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Entrevista a...

Tessa Gratton

El Templo #83 (agosto 2021)
Por Daniel Renedo y Javier Moriones
1.419 lecturas

¿Sabías que...?

  • Nació en Okinawa (Japón) porque su padre era militar, algo que le permi­tió viajar por el mundo y convertirse en una gran lectora.
  • Desde que tenía siete años, quiso ser paleontóloga o maga, pero final­mente se dedicó a la escritura.
  • Su primera bilogía publicada, Blood Magic, fue un éxito internacional tra­ducido a más de veinte idiomas.
  • Tessa se identifica como una persona no binaria, pero utiliza los pronom­bres ingleses she/her.
  • No solo es autora de novelas, sino también de relatos de fantasía y terror. La última antología en la que participa, Los vampiros nunca mueren, aca­ba de ser publicada en España.
  • Entre la bilogía Blood Magic y Lady Hotspur, su última novela publicada en España, transcurrieron casi diez años sin nuevas publicaciones de Tessa en nuestro país.
  • A pesar de ello, los lectores de Latinoamérica sí han podido disfrutar de las traducciones de Las reinas de Innis Lear y Extraña gracia en algunos países.
  • Lady Hotspur, concebido como una continuación de Las reinas de Innis Lear, ha llegado a España sin haberse publicado su primera parte, dado su carácter independiente.
  • Night Shine, su última novela publicada, llegará a España en 2022 de la mano de Puck.

 

Para empezar, nos gustaría preguntarte sobre Blood Magic, una bilogía que durante mucho tiempo fue tu única obra publicada en España. ¿Qué significa Blood Magic para ti, si tienes en cuenta que fue traducida a más de veinte idiomas? ¿Cómo ha cambiado tu visión de las relaciones románticas en estos diez años desde su publicación?

Blood Magic fue mi debut y, como habéis mencionado, fue traducido a unos veinte idiomas. Para tratarse de mi primera obra publicada, fue una ex­periencia editorial increíble. La nove­la tuvo muy buena recepción por par­te del público y eso siempre está bien, porque es cierto que no todos mis libros han contado con la misma recepción…, así que me alegro de haber empezado mi carrera de esa forma.

En los diez años que han pasado desde entonces, muchas cosas han cam­biado dentro de la comunidad de lite­ratura juvenil estadounidense, al igual que han variado las cosas en que los lectores se fijan. El primer borrador de Blood Magic tenía personajes queer, y tuve por ello problemas a la hora de venderlo. Por aquel entonces, nadie de­cía explícitamente «esto es demasiado gay», pero sí que se decían cosas como «no sabemos cómo habríamos de publicar esto» o «no sabemos cómo debería­mos promocionar esto y, por eso, no podemos publicarlo». Así pues, mi agente editorial y yo cogimos el libro y llegamos a la decisión de que tenía que hacerlo menos tabú de lo que era, porque con­tenía no solo temas queer (de género queer, en concreto), sino que también tenía necromancia y, por supuesto, magia de sangre. Había demasiados temas tabú que intentaba abarcar, y lo que decidí fue deshacerme de la parte rela­cionada con el género queer para ver si así podía vender la novela. Y, como es obvio, lo logré.

Estoy completamente segura de que si hoy por hoy escribiese Blood Ma­gic tal y como lo imaginaba, y tratase de publicarlo, no me encontraría con ninguna traba. Podría tener violencia, magia de sangre, necromancia y tratar lo queer. Que esto sea posible me hace muy feliz, pero a la vez me entristece si pienso en los lectores que hace diez años no pudieron leerlo y en aquellos escritores queer que, por entonces, nos veíamos obligados a «controlar» lo que escribíamos. Los editores no creían que dichas obras fuesen comerciales, que pudiesen vender lo más mínimo.

Pero muchas cosas han cambiado desde entonces y Lady Hotspur es el perfecto ejemplo de ello, porque práctica­mente todos los personajes son queer y los que no lo son al menos ofrecen una representación positiva de lo queer (tie­nen amigos que sí lo son o bien se mues­tran a favor de las personas queer). He podido escribir un libro con multitud de capas queer, que se reflejan en la polí­tica, los personajes, el romance y todo tipo de cuestiones. Que en su día se tra­dujesen al castellano Blood Magic y El secreto de los cuervos, y que ahora se haya traducido Lady Hotspur, es como ver las dos partes de un sujetalibros, la izquierda y la derecha, con diez años de diferencia entre ellas.

Blood Magic siempre tendrá un hue­co especial en mi corazón porque fue mi debut y también por las decisiones que tuve que tomar para seguir siendo fiel a la historia a la vez que me veía obligada a deshacerme de todos los aspectos queer.

Nuestra siguiente pregunta tiene que ver con la trilogía The United States of Asgard, que fue cancelada a mitad de su publicación. ¿Cómo fue la experiencia de autopublicarla tras su cancelación?

La misma editorial estadounidense que publicó en su día Blood Magic y El secreto de los cuervos publicó The Lost Sun y The Strange Maid. A causa de las bajas ventas de estos dos primeros vo­lúmenes, la editorial decidió cancelar la publicación del tercer volumen de la trilogía. De esta forma me hice con los derechos de la trilogía al completo, le di un lavado de cara a las portadas, edité lo que creí conveniente y la puse a la venta en formato electrónico (aunque puedes comprar el libro en formato físi­co, la gente opta por leerlos en e-book). Después agrupé las novelas cortas en un único volumen, como una especie de cuarto libro. Eso fue lo que pasó con la saga The United States of Asgard.

La experiencia de autopublicarlos fue sin duda diferente. Sé de un mon­tón de escritores de romance indie que llevan a cabo un trabajo excepcional: adoran autopublicar, se les da fenome­nal tanto promocionar sus novelas como escribirlas a un ritmo vertiginoso y en­focado a su público, pero yo no estoy interesada ni en la parte de marketing ni en la de la publicidad. Solo quiero es­cribir un libro y que luego otra persona se encargue de todo eso, así que pue­do afirmar que no: no disfruté ninguna parte del proceso de autopublicar. Y, si os soy sincera, no sé si volvería a hacer­lo. No soy el mejor de los ejemplos en lo que a autopublicar se refiere… No me esforcé en hacerlo bien porque en el fondo no quería hacerlo. Además, es­taba muy disgustada con la cancelación de la saga y supuso un duro golpe en mi carrera: tardé tres años en volver a vender una novela. Hubo un bache en mi carrera porque, cuando un libro no se vende bien, el peso recae en los hom­bros del autor o autora. Fue una etapa complicada…

Durante esos tres años, escribí Las reinas de Innis Lear y una nueva novela juvenil titulada Strange Grace, que tam­bién ha sido traducida al español (pero no ha llegado a España). Por lo que, du­rante ese tiempo, escribí esos dos libros, que más tarde lograría publicar. Strange Grace fue el primero de los dos que ven­dí y lo reescribí unas cuantas veces, pero llevó su tiempo porque ninguna edito­rial quería arriesgarse con la marca Tessa Gratton. Me planteé escribir con pseu­dónimo, pero al final preferí no hacerlo y acabé transicionando a la novela adul­ta. Vender una novela de fantasía adul­ta fue algo más fácil, porque les daba un poco igual que mi saga juvenil hubiese «fracasado». ¡Y me lo pasé genial!

Al comienzo de tu carrera como escrito­ra participaste en un proyecto literario con las autoras Brenna Yovanoff y Ma­ggie Stiefvater, en el que se os conocía como las Merry Sisters of Fate. ¿Cómo se inició esta experiencia? ¿Con qué ob­jetivo la llevasteis a cabo?

Creo que fue allá por 2008 cuando las tres abrimos un blog, un blog de rela­tos. En aquella época ni Brenna ni yo ha­bíamos publicado nada aún, pero el pri­mer libro de Maggie ya estaba a la venta.

Queríamos mejorar nuestra escri­tura. Maggie (que además de escritora era artista visual) había llevado a cabo un proyecto durante un año entero en el que cada día empezaba y termina­ba una pintura. Al transcurrir el año, se paró a analizar el progreso desde el ini­cio hasta el final y se dio cuenta de que su arte había mejorado mucho en muy poco tiempo, de forma que empezó a plantearse si esta técnica sería aplicable a la escritura. Así pues, durante un año, las tres juntas (aunque de forma inde­pendiente) escribimos y publicamos un relato cada semana en Internet. Escri­bimos cincuenta relatos en un año, de los cuales la gran mayoría eran bastante malos, unos pocos no estaban mal del todo y como unos cinco o seis de los míos merecían realmente la pena. El se­gundo año pasamos a hacerlo cada dos semanas en vez de semanalmente, y ya para el tercero y último solo escribía­mos un relato al mes, por lo que hacia el final de esa etapa cada una había­mos publicado unos setenta relatos en un período muy corto. Decidimos agru­par los que más nos gustaban y hablar de lo que funcionaba y de lo que no en cada relato. Por eso, el libro que nació del proceso, The Curiosities, tiene nues­tras anotaciones: anotamos los relatos, comentamos los textos de las otras y el proceso de escritura y corrección; se tra­tó de un proyecto muy enriquecedor.

Y el segundo, The Anatomy of Cu­riosity, lo escribimos porque nos pare­cía divertido y quisimos trabajar con historias más largas para centrarnos en nuestras fortalezas a la hora de escribir. De esta forma, yo opté por escribir una historia de fantasía centrándome en la construcción del mundo y en todos los detalles que le dan vida; Maggie se cen­tró en los personajes, y Brenna en la trama. A fin de cuentas, los dos libros tenían como propósito servir de ayuda a adolescentes que aspiran a ser escrito­res, que quieren aprender cómo hace­mos lo que hacemos. Esa fue la génesis del proyecto.

En el mercado de literatura juvenil es­pañol no es tan frecuente encontrar antologías de relatos, en comparación con el mercado adulto. ¿Difiere mucho tu proceso a la hora de escribir relatos para adultos y adolescentes?

La verdad es que no estoy segura de si abordo de forma muy distinta mis relatos adultos y mis relatos juveniles. Sí tengo, no obstante, una concepción muy diferenciada entre mis novelas adultas y mis novelas juveniles. Pero, para mí, un relato solo tiene espacio su­ficiente para una única pregunta. Voy a centrarme en un personaje o un mundo y solo puede girar en torno a una única cosa porque tiene que ser corto. Y tra­to siempre de respetar eso, porque, de lo contrario, acabo escribiendo ladrillos como Lady Hotspur, que es muy largo. De hecho, la gran mayoría de mis rela­tos suelen ser más cortos de lo que lo son los capítulos de Lady Hotspur.

De manera que cuando empiezo a escribir un relato suelo saber si, por ejemplo, es para una antología y, en ese caso, hay un tema que he de respetar, como en la antología Los vampiros nun­ca mueren: tenía que ser sobre vampi­ros y adolescentes, lo cual era un buen punto de partida. Sin embargo, cuando he tenido que escribir relatos adultos, nunca ha estado tan limitado, ha sur­gido como: «¿Escribirías un relato de ciencia ficción para mi revista?». Así que en ese caso tenía que ser ciencia ficción, pero esa es una premisa amplísima.

Por lo que creo que, para mí, sería una cuestión de temática: ¿Va sobre cre­cer? ¿O es una historia sobre plantarle cara al mundo, a tus padres, las tradicio­nes…? ¿O es, por el contrario, un tema que toca más de cerca a los adultos que a los adolescentes, que tienen que en­frentarse a decidir quiénes son y cómo mostrárselo al mundo? Así que sí, mi respuesta sería la temática, pero tam­bién es verdad que he escrito más re­latos dirigidos a jóvenes que a adultos, por lo que puede que, una vez haya co­sechado más experiencia en el mercado adulto, tenga una respuesta diferente.

En otras entrevistas has hablado de que la idea de «tener que vivir con pa­sión durante mucho tiempo» es lo que más te cautiva de la literatura de vam­piros. ¿Por qué te llamaba la atención este aspecto? ¿Cómo se refleja en Los vampiros nunca mueren, la antología en la que participas, recién publicada en España?

Mi relato en Los vampiros nun­ca mueren va un poco de eso: ¿qué es lo que hace que merezca la pena vivir eternamente? ¿Por qué querrías ha­cerlo? El relato trata sobre una chica a la que le dan siete días para decidir si quiere convertirse en vampiro o no. Uno de los vampiros que intenta con­vencerla dice que las adolescentes son idóneas para el vampirismo porque se les da bien tanto cabrearse como vivir apasionadamente, ya que es lo que él cree que todas las chicas adolescentes hacen. Pueden aprovecharse de esta ac­titud en la vida eterna mejor que una persona a la que conviertan en vampiro en los cuarenta, cuando estás un poco harto de la vida. Eso es de lo que traté de escribir: ¿qué pasiones podrían resis­tir el paso del tiempo?

Por poner un ejemplo, luchar contra las injusticias sería una muy buena razón para mí, porque es algo que me apasio­na y que me permitiría estar ocupada tratando de hacer del mundo un lugar mejor, sobre todo si tenemos en cuenta que los seres humanos somos especialis­tas en encontrar formas de ser crueles y de oprimir a los demás. ¿Qué sentido tiene la vida si no buscamos la manera de que esta sea lo mejor posible para todo el mundo? Esa fue la perspectiva que abordé en este relato. La gran ma­yoría de mis libros tienen también ese tipo de idea de tratar de hacer el mun­do un lugar mejor, no peor. Es con las pequeñas decisiones diarias cuando te enfrentas a esas preguntas: ¿Qué trae­ría más bien que mal al mundo? ¿Qué pondría fin a la crueldad y la opresión?

Creo que es una idea importante que todos deberíamos tener en cuenta, pero también creo que es especialmen­te relevante animar a los jóvenes a que piensen en ello. Recuerdo que yo mis­ma empecé a pensar en política entre los catorce y los dieciséis y, constante­mente, los adultos de mi entorno me decían cosas como «no hay razón para que te preocupes por eso de momen­to» o «aún eres muy joven para enten­derlo», y tanto la una como la otra me cabreaban muchísimo. Por eso creo que es importante crear ese espacio dentro de la literatura sobre y para los jóvenes, para que puedan oír cosas como «eres lo suficientemente adulto», «eres lo su­ficientemente listo» o «tu perspectiva puede ser distinta a la de los adultos», y ser capaces de analizar las tradiciones que crean estas opresiones estructura­les en el mundo.

Esta lucha contra la injusticia, además, es algo que se ve precisamente en la representación del personaje de Hal en Lady Hotspur.

Sí, y de eso va precisamente Lady Hotspur. Particularmente, la príncipe Hal trata de averiguar cómo crear es­pacio en este reino para ser quien es, y obviamente se encuentra con muchas dificultades, pero esa es una de las ra­zones por las que quise escribir Hotspur. En Innis Lear el sistema político es muy diferente, y básicamente todo lo que Rowan tiene que hacer es decir «esto es porque yo lo digo»: va a ser de esta for­ma, esto es lo que voy a hacer y no pue­des discutir porque ¿sabes quién está de mi parte? Esta isla entera, y puedo demostrarlo.

De forma que el sistema político de Aremoria refleja sistemas políticos his­tóricos y actuales en los que la pobla­ción decide y crea los diferentes aspec­tos del mismo, y tiene problemas con la manera en que todo ha sido hasta la ac­tualidad, y para plantear algunos cam­bios necesarios para el futuro, como la sostenibilidad de estas estructuras de poder. Así que Hal, especialmente Hal, tiene que enfrentarse a la creación de un espacio queer en un sistema que es inherentemente antiqueer. Es por ello que, incluso en mi literatura adulta, los temas de lucha contra la injusticia están muy presentes.

La premisa de tu relato en la antología Los vampiros nunca mueren es precisa­mente la idea de que todos los vampi­ros son queer. ¿Has tenido siempre esta visión sobre los vampiros?

Sí, identificándome como persona queer no puedo imaginar vivir durante más años de lo normal y no entrar en contacto con alguna relación o aspecto identitario que se salga de la norma. De verdad que no me entra en la cabeza cómo podría llegar a ocurrir y, por eso mismo, cada vez que veo una pelícu­la de vampiros en la que los vampiros son heterosexuales pienso para mí mis­ma: «¿Alguien se ha parado tan siquie­ra a pensar un poco antes de producir esto?», «¿cómo diablos es posible?». Así que ese es siempre uno de mis puntos de partida: ¿Son todos los vampiros, lle­gado el momento y de una u otra for­ma, un poco queer?

En el relato que mencionaba antes, ellos mismos eligen voluntariamente a quién van a convertir en vampiro; no tiene nada que ver con otras mitologías en las que por lo general alguien acaba convertido en vampiro por un descuido. Existe una intencionalidad detrás de a quién estos vampiros, ya queer, deciden convertir, y por supuesto van a elegir a gente que se identifique como queer o que pueda llegar a serlo en el futuro. Fue una decisión a la hora de construir la ambientación del relato: por un lado, no entiendo eso de que los vampiros tengan que ser heterosexuales y, por otro, creo que la gente queer tiende a buscar a otra gente queer; es algo que siempre ha sido así, en todas las culturas y épocas, por seguridad.

¡Llegó la hora de hablar de Shakespea­re! Sabemos que su obra ha sido una continua fuente de inspiración para ti, pero más específicamente lo hemos vis­to en la reinterpretación de dos de sus obras (El rey Lear y Enrique IV) para la bilogía compuesta por Las reinas de In­nis Lear y Lady Hotspur. ¿De qué mane­ra te ha influido su obra? ¿Qué tienen de Shakespeare estas dos novelas?

Son varias las razones por las que adoro a Shakespeare. Una de ellas es la complejidad de sus obras: puedes en­contrar cosas fascinantes y cosas terri­bles en todas y cada una de ellas; pue­do, de hecho, tanto criticar cualquiera de ellas como decir algo bueno de cada una. Y creo que su durabilidad se debe a que son muy específicas. Hay gente que diría «Oh, Shakespeare es un au­tor universal», pero no creo que eso sea cierto, porque las cosas universales le suelen dar bastante igual a la gente. Los temas universales sí llaman su aten­ción, pero no los personajes universales y genéricos. Y los personajes escritos por Shakespeare son extremadamente específicos y usan el lenguaje de formas increíbles.

Me encanta la poesía, y la lengua inglesa en particular. Estudié su historia, que abarca el inglés antiguo, el medie­val y el moderno, y Shakespeare no es­cribe en inglés medieval, sino en inglés moderno. Esto último es un error que mucha gente comete porque Shakes­peare suena en cierto modo muy arcai­co, pero suena así porque inventó un porcentaje enorme de las palabras que consideramos parte del vocabulario in­glés. Si a veces no hay quien le entienda es porque, literalmente, se estaba in­ventando ciertas palabras.

Y, además, en lo relativo a sus obras de teatro, todas son para tronchar­se, incluso las tragedias. Hamlet tiene algunas de las líneas de diálogo más desternillantes de todo su repertorio, pero algunas de las adaptaciones como, por ejemplo, la película de Kenneth Branagh, que cuenta con escenas pre­ciosas y emocionalmente desgarrado­ras, se olvidan por completo de la parte cómica. No obstante, luego hay otras como una adaptación teatral de hace unos cuatro o cinco años (que juraría que fue la que corrió a cargo de la Ro­yal Shakespeare Company), con David Tennant en el papel de Hamlet y Patrick Stewart en el de Claudio, que fue diver­tidísima. Me reí tanto que hasta se me saltaron las lágrimas en varios momen­tos y pensé: «Esto es por lo que Shakes­peare gustaba tanto en su tiempo, por los chistes verdes».

  

Así que sí, me encanta Shakespeare. Qué decir... si es que hasta lo metí como pude en Blood Magic: a uno de los per­sonajes principales le encanta el teatro, en general, y Shakespeare en particular.

La primera vez que me topé con El rey Lear fue en el instituto. Lo tuve que leer para la asignatura de Literatu­ra y, de hecho, lo odié. Me sentí com­pletamente traicionada por Shakespea­re, porque la obra es tan, tan sexista… Las mujeres en ella son completamente planas, no evolucionan y el rey Lear es un rey horrible, se le da todo como el culo, trata fatal a todo el mundo… ¿y se supone encima que yo tengo que com­padecerme de él? La Tessa de dieciocho años pensaba «Esto es terrible» y, por eso, durante dieciséis años he tenido la cosa de querer arreglar El rey Lear. Y eso es lo que me propuse con Las reinas de Innis Lear, y fue maravilloso escribirlo.

Una vez terminé de escribirlo, mi editora me preguntó: «¿Te gustaría es­cribir otra novela inspirada en una obra de Shakespeare? Porque esta me ha en­cantado y deberíamos aprovechar y sa­car otra», y yo me dije: «Ya he reescrito la obra de Shakespeare que menos me gusta, así que ahora lo lógico sería rees­cribir mi favorita». Y como soy una nerd de la leche, pues resulta que esa obra no es ni más ni menos que Enrique IV, Parte I. Me ha gustado desde siempre, porque es trágica y a la vez muy diver­tida y, además, tiene no solo romance sino todo tipo de elementos dramáticos.

El final de la obra se centra exclusi­vamente en los personajes de Hotspur y del príncipe Hal, que no llegan a com­partir el escenario hasta la ultimísima escena, aunque toda la obra haya gira­do en torno a cuáles son las diferencias y similitudes entre uno y otro y quién de los dos es no solo mejor, sino mejor príncipe. Ya para el final, se juntan y se baten en un duelo en el que Hal mata a Hotspur… Y, de aquella, yo estaba completamente obsesionada con la que para mí era una escena preciosa, tanto que tomé prestadas para Lady Hotspur algunas de las líneas que se dicen en ella. Amaba esta escena no solo como lectora y como escritora, sino también como fan y de ahí que me preguntase: «¿Qué podría arreglar toda la que tie­nen armada? Ay… si en vez de matarse se hubiesen dado un beso… Sería feno­menal», pensé, de modo que ese fue el punto de partida para escribir Lady Hotspur.

Fue como: veamos… lo que puedo arreglar sin problema en Enrique IV, Parte I es hacer a todos los personajes gays. Todo mejorará un poco si lo rees­cribo y todo el mundo es un poco gay, por lo que cambié a casi todos los per­sonajes y los llevé al lado opuesto del espectro de género en el que se encon­traban. La obra original solo tiene dos mujeres y por eso mismo la novela tie­ne solo a Rowan y a Connley… Aunque, bueno, me cuesta referirme a Connley como «hombre», pero definitivamente ese es el espectro. Escribir la novela no fue fácil, pero sí fue constantemente gratificante como escritora: no odié nin­guna parte del proceso, y eso que por lo general llego siempre a un punto en el que digo «Dios mío, es horrible, ¿quién me mandaría a mí?». Pero ese nunca fue el caso con Lady Hotspur. Estaba encan­tada con la novela que quería escribir y adoraba absolutamente a todos los per­sonajes. Incluso llegué a cambiar el final como seis veces, ¡pero eso sería haceros spoilers importantes!

En el proceso de crear Lady Hotspur fue importante para ti dar representación a personajes de distintas etnias, y que no todos estos personajes históricos fue­ran blancos y caucásicos, algo que visi­bilizas a través del personaje de Charm. ¿Por qué es importante evitar el color­blinding (no especificar la etnia de los personajes)?

Creo que el colorblinding (escribir sin especificar el color de la piel de los personajes) nunca funciona, porque no solo no tiene sentido en lo que a cons­trucción del mundo se refiere, sino que además cada lector trae consigo unas expectativas distintas de raza. Y si tratas de utilizar el colorblinding suele radicar en que, por defecto, todos acaban sien­do personajes blancos, porque, al ser la cultura blanca la dominante (por ejem­plo, en Estados Unidos), la gran mayoría de lectores asumirá que todo el mun­do es blanco. Por ello, has de añadir di­versidad racial (a través de distintas ca­pas) de forma intencionada porque de lo contrario las identidades raciales no predominantes son erradicadas.

Creo también que en lo que se refiere a interpretaciones, en películas y obras de teatro, en el caso de obras como las de Shakespeare, adquiere mucho valor elegir un elenco colorblind porque interrumpe las asunciones de raza de los espectadores, y eso es lo primero que has de hacer para que la gente hable y piense de forma crítica respecto a la supremacía blanca. Así que… ahí sí que funciona, pero, personalmente, nunca me he topado con un libro donde tuviese la sensación de que esta práctica funcionaba. Y pienso, a su vez, que ahora mismo no tiene sentido escribir un libro que ignora el aspecto de raza, sobre todo si has nacido en los EE.UU., que es donde he nacido y donde he llevado a cabo mi formación, en feminismo global interseccional. Hice un posgrado en esta especialidad pensando que acabaría entrando en política.

No le veo sentido a escribir un libro que no cuestiona la supremacía blanca. Si hiciera eso, ¿de qué servirían mis li­bros? Porque la literatura ha de ser una conversación, en especial la literatura especulativa, que permite utilizar otros mundos, el espacio exterior o la ambien­tación que se te ocurra para reflexionar sobre nuestra situación actual. La litera­tura está ahí para entretener y para ha­cer pensar y, en el mejor de los casos, las dos cosas a la vez. Por eso incluyo cul­turas explícitamente no blancas, sobre todo en el mundo de Las reinas de Innis Lear, pero también a través de la polí­tica de Aremoria y las situaciones que suceden allí en el segundo libro. Es de suma importancia para mí hacerlo y si no lo hiciese muy seguramente debería dejar de escribir y meterme a trabajar en Starbucks, porque sus trabajadores tienen mejores coberturas que yo.

En Lady Hotspur haces uso de un tipo de fantasía arraigado en la naturaleza, que funciona como elemento central en la estructura de la obra y que además influye en todos los personajes. ¿Por qué elegiste este tipo de fantasía?

La razón principal por la que elegí este tipo de fantasía para la bilogía se debe a que es la forma en que Shakes­peare introduce magia en algunas de sus obras. Cuando hay magia en ellas, y no me refiero a las que tienen dioses griegos y demás, sino magia de verdad como en La tempestad o Sueño de una noche de verano, un tipo de magia ba­sada en la naturaleza y que es siempre muy sutil.

En El rey Lear, existe una división te­mática opuesta entre Naturaleza y Dios. A mí no me interesaba meterme en el tema de la religión cristiana para este proyecto y, de hecho, quería evitar por todos los medios posibles que la reli­gión se desbordase y lo inundara todo, así que tiré mucho más hacia el tema de la naturaleza. El mayor antagonista del rey Lear no es otro que una tormenta, que es el tipo de elemento al que que­ría recurrir.

En cierta forma, fue una decisión muy especí­fica, muy relacionada con la concepción del proyec­to: así lo hace Shakespea­re en El rey Lear; no hay magia como tal ni en El rey Lear ni en la trilogía de Enrique IV, pero yo sa­bía que necesitaba que hubiese magia porque, a fin de cuentas, a mí me gusta la magia. De modo que cogí lo que ya existía en Shakespeare y lo amplifiqué de distin­tas formas. Mi personaje favorito de esta tragedia es Ben, el bastardo (que a su vez es el zorro que se convierte en el hechicero de Lady Hotspur), que da un discurso magnífico sobre las estre­llas. Este personaje está enfadado con todo el mundo porque ve injusto no conseguir nada en su vida a pesar de ser más habilidoso que el resto. Es mejor lu­chador, mejor político que su hermano, pero no va a heredar nada simplemen­te porque nació como hijo bastardo. En este discurso que da, básicamente dice: «es ridículo y terrible que nos valgamos del destino y de las estrellas para decidir nuestras vidas». Así que tomé estos dos elementos y más tarde añadí los ingre­dientes de la naturaleza y la tormenta para crear el sistema mágico de Las rei­nas de Innis Lear. Y después integré es­tos elementos en Aremoria. Quería que la magia de Aremoria fuese más anti­gua y a la vez potencialmente más ac­cesible. De ahí que haya usado algo pa­recido a las hadas: los santos terrenales están basados en hadas de origen celta, como los elfos de Tolkien.

Y, por lo general, la magia ancla­da en la naturaleza es la que más dis­fruto. Suelo ir de cabeza a ella porque encuentro mucha belleza y asombro en la propia naturaleza. Adoro las camina­tas, los parques naturales, el océano… cualquier paisaje en el que me pueda zambullir. Porque tengo la sensación de que, si existiese la magia, sería en esos lugares donde la encontraríamos, en un bosque oscuro o en un acantilado. Se trata casi de una creencia personal: ahí es donde reside la magia… de forma que en todos mis libros en los que hay magia, está basada en la naturaleza. No puedo evitarlo.

Antes de terminar de hablar de Lady Hotspur, nos gustaría comentar contigo el uso del lenguaje en las dos novelas de la bilogía. Hay en ellas una decisión consciente de invertir el género de los títulos nobiliarios para poner sobre la mesa esta perspectiva de género en la novela. ¿Cómo te enfrentaste a ello?

Me frustra mucho el tema del gé­nero en el lenguaje, y eso que en inglés el problema está lejos de lo que supone en español.

En inglés ya es difícil de por sí y eso que el uso de they como pronombre sin­gular se conoce desde mínimo la época de Shakespeare. El propio Shakespeare lo utiliza en algunas de sus obras para referirse a una única persona. Y resulta que, a pesar de que ha formado parte desde hace siglos del, digamos, inglés clásico, todavía sigue habiendo gente que se niega a aceptarlo. Y es que habla­mos de tan solo una palabra. Nosotros, en EE. UU., no tenemos que preocupar­nos de la concordancia entre adjetivos y sustantivos y cosas del estilo. Por eso, sí que es verdad que es algo más fácil que en español, pero aun así genera mucha discusión.

Tuve dificultades a la hora de utilizar los títulos nobiliarios, porque en inglés sí tienen división por género: príncipe y princesa, rey y reina…; los títulos para personas funcionan de esta forma. Y no quería caer en esa división: la opción por la que opté es una pequeña forma de re­cordar a la gente que el género está in­tegrado en nuestra lengua; cada vez que un lector lee «la príncipe Hal», tiene que recordarse: «Oh, es una mujer».

