Cuando piensas en los libros imprescindibles de tu infancia, ¿cuáles aparecen primero en tu cabeza? Si se trata de historias fantásticas, llenas de personajes extraños pero que se hacen querer... Probablemente alguna de ellas sea obra de esta autora.
El principio: los cuentos como refugio
Consuelo Armijo nació el 14 de diciembre de 1940. No nació duende ni hada, como ella habría querido, ni con los ojos azules y el pelo rubio de las niñas de los anuncios, sino pelona y con los ojos cerrados, en un Madrid y una España inmersos en una durísima posguerra tras la Guerra Civil. Hija de un militar andaluz que cada noche le contaba fábulas, reales e inventadas, sobre sus grandes hazañas siendo niño en Granada, estudió en un colegio de monjas en el que pasaba todo el tiempo castigada y se aburría soberanamente; al menos, hasta que se le ocurrió forrar sus libros de cuentos y pegarles etiquetas que ponían «Catecismo» o «Ciencias naturales», con lo que pudo leer tranquilamente en clase… hasta que la pillaron y la volvieron a castigar.
El primer libro que recordaba era uno de cuentos de Andersen, que le leía su padre, y los cuentos que le contaban las empleadas del hogar; más tarde, ya sola, Celia, Cuchifritín, las colecciones Escélier y Cadete, Oliver Twist, El príncipe mendigo, Guillermo. La lectura se convirtió en lo que la distinguía, en su rincón favorito, su lugar propio al que huir cuando su padre se negaba a aceptar que ya no era una niña, cuando su madre hablaba de temas que no le interesaban o cuando la familia entera se reunía en casa de su abuela y hablaban todos a la vez. En esa casa encontró, unos años más tarde, a Bécquer, que leyó y releyó hasta memorizar las Rimas, y a Cervantes y su Don Quijote.
Una vida dedicada a la literatura
Escribió cuentos desde muy pequeña y los primeros se publicaron en las revistas Bazar y La Ballena Alegre. Pero, con poco más de veinte años, vendió sus libros favoritos para pagarse un billete de tercera a Londres, donde se estableció un tiempo como au pair. Más tarde, trabajó como azafata y como vendedora de pisos, pero siempre quiso dedicarse a la escritura, y finalmente lo consiguió; tras ganar el premio Lazarillo con su primera novela, publicó una veintena de libros, hizo adaptaciones de cuentos clásicos y colaboró en libros de texto. Incluso ilustró cuentos y escribió guiones para Barrio Sésamo. Sus obras Mercedes e Inés o cuando la tierra da vueltas al revés y Bam, bim, bom ¡arriba el telón! se adaptaron para televisión, y Guiñapo y Pelaplátanos, una obra teatral, fue representada en distintos lugares del país.
Su obra es muy extensa y en ella hay muchos títulos conocidos, como El Pampinoplas, Marabato o En viriví, como novelas independientes, y Mercedes e Inés o Los machafatos como series; sin embargo, su saga más conocida es Los batautos, compuesta por cinco libros. Escribió incansablemente durante treinta años, sentada —nunca en mecedora— y a lápiz, y nunca se consideró crítica literaria, pero siempre aspiró a hacer arte. Murió el 22 de junio de 2011 en la ciudad que la vio nacer.
Los premios literarios: empezar y no parar
Consuelo Armijo es una de las autoras más premiadas de la literatura infantil española, pero los inicios no fueron tan fáciles. A pesar de que algunos de sus cuentos ya habían aparecido en revistas, pasó mucho tiempo hasta que su primera obra vio la luz. Tras varios rechazos por parte de distintas editoriales, en 1974 presentó Los batautos al Premio Lazarillo y ganó, y este reconocimiento fue la llave que le abrió para siempre las puertas del canon literario.
Dos años más tarde, recibió el Premio CCEI por el mismo libro, y volvería a ganarlo en 1980 por su obra Aniceto, el vencecanguelos. Además de estos dos galardones, entró hasta tres veces en la Lista de Honor del mismo premio: en 1979, en 1981 y en 1987, con Más batautos, El Pampinoplas y Los batautos en Butibato, respectivamente. El Pampinoplas, aparte de esta consideración, fue la primera obra ganadora del Premio Barco de Vapor, en 1978.
Así, en apenas cuatro años, Consuelo Armijo pasó de ser una escritora desconocida a ser galardonada con tres de los mayores reconocimientos en la literatura infantil y juvenil de nuestro país. En otros ámbitos, su obra teatral Guiñapo y Pelaplátanos recibió el accésit del Premio AETIJ en 1984. Su último premio, el Premio White Ravens de la Biblioteca Juvenil Internacional de Múnich, llegó en 1998 por su novela Seráse una vez.
El nonsense, una forma distinta de mirar
El nonsense es un término literario que viene del francés y que traducimos como «disparate». Hace referencia a una manera de escribir cercana al absurdo, buscando los juegos de palabras, el humor y las situaciones inverosímiles. Consuelo Armijo se declaraba seguidora de esta corriente y de autores como Lewis Carroll, y la consideraba «un arma contra las mentes cuadradas», una manera de ensanchar el espacio de lo posible. Defendía que el mundo está lleno de cosas increíbles que aceptamos como válidas porque no nos queda más remedio, porque convivimos con ellas; cosas tan extrañas como las voces que oímos en sueños o la existencia de los volcanes, que si no conociéramos parecerían más propias de la fantasía. Y aun así, encontramos normales otras que nuestros tatarabuelos considerarían cuentos, y en el futuro se descubrirán o se inventarán muchas más.
Consuelo Armijo utiliza el nonsense para ampliar el horizonte de lo que puede suceder, de lo que puede cambiar: ¿Y si celebrásemos el 42 de septubre? ¿Y si construyéramos una casa de plumas en la que cupieran mil camas? ¿Y si no necesitásemos dormir? ¿Y si existieran un montón de criaturas que no conocemos, sencillamente porque no vivimos en el mismo lugar que ellas? ¿Y si simplemente hiciéramos las cosas de otra manera? Sus novelas son divertidas, repletas de equívocos y situaciones extrañas, pero llenas también de una inocencia que hace que lo absurdo no lