La mayoría de lectores jóvenes te conoce por la saga Hombre Lobo y por la novela independiente La criatura del bosque, pero en 2007 publicaste La leyenda del Bosque sin nombre con Alfaguara. ¿Qué nos puedes contar sobre ella?
La leyenda del Bosque sin nombre narra, en un tono que evoca el de los poemas épicos, las aventuras de una docena de animales que se ven obligados a abandonar sus respectivas comunidades porque son diferentes a los demás y por ello son perseguidos. Todos encuentran refugio en el mismo bosque. Es una novela sobre la esperanza, que tiene muchos niveles de lectura. Mi idea era que la disfrutaran tanto los niños como sus padres. Para mí es un libro muy especial porque gracias a él descubrí que quería dedicarme a la literatura juvenil. Encima ganó el premio CCEI 2008, con lo que sigue funcionando muy bien gracias al tirón que tiene en las escuelas.
Parece que en tus últimas cuatro novelas hay un tema recurrente, que es la presencia de un monstruo. ¿A qué se debe esta fascinación por ellos?
Aunque admito que me fascinan los monstruos, yo no los pondría a todos en el mismo saco.
El Bichogordo, el monstruo de La criatura del bosque, es un personaje que encarnaba yo cuando mis sobrinas eran pequeñas. Siempre que las iba a visitar, me ponía a lanzar rugidos desde la puerta (los vecinos debían de estar encantados conmigo) y yo las oía correr por toda la casa, aterradas y muertas de risa, buscando un escondite y gritando: «Que viene el Bichogordo, que viene el Bichogordo...». La idea de un monstruo que persigue a unos niños para hacerlos felices me pareció muy bonita. Ése fue el núcleo a partir del que empecé a construir la novela.
Mi obsesión por los hombres lobo, en cambio, viene de mis pesadillas de infancia. Para mi octavo cumpleaños, mis padres me montaron una fiesta en la que hicieron un pase de películas de Super-8. Como yo era el homenajeado, me dejaron elegir una. Elegí una sobre un hombre lobo. Me aterró de tal forma que estuve teniendo pesadillas a diario durante un año entero. Para superarlas, mi cabeza de niño dio con un mecanismo extraordinario, y es que, mientras las estaba teniendo, empecé a ser consciente de que solo eran pesadillas, con lo que me pude relajar y disfrutar de ellas. Como quien va al cine a ver una película de terror, pero una película extremadamente realista. Todo un placer. Supongo que en aquellas pesadillas está también el origen de mi fascinación por los monstruos.
En ellas siempre encontramos a un adolescente que debe afrontar un peligro desconocido. ¿Cuánto hay de tus experiencias personales en tus libros?
En mis libros le saco mucho jugo a mis experiencias personales, tanto a lo vivido como a lo que me cuentan mis amigos. Pero esas experiencias no suelen formar parte de la trama principal de la novela. Son sobre todo anécdotas que utilizo para amenizar la lectura, arrancar alguna sonrisa o porque me sirven para explicar un rasgo de un personaje. Por ejemplo, si mi protagonista es celoso y quiero mostrárselo al lector, buscaré una escena en la que quede bien claro. Y quizás entonces recurra a un suceso que he visto o he vivido. Pero al final, lo importante para la historia es que el personaje es celoso, la escena en sí es reemplazable por otra cualquiera que cuente lo mismo. A eso me refiero cuando digo que mis experiencias no suelen ser parte de la trama principal de la novela.
Tanto en La criatura del bosque como en Hombre Lobo juegas con el «misticismo » que da un pueblo de montaña en contraste con la urbanidad de la gran ciudad. ¿Por qué la elección de estos lugares?
Adoro el bosque. Mi afición me viene de muy pequeño. Con mi familia solíamos pasar el verano en una casa de montaña y, a la que podía, me escapaba al bosque. Preferiblemente iba con mis hermanos o mis primos, pero tampoco tenía ningún problema en ir solo. Me gustaba perderme, encontrar nuevos caminos, ver animales. Y eso, lloviera o hiciera sol. Ahora soy más prudente, pero antes me encantaba cuando me sorprendía una buena tormenta en el bosque, con mucho aparato eléctrico. Pero no solo es que mi universo creativo esté poblado de bosques. Gran parte de mis novelas las he meditado caminando por un bosque. Disfruto dando largos paseos, es una de las actividades que más me relaja. Tras los primeros veinte minutos, es como si cayera una barrera en mi cerebro, las ideas empiezan a fluir libremente y problemas que me parecían muy difíciles de resolver se solucionan con insultante facilidad. Casi me atrevería a decir que el bosque es una de las herramientas que utilizo en el proceso de creación.