Lo hice intencionadamente y tam­bién tuve la oportunidad de introdu­cir una conversación explícita sobre el tema a través de Hal y Charm. Además, otra de las razones por las que quise in­cluir al personaje de Charm en la novela es porque me parecía una muy buena oportunidad de reflejar las diferencias de género dentro de la política: era algo que había insinuado en Las reinas de In­nis Lear, pero que no había llegado a ex­plorar realmente, porque la historia no me había dado la oportunidad de cues­tionarlo. Estoy tratando de encontrar formas más comerciales de estimular a mis lectores en vez de recibirlos con un bate de béisbol (porque hay veces que hago eso y «cancelan» algunos de mis libros por ello). Así pues, la príncipe Hal fue una buena forma intermedia para reflejar esta cuestión.

Nos gustaría cerrar esta entrevista ha­blando de Night Shine, tu última nove­la, que será publicada en 2022 en Espa­ña y que dedicas a les adolescentes de género fluido, no binaries y la juventud trans. ¿En qué se diferencia esta novela de tus anteriores obras juveniles?

El estilo de este libro es un poco di­ferente: es básicamente un cuento de hadas, así que el lenguaje tiene fórmu­las como «érase una vez» y algunos de los nombres son de cuento de hadas: Nothing (Nada), la protagonista, o la vi­llana, the Sorceress who Eats Girls (La he­chicera que come niñas). Tengo bastante curiosidad por ver cómo traducirán los nombres. Esta fue una dificultad a la que me enfrenté como escritora y, al parecer, también lo ha sido para algunos lectores, pero es parte de la intención detrás de ello: los nombres y las etiquetas y quién decimos al mundo que somos, y poder definirnos a nosotros mismos y más ade­lante cambiar esa definición.

La magia dentro de la novela es explí­citamente no binaria, por lo que el mun­do en sí es muy blanco o negro: perciben el poder en opuestos, como día vs. no­che, hombre vs. mujer, visten en colores que contrastan (esto es una parte impor­tante de su cultura). Pero, sin embargo, la magia más poderosa es aquella que consigue romper esos opuestos binarios, la que se encuentra entre medias; es una

historia que puedo considerar mi tesis de cómo la fluidez y el cambio pueden ser empoderantes. De hecho, el origen de la palabra queer era abarcar aquello que se encuentra fuera de la norma: fue un insulto durante mucho tiempo en los EE. UU., y parte del proceso de reclamar el término ha sido afirmar que esto es lo que queremos: sentirnos empodera­dos por ser personas no binarias, ya se refiera a nuestra sexualidad o a nuestra identidad de género.

Y fue básicamente eso. Escribí Night Shine. Me encantó hacerlo. Fue difícil porque es una novela muy personal. Sigo teniendo dificultades a la hora de hacerme un hueco no solo como perso­na, sino también como autora dentro de la industria, y de encontrar mi voz y ese punto intermedio entre eliminar todo lo queer de Blood Magic y hacer a todos los personajes queer en Lady Hotspur. ¿En qué lugar he de buscar para encon­trarme y encontrar mi voz? Night Shine es una historia que va un poco de eso mismo, y todos los personajes princi­pales tienen pedacitos de mí, de forma mucho más explícita que en muchos de mis libros. Estoy muy entusiasmada.

El libro va de una chica llamada Nothing que se da cuenta de que su me­jor amigo, Kiran, que es el heredero al trono, se fue a vivir una aventura y la persona que ha vuelto a ocupar su lugar es un impostor. Por ello, Nothing par­te en su búsqueda, dado que cree que Kiran ha sido secuestrado por la hechi­cera que come niñas, porque Nothing sabe que Kiran no es un chico... Kiran usa pronombres masculinos a lo largo del libro por distintas razones persona­les, pero es en realidad de género flui­do (aunque esto es un secreto). Nothing sabe que, de estar en lo cierto, si ella no va a rescatarlo nadie más va a hacerlo porque todos piensan que Kiran es un chico y la hechicera solo come niñas.

Es una misión de cuento de hadas para rescatar al príncipe de la hechicera, en cuyo transcurso la protagonista des­cubre quién es en realidad. En la novela hay muchos espíritus y demonios pe­queñitos, por lo que fue divertidísimo escribirla. Estoy muy entusiasmada y, de hecho, estoy trabajando ya en una con­tinuación que espero que Leo, mi editor español, también quiera publicar.

¡Esto ha sido todo! Muchísimas gracias por compartir este ratito con nosotros, Tessa.

¡Muchas gracias a vosotros! Han sido unas preguntas verdaderamente interesantes.