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Entrevista a...

Rafael Salmerón

El Templo #75 (abril 2020)
Por Javier Moriones
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Rafael Salmerón nació en Madrid en 1972. Comenzó su andadura en el mundo de la literatura infantil y juvenil como ilustrador, pero la vocación como escritor pronto llamó a su puerta. Sus primeras obras infantiles las coescribió junto a su madre, Concha López Nárvaez, con la que sigue publicando cuentos y novelas infantiles. Nosotros hemos tenido la oportunidad de charlar con él sobre algunas de sus últimas obras juveniles: 27 latidos, No te muevas, Musaraña o El Club, que ahondan en los problemas sociales a los que se enfrentan los adolescentes cada día.

Naciste en un hogar donde la literatura infantil y juvenil tenía un lugar privilegiado, de la mano de tu madre, Concha López Narváez. ¿Cómo fue crecer con ese referente tan cercano? ¿De qué forma estuvo la literatura infantil y juvenil presente en tu niñez y juventud?

Mi madre comenzó a publicar cuando yo tenía, si mal no recuerdo, doce años. Sin embargo, de alguna manera, la literatura siempre había formado parte de mi vida. Además de que en mi casa vivíamos rodeados de libros, mi madre solía contarme muchas de las historias que después llevaría a las páginas de sus obras. Recuerdo una de ellas en especial. Era una historia que se publicó bajo el título de Las cabritas de Martín. Me la contó cuando yo tenía siete u ocho años, y me pareció tan triste que le hice prometer que no la contaría nunca más. Pasados los años ella rompió esa promesa, de lo cual me alegro, ya que me parece extremadamente importante la labor de la literatura como ejercicio de preparación para la vida y para saber lidiar con nuestras emociones, sean estas del tipo que sean. Y la tristeza y la pérdida, temas que ella abordó en esa historia son, probablemente, de las emociones más complejas a las que un niño, y cualquier ser humano, se habrá de enfrentar a lo largo de su vida.

El hecho de que mi madre comenzase a publicar con regularidad y adquiriese rápidamente prestigio y notoriedad en el mundo de la literatura infantil y juvenil se convirtió en parte importante de la cotidianidad de mi familia, de modo que todos nosotros normalizamos cosas como que un equipo de televisión entrevistase a nuestra madre en el salón de casa o el relacionarnos con escritores e ilustradores reconocidos. Así que los libros infantiles y juveniles que antes me compraban mis padres se convirtieron en regalos de amigos, firmados, dedicados y, en muchas ocasiones, acompañados de alguna pequeña ilustración original. Así que, en general, podría decir que la literatura infantil y juvenil formaron parte de mi infancia y juventud de una manera totalmente natural.

Además, tus primeras obras surgen como una colaboración entre tu madre y tú. ¿Nació la vocación por la escritura a partir de estas obras coescritas o era ya algo anterior?

La vocación por la escritura era algo anterior. Mi madre todavía conserva el cuaderno en el que yo escribía poemas cuando tenía ocho o nueve años. Y nunca dejé de escribir desde entonces. Diarios, historias cortas, más poemas, proyectos de novelas…

Sin embargo, hubo dos factores que me frenaron a la hora de comenzar a escribir de un modo profesional. En primer lugar, el peso de la figura de mi madre y las posibles comparaciones con ella que, estaba seguro, iban a producirse. Es bien cierto que el hecho de ser hijo de Concha López Narváez me facilitó conocer y tener acceso a los editores más importantes del panorama nacional. Aunque también es cierto que no me resultó sencillo entregar una obra a un editor sabiendo que, inevitablemente, esa obra iba a ser juzgada en comparación a la contrastada calidad de las obras de mi madre.

En segundo lugar, por el hecho de haber comenzado en el mundo de la LIJ como ilustrador tampoco me resultó sencillo dar el salto al mundo de la creación literaria. La idea generalizada que, al menos hace unos años, se tenía de los ilustradores que se atrevían a escribir sus propios textos era la de que aquello era poco más que una excusa para poder asegurar el tener libros que ilustrar. Y, por lo menos en mi caso, esa no era ni es la realidad. Por el contrario he de decir que me siento mucho más cómodo y libre escribiendo literatura juvenil que infantil. Y uno de los motivos es el hecho de saber que no voy a tener después que ilustrar esa obra.

Al comienzo de tu carrera trabajabas principalmente como ilustrador. ¿Sigues encontrando espacio para ello?

Todavía sigo ilustrando, aunque mucho menos que al principio de mi carrera. No es que haya perdido el interés en la ilustración, ni mucho menos. Lo que sucede es que cada vez me siento más escritor y menos ilustrador. Cada vez me cuesta más darle vida a las palabras de otros, así que, excepto en las obras infantiles de las que también soy el autor, prefiero dejar el trabajo de ilustración para aquellos que, seguramente, están más motivados y capacitados para ello de lo que yo lo estoy en este momento de mi carrera.

¿Qué diferencias encuentras entre el proceso de escribir infantil y juvenil?

En mi opinión se trata de dos procesos totalmente diferentes. Es cierto que ambas son labores creativas, sin embargo ese proceso es muy distinto en uno y otro caso. A la hora de escribir literatura juvenil soy mucho más libre, más directo y más crudo. La libertad de poder escoger los temas a tratar es mucho mayor y, por qué no decirlo, la autocensura a la que me someto, teniendo en cuenta la realidad del panorama editorial, es mucho menos restrictiva. Escribo sobre los temas que me interesan y que creo pueden interesar a los jóvenes. Escribo sobre lo que creo que deberían leer. Sobre lo que estoy convencido que deberían reflexionar. Intento con ello que se planteen preguntas, que duden, incluso que se sientan incómodos. Porque eso es algo que creo deberíamos hacer todos. Y los jóvenes, al contrario que los adultos, están mucho más abiertos al cambio de paradigma, a la evolución y a la contradicción. Del mismo modo el lenguaje que utilizo cuando escribo para jóvenes es mucho más fluido y natural que cuando lo hago para niños. El proceso de ponerme en la piel de un niño de, digamos por ejemplo, ocho años, es más complejo que si se trata de un adolescente de catorce. Considero que la adolescencia es, además de un momento de cambio y ruptura, la casilla de salida de la vida adulta. Y yo, como adulto que escribe para jóvenes, intento mostrar ese momento vital desde la perspectiva de alguien que lleva más tiempo en el juego de la vida.

La cometa de Noah estaba ambientada en la Segunda Guerra Mundial, Un balón por una bala en Sierra Leona; en cambio, tus obras más recientes, como 27 latidos o El Club, viran a una ambientación más realista centrada en los problemas del día a día de los jóvenes en occidente. ¿Cómo ves esta evolución dentro de tu propia bibliografía?

Hay varios factores que me han influido a la hora de realizar ese viraje. Por un lado está mi experiencia como padre de dos hijos adolescentes con los que tengo una relación extraordinariamente abierta y honesta. Este hecho me ha permitido reconectar con mi yo adolescente, ese yo que todos fuimos y que se encontró en una encrucijada de decisiones y sentimientos. Y, a través de estas historias más realistas y más cotidianas he querido, de algún modo, no ya plantear soluciones a esa incertidumbre con la que conviven los jóvenes, sino mostrarles que esa situación de duda y carencia de respuestas es algo natural y necesario, algo que nos hace crecer y evolucionar. Y, por otra parte, realizar encuentros con lectores adolescentes en colegios e institutos me ha dado la oportunidad de conocer de primera mano sus inquietudes y de sentirme capaz de compartir con ellos mis propias experiencias vitales a través de este tipo de historias que pueden resultarles más cercanas.

En El Templo leímos hace unos meses No te muevas, Musaraña, una novela que nos encantó por su narración lírica, su estructura atípica y la visión tan personal que ofrece personaje de Laia. ¿De dónde surgió la idea?

En primer lugar, me alegro enormemente de que os haya gustado la novela. La idea de escribirla surgió de una obra anterior, 27 latidos y de mi preocupación e interés por el papel de las niñas, chicas y mujeres jóvenes en nuestra sociedad. Uno de mis objetivos principales como escritor es el de ofrecer a los lectores la oportunidad de ponerse en la piel del otro, de ver la vida desde perspectivas y roles diferentes, algo que yo, por mi parte, también intento hacer a la hora de escribir una novela. Así que, después de un primer acercamiento a ese rol femenino en 27 latidos, decidí profundizar aún más a través del personaje de Laïa en No te muevas, Musaraña.

Como ya he comentado anteriormente, considero la adolescencia la casilla de salida de la vida adulta, y es quizás por eso que el final de la adolescencia es un momento extremadamente complejo. En mi opinión se trata de una especie de salto al vacío sin red y sin vuelta atrás. Y en el caso de una chica joven, este salto puede resultar si cabe más complicado. La sociedad en la que vivimos se debate entre dos fuerzas que tiran de ella en sentidos opuestos. Por una parte, la lucha por los derechos y la igualdad de la mujer es cada vez más imparable. Paradójicamente y de manera simultánea, se ha generado, por parte de algunos grupos, un movimiento de recuperación de paradigmas y posturas retrógadas con respecto al papel de la mujer en la sociedad. Y es esta realidad la que quería reflejar en mi novela.

Escribirla me resultó enormemente enriquecedor, tanto a nivel profesional como personal, y abrió un nuevo camino en mi modo de entender la narración a través de un estudio profundo y descarnado de los personajes.

En ella hablas del arte, del duelo, la angustia y las relaciones abusivas. ¿Cuáles fueron las complicaciones a las que te enfrentaste al escribirla?

Todos estos temas forman parte de las más hondas e intensas emociones humanas. Sin pasión, miedo, o sufrimiento, el arte no es más que un mero ejercicio estético. Lo cual no es desdeñable; pero no es lo que a mí me interesa. Como escritor intento que el tiempo que el lector dedique a leer alguna de mis obras sea un tiempo ganado, no un simple pasatiempo.

Hace algunos años, en una charla con mi amigo y colega Gonzalo Moure, llegamos a la conclusión de que nuestro objetivo como escritores era, al menos, que el árbol que había sido talado para poder convertir nuestras historias en libros se sintiese orgulloso de lo que se había fabricado con él. Y en eso estoy. Y las complicaciones que puedan surgir a la hora a abordar temas difíciles, como los que mencionáis en la pregunta, son parte del camino que hay que recorrer para intentar alcanzar ese objetivo.

El bullying es un tema recurrente en tu obra. Los personajes de El Club deciden unirse para buscar apoyo en el otro, mientras que la protagonista de No te muevas, Musaraña se encierra en sí misma. ¿Qué te llevó a escribir sobre esta temática?

El bullying es un tema que lo envuelve todo. Vivimos en una sociedad en la que el fuerte amedrenta al débil y se aprovecha de él. El diferente es apartado y estigmatizado. El poderoso aviva el miedo del indefenso a sufrir las consecuencias de su poder si no se comporta como se le obliga a comportarse. Y el mundo adolescente no es sino un reflejo, a menor escala, del mundo en el que vivimos.

Por ello he intentado acercarme al tema desde diferentes perspectivas, ya que, aunque todos los abusos son iguales en el fondo, cada situación particular es un mundo en sí misma, y requiere respuestas y enfoques diferentes. Así que mis últimas novelas juveniles forman todas parte del mismo proceso evolutivo. Comenzó con el personaje de Yeidy en 27 latidos, continuó con Laïa en No te muevas, Musaraña, y desembocó en El Club con el personaje de Alba.

En mi opinión, el mayor problema que suponen las relaciones de abuso es el sentir que no hay salida, que esa realidad no va a cambiar y que no hay nadie que pueda ayudarnos o, al menos, comprendernos. Sentir que estamos solos. Eso es lo que nos impide cortar radicalmente con esas relaciones, librarnos de los que abusan de nosotros, ya sea mediante la violencia psicológica, verbal o física. Para poder lograr el empoderamiento necesario que nos haga decir basta, es necesario liberarnos primero de la idea de que no hay nada que podamos hacer para que la realidad en la que estamos inmersos cambie. Y eso, dependiendo de cada situación y de cada persona, la mayor parte de las veces no puede lograrse si no es con ayuda de otros.

Y esa es la respuesta que he querido dar al escribir El Club. Si no somos lo suficientemente fuertes o no nos vemos capaces de enfrentarnos solos a nuestros problemas, no hemos de sentirnos mal por ello, no hemos de pensar que somos nosotros los que fallamos. Lo que tenemos que hacer es compartir lo que nos pasa, buscar alguien a quien hacer cómplice de nuestro sufrimiento. Estoy convencido de que cualquier problema o preocupación es mucho más grande dentro de nuestro pecho que fuera. Aunque nada más que sea por comparación entre el tamaño del continente y el del contenido.

En 27 latidos, en cambio, hablas de exclusión social desde una perspectiva plural, coral, que se ha repetido en otras obras tuyas. ¿Cómo te enfrentas a dar voz a personajes tan distintos, quizá alejados de tu forma de ser? ¿Sigue siendo la literatura el canal para hacer esta denuncia?

La sociedad en la que vivimos es cada vez más diversa, y en 27 latidos he intentado representar esa realidad desde un punto de vista poliédrico. Las situaciones y los contextos de los distintos personajes son muy distintos; pero todos ellos se enfrentan a problemas básicos que a todos nos preocupan y conciernen. De modo que, por mucho que consideremos que la piel en la que el vecino habita no es para nada la nuestra, sus anhelos e incertidumbres no están tan alejados de los que nos afectan a nosotros mismos. Así que cada uno de los personajes de la novela, por muy diferentes que puedan parecer los unos de los otros, y por muy alejados que puedan estar de mi propia realidad personal, no dejan de compartir entre ellos y conmigo mismo una dimensión humana que nos es común a todos.

Y, en mi opinión, la literatura, y en particular la literatura infantil y juvenil, es un elemento fundamental a la hora de canalizar y denunciar las carencias de nuestra sociedad. Una sociedad en la que ha arraigado profundamente la injusticia, la desigualdad y la falta de empatía. Los que tenemos una voz que escuchan aquellos que en el futuro van a estar a los mandos del destino y el futuro de todos tenemos una responsabilidad enorme a la hora de hacer uso de esa voz como una herramienta propiciadora de cambio hacia una sociedad más libre, más tolerante, más justa y más solidaria.

A lo largo de tu carrera has tenido la oportunidad de trabajar con editores muy distintos, en Anaya, SM, Loqueleo, Bruño, Edelvives... ¿Cómo eliges adónde enviar tu próximo proyecto? ¿Cambia mucho el proceso de edición de una editorial a otra?

Es cierto que he tenido la oportunidad de trabajar con muchas editoriales y editores, y que no todos responden de la misma manera o están abiertos a publicar el mismo tipo de historias. Así que, basándome en mi experiencia personal, decido enviar esta a aquella historia a este o a aquel otro editor o editorial. Y, en relación hacia el proceso de edición, las experiencias han sido y son también muy diferentes. Eso sí, he de decir que siempre he tenido la suerte de trabajar con editores que, por encima de todo, han respetado enormemente la esencia y el espíritu de la obra que he puesto en sus manos.

¿Tienes la oportunidad de hacer encuentros con lectores? ¿Cuáles son las inquietudes que más frecuentemente surgen en estos coloquios sobre tu obra?

Vengo haciendo encuentros con lectores desde hace ya más de veinte años. Los he hecho con lectores desde infantil hasta bachillerato, y sus respuestas han sido y son de lo más diverso. En cuanto a mis lectores de secundaria, tengo que decir que sus inquietudes son mucho más profundas e interesantes de lo que la mayor parte de los adultos creen. Estas inquietudes van desde su preocupación por lo que les deparará el futuro, o lo solos e incomprendidos que pueden llegar a sentirse; hasta cuestiones mucho más metafísicas como la diferencia entre la justicia y la ley, o como el derecho al arrepentimiento y a las consecuencias que esto puede conllevar.

Y, por supuesto, no nos podía faltar esta pregunta: ¿hay algún proyecto cercano sobre la mesa de Rafael Salmerón? ¿Qué nos puedes contar de ellos?

Tengo varios proyectos en los que estoy trabajando. Por poner un ejemplo, estoy inmerso en la finalización de una primera entrega de una trilogía juvenil, ambientada en un futuro distópico. También estoy trabajando en una novela de humor absurdo. Y, más recientemente, debido a los extraños tiempos de pandemia y confinamiento que nos está tocando a todos vivir, he comenzado a escribir una historia en la que el personaje protagonista narra, desde su perspectiva, cómo se enfrenta a la incertidumbre de una situación totalmente novedosa y escalofriante a la que el mundo se ve abocado de un día para otro.