmente me sigue llegando feedback de lectores que lo acaban de descubrir.

Tus protagonistas suelen ser jóvenes en una edad complicada, chicos que deben enfrentarse a circunstancias adversas a la vez que maduran ¿De qué manera crees que tus historias pueden ayudar a ese tipo de jóvenes en la vida real o cómo te gustaría que así fuera?

Para mí es algo fundamental que los protagonistas sean aspiracionales para los lectores, especialmente en literatura juvenil. Mi intención es que la gente se sienta identificada de alguna manera con sus problemas y cómo se les hace frente, independientemente del tipo que sean. Espero que la gente de mi generación se sienta especialmente identificada con mis personajes, más allá de las decisiones que tomen, porque eso me da pie igualmente a hacer las reflexiones que quiero hacer. 

¿Por qué historia recomendarías a los lectores que no te han leído todavía que comenzaran?

Pues... Depende mucho. Mi camino como autor está tomando dos caminos: uno enfocado a un público más adulto, el que me descubrió con Electro y que ha crecido conmigo. Equilibrio, por ejemplo, consiste en el fondo en cómo unos millenials lidian con la vida adulta. Sin embargo, a un adolescente de trece, catorce o quince años le recomendaría Gritarán mi nombre, que la escribí para desmitificar el mundo de las redes sociales. Soy de recomendar las últimas novelas que escribo, no para hacer promoción, sino porque ahí se ve el estilo más actual que tengo. Olvídate del resto es la novela más thriller que tengo y también la más adulta. La recomiendo a algunos padres que vienen a las firmas acompañando a sus hijos cuando me preguntan qué podrían leer ellos. Cartas desde el desierto, por otro lado, es la más tierna, la que tiene más alma. La más romántica, quizá. La más bonita.

En la sinopsis de tu novedad Equilibrio (Umbriel, marzo de 2023) mencionas ciertos fenómenos meteorológicos que amenazan con el equilibrio entre los mundos... ¿Tienen que ver estos fenómenos con tu faceta de caza tornados? ¿Podrías adelantarnos más detalles sobre los mundos que habitan Kai, Denis y Bahari, tus protagonistas?

El cine de catástrofes siempre ha sido una de mis pasiones: Twister, El día de mañana, 2012, San Andrés, Terremoto... No hay libros de catástrofes como tal y de alguna manera quería traer eso a la literatura. En Equilibrio, están los capítulos normales y los de catástrofes, que consisten en nueve relatos. Son capítulos independientes, cada relato es una catástrofe con un protagonista diferente.

Equilibrio es una historia de mundos paralelos. Son tres: Idedin, Vawav y la Tierra, que está en medio. La historia comienza con una profecía y hay tres protagonistas, uno de cada mundo: Kai, que es el prota de veinticuatro años que no sabe qué hacer con su vida, que se deja llevar; luego está Denis, de Vawav, que es un mundo mucho más futurista con una dictadura que lleva funcionando desde hace cientos de años y nunca se hace de día... Y por otro lado está Idedin, donde está Bahari, un mundo que parece más antiguo. En él la fantasía es palpable, he metido muchas pinceladas, sobre todo relacionadas con los cuatro elementos. He jugado con ello y me lo he pasado bien. Estos tres personajes que no se parecen de nada están más relacionado de lo que parece. El equilibrio entre sus mundos se está rompiendo y eso les afecta; ese es el planteamiento de la novela. En definitiva, son mundos muy distintos, pero que representan en gran parte a distintas facetas del nuestro.

Uno de tus referentes, si no tu referente principal, es el cineasta M. Night Shyamalan, creador de películas como El sexto sentido (1999), El bosque (2004) o Tiempo (2021). Shyamalan es conocido sobre todo por sus giros de guion, algo que podemos percibir también en tus historias. ¿Qué más artistas te inspiran?

Precisamente de Shyamalan no he podido consumir nada mientras escribía Equilibrio. En esta historia he decidido impregnarme de otras influencias, pero no de mis referentes principales. Mis cuatro referencias cinematográficas son Shyamalan, Alfred Hitchcook, David Fincher y Christopher Nolan, quizá con este último me sienta más identificado en cuanto a las historias. En cuanto a lo literario, Carlos Ruiz Zafón, Maite Carranza, César Mallorquí... Y, curiosamente, en esta novela hay unas páginas que pueden recordar a El Código Da Vinci, de Dan Brown, con una trama que se relaciona con las teorías conspiranoicas.

En los últimos años has trabajado el mundo del audiolibro como director. Lees la historia, estudias las voces, supervisas a los actores de doblaje... ¿Qué le dirías a los lectores que aún no se han lanzado a probar los audiolibros? ¿Te has planteado escribir un original, es decir, una historia pensada especialmente para ser un audiolibro?

No todo el mundo está preparado para un audiolibro. A la gente le suele parecer más sencillo empezar con la no ficción. Al fin y al cabo, el audiolibro suele escucharse mientras estás haciendo otras cosas. Yo, por ejemplo, me lo pongo para hacer limpieza. Se ha perdido mucho la capacidad de escuchar. Cuando eres pequeño, como no sabes leer, te cuentan un cuento. La capacidad que tenemos de escuchar a esa edad es tremenda, pero a medida que crecemos se va perdiendo.

Es esencial que los audiolibros estén bien dirigidos para que el lector se meta de lleno en la historia. En cuanto a tu segunda pregunta, sí. Estoy escribiendo un original con un amigo. Más que como un audiolibro, lo hemos concebido más como una audiopelícula. Es un guion en el que no hay narrador, solo personajes y efectos. No sabemos a qué puerto llegará. Hemos acordado que, si ninguna plataforma se anima a producirlo, lo haremos entre nosotros y lo colgaremos a Spotify. Es un nuevo formato que me parece muy divertido. A mí, como cineasta y escritor, me parece especialmente guay porque se fusionan los dos mundos.

Dada tu pasión por el cine, seguro que te has planteado la posibilidad de adaptar alguna de tus obras a la gran pantalla. ¿Has trabajado para ello, elaborando algún guion, quizá?

Existe el guion de Cartas desde el desierto. Es algo que empecé a hacer en el inicio de la pandemia. Se movió mucho, llegó a plataformas, se lo leyeron, pero finalmente no salió adelante. Ahora lo tengo aparcado, no sé si en el futuro volveré a moverlo. Cuando me vea con ganas, supongo que sí. Lo escribí porque, al ser autónomo, de repente me quedé tres meses de parón de trabajo. Lo hice también para mantenerme ocupado.

¿Cuánto tardaste en escribirlo?

Dos meses. Lo que más me costó fue adaptar las cartas. Escribir un guion me parece muy complicado, creo que no lo haría a no ser que me lo propusieran directamente. Tengo claro que, si se adaptaran alguna de mis historias, querría estar detrás del guion, o al menos supervisándolo muy de cerca. En cuanto a la dirección, no me importaría tanto. No me veo ahora mismo con la energía necesaria como para afrontarlo. Además, siento que mi voz no encaja tanto actualmente en el mundo del cine como en el literario. Ahora mismo, me siento más cómodo en la literatura. Hay que ser honesto con uno mismo.

¿Qué historia te haría más ilusión que adaptaran?

Te diría que el de Cartas. Creo que hice un buen trabajo de adaptación y me haría mucha ilusión. Sí que es cierto que una de las sensaciones que tenía en Equilibrio era la certeza de que debía ser un espectáculo de película. Al haber tantas catástrofes, yo lo gozaría. Me encantaría ver esas escenas de destrucción en pantalla. Pero, claro, sería carísimo... 

Aunque Equilibrio está demasiado reciente, ¿podrías comentarnos algo de tus próximos proyectos literarios? ¿Qué estás escribiendo actualmente?

Te lo resumo. Colapso, la segunda parte de Equilibrio, se publicará en octubre o en noviembre, dependerá de cuándo lo entregue. Luego está el middle grade, aunque no sé en qué va a quedar... Estoy emocionado y expectante. Escribí el primero, pero mi intención es hacer una colección de cinco libros. Después de Colapso, quiero escribir el thriller del que te hablé antes. Como ya he dicho, mi camino como escritor se ha bifurcado: un camino va hacia un lugar más adulto y el otro hacia uno más juvenil.