Sobre esta cómoda en el dormitorio voy colocando los objetos que más me gustan, que ya empiezan a ser demasiados. Casi todos son recuerdos. El escarabajo dorado me lo trajo mi hermana de Egipto, el reloj con forma de brújula lo compré en la tienda de la Public Library de Nueva York, uno de mis sitios preferidos en el mundo. La foto enmarcada es el regalo de mi amiga fotógrafa, Jennifer Cox, y la medalla hecha a mano que pone “Primer premio campeona de baile” es un trofeo que me encontré en el suelo de la calle. La he usado de marcapáginas mucho tiempo y ahora la tengo ahí. Espero que nunca me la reclamen.
Tengo muchas plantas. Demasiadas. Hace un par de años ni reparaba en su existencia, pero de repente descubrí que eran una fuente de felicidad insospechada. Mis comienzos con ellas fueron difíciles, llenos de ensayo y error, y me gané el apodo de Dra. Muerte, pero ahora por fin mi balance de vidas empieza a ser positivo.
Éste es el rincón donde paso la mayor parte del tiempo que estoy en casa (de hecho es justo ahí donde estoy sentada ahora contestando la entrevista). El portátil rosa me lo compré con un amigo en Nueva York y lo estrené sobre el cesped de un parque, mirando el puente de Brooklyn; me trae muy buenos recuerdos. Escribo con él habitualmente aunque es muy pequeño casi por superstición. Sustituye a otro Vaio del mismo tamaño que me compré en Japón, con el que escribí mis dos primeros libros. El cojín es el regalo que nos hicieron en la fiesta de los Premios SM el año fatídico en el que quedé finalista de ambos y no gané ninguno. Esa noche fue una de las peores de mi vida y durante el cóctel apenas podía contener las lágrimas. Pero cuando a la salida me dieron este cojín, lo tomé como una señal de que no debía rendirme. Había visto otros, con otras citas y no me habían gustado gran cosa, pero a mí me había tocado una de Philip Pullman especialmente inspiradora que nunca me canso de leer ni poner en práctica.
Ésta es “La Dama de Shalott” de William Holman Hunt. Compré esta lámina el año que vine a vivir a Madrid, a los dieciocho, y ha estado conmigo desde entonces acompañándome en todas las casas por las que he pasado. La layenda sobre esta Dama maldita es muy bella y triste y os animo a buscarla en internet. No puedo explicar por qué me siento tan cercana a este cuadro y a su historia, pero si tuviera que presentarme a través de un objeto sería éste.