También confieres a la figura de los padres un papel importante. ¿Crees que sin ellos a tus historias les faltaría algo?
Sin duda. Mi opinión es que un adolescente o un niño no puede desenvolverse por su cuenta en el mundo que le rodea. El mundo es adulto. Por eso en mis novelas hay muchos elementos que escapan al control de sus protagonistas. No digo que no puedan conseguir victorias parciales sobre sus padres u otros adultos, pero lo habitual es que no se salgan con la suya. Nunca me han gustado las historias en que un adolescente salva al mundo.
En cierta manera, Hombre lobo no es solo una historia, sino varias, porque entrelazas muchas tramas sin relación aparente para, al final, juntarlas todas. Esto se notó mucho en el último tomo de la saga, La furia. ¿Cómo te organizaste para no caer en incoherencias?
No me organicé y fue una pesadilla. La primera novela la tenía muy clara, pero dejaba a los personajes en una situación que yo mismo necesitaba saber qué les iba a pasar, por eso decidí continuar y escribir la trilogía. El argumento de la segunda solo se me ocurrió cuando ya estaba acabando la primera. Me gustó mucho lo que se me había ocurrido y me lancé a por ella sin pensar en las consecuencias de abrir más tramas secundarias e introducir más y más personajes. Y entonces me encontré con el reto de la tercera. Tenía que cerrarlo todo y cerrarlo bien. Como escritor, no puedes permitirte acabar una trilogía de cualquier manera. Hubiera sido una falta de respeto imperdonable hacia mis lectores. Sudé tinta, pero estoy bastante satisfecho con el resultado. Para no caer en incoherencias, en esta tercera novela, tuve que hacer un montón de esquemas. Y aun así era un lío.
¿Cómo fue cerrar la trilogía después de varios años «viviendo» con ella?
Puedes quitarle las comillas a la palabra viviendo. Es lo que hice durante tres años. Y fue un gran alivio acabarla. Sobre todo por el trabajo que me exigió la tercera. Me dejó mentalmente agotado, en parte porque el sprint final coincidió con otros proyectos, también muy exigentes, y tuve que sacar tiempo y energías de debajo de las piedras para llegar a todo. Mi conclusión de todo esto es que tardaré muchos años en embarcarme en otra trilogía. Si es que lo hago.
¿Cómo llegó un productor de campañas de televisión y radio instalado en Bosnia a convertirse en escritor de literatura juvenil?
Cuando volví a Barcelona a finales de 1999, después de pasar dos años en Bosnia, me ofrecieron recuperar mi antiguo trabajo como ayudante de dirección en rodajes de publicidad, aunque para ello tenía que ponerme al día, cosa nada fácil. Decidí que era más inteligente utilizar toda esa energía en convertirme en escritor, que había sido desde siempre mi sueño. Fue una decisión magnífica a nivel personal y desastrosa a nivel económico. Para vivir, escribí algún que otro guión de cine, aunque ninguno se llegó a producir por falta de financiación. En 2004 me contrataron para escribir uno de esos guiones. Fue horrible. Nunca he tenido tantos problemas para comunicarme con otro ser humano como los tuve tratando con los productores de aquel proyecto. Un día te decían una cosa y al día siguiente la contraria. No tenían ningún criterio. Nunca llegué a desentrañar los motivos por los que actuaron así. Quizás solo era incompetencia. Mi mujer estaba trabajando entonces en Tayikistán. Yo tenía planeado reunirme con ella. Pero, por todos los problemas que fueron surgiendo, no pude ir ni a visitarla. Acabé quemadísimo. Cuando por fin conseguí romper mi relación contractual con aquellos productores, necesité empezar un proyecto nuevo, totalmente diferente, que me permitiera respirar un poco de aire fresco. Escribí La leyenda del Bosque sin nombre y me sentí tan libre y tan a gusto haciéndolo, que comprendí que había llegado a la literatura infantil y juvenil para quedarme.
Sabemos que de tu estancia en Bosnia salieron dos libros sobre este lugar, Heridas de guerra y Un alto en el campo de los Mirlos. ¿Cómo fueron tus vivencias en los Balcanes? ¿Qué te indujo a escribir estos dos libros sobre esta zona?
Los dos años que viví en Bosnia han sido de los más felices de mi vida. Sobre todo el primero. Me fue a vivir a Sarajevo por un impulso. Necesitaba un cambio en mi vida. Y todo me salió rodado. A las tres semanas ya tenía un trabajo estupendo y bien pagado. Allí conocí a mi mujer e hice un montón de amigos, bosnios y no bosnios. Y no paraba de viajar. Era una vida fabulosa. Aunque, sin duda, lo más enriquecedor fue poder convivir con toda aquella gente que había sobrevivido a la guerra y a un cerco terrible durante tres años y medio. El espíritu de superación, el sentido del humor, la solidaridad, la fortaleza que tenían. Eran impresionantes. Aprendí muchísimo de ellos. Me hizo madurar y poner las cosas en perspectiva, distinguir los importante de los superfluo. Las realidades que conocí durante aquellos dos años, y después en Kosovo, eran tan intensas, tan ricas, que me fue imposible no sentarme a escribir sobre ellas.
Yemen también fue un país que debió de impactarte mucho, porque escribiste, junto con Nacho Casanova, la novela gráfica El coche de Intisar, que trata el tema de la mujer en un país donde ellas están muy controladas. ¿Cómo fue trabajar con Nacho Casanova para desarrollar esta novela gráfica? ¿Ya habías trabajado en algo parecido anteriormente o fue una experiencia totalmente nueva?
Yemen es un país apasionante, pero cuando consigues meter la nariz en el hermético mundo de las mujeres lo es mucho más. Yo lo hice gracias a mi mujer y a las cuatro amigas yemeníes que conseguí hacer durante el año que vivimos allí. Lo de escribir el guión de una novela gráfica era un deseo que tenía pendiente, como lo fue en su día escribir una novela juvenil. Y la experiencia fue mágica. Nacho Casanova fue mi primera opción para dibujarlo por varios motivos. Porque su dibujo me parecía el más adecuado para contar la historia, porque tenemos formas de narrar similares, porque yo necesitaba a un profesional a mi lado que supliera mis carencias y porque es un buen amigo. Aprendí mucho de él. Y el resultado ha sido muy gratificante. El cómic está funcionando bastante bien, tanto aquí como en Francia, y la radio estatal francesa de noticias le otorgó en enero el premio a la mejor novela gráfica de actualidad y reportaje. Tengo la sensación de que también he llegado al mundo del cómic para quedarme.
Los lectores de literatura juvenil, en especial los más jóvenes, son muy entusiastas. ¿Qué relación tienes con ellos?
La relación es siempre estupenda. Es una de las grandes recompensas de escribir. Siempre me he sentido muy a gusto con mis lectores. Si tienes un mal día y te pones a hablar con ellos, te lo arreglan. El único problema es que detesto hablar en público, y es precisamente en las charlas donde tomo contacto con mis lectores, ya que no soy muy dado a las redes sociales.
¿Qué nos puedes contar sobre tus próximos libros?
Ahora estoy acabando un nueva novela juvenil que tiene algo que ver con mi experiencia en Bosnia, ya que sus protagonistas son los hijos de emigrantes que tuvieron que huir de un país en guerra para salvar la vida. Es una reflexión sobre los terribles crímenes que se cometieron y cómo superarlos. También estoy trabajando con mi esposa en un libro sobre la condición de la mujer en Yemen, a caballo entre el reportaje periodístico y el libro de viajes. Con un amigo, tenemos casi acabado el guión de cine de El coche de Intisar, el cómic sobre Yemen. No confío demasiado en que se acabe produciendo, pero vamos a intentarlo. También tengo a medio escribir un guión de cómic basado en un cuento de mi primera novela Heridas de Guerra. Aunque ahora mismo está aparcado por falta de tiempo. Y tengo pendiente ponerme con una novela infantil. Demasiados proyectos para alguien tan lento como yo escribiendo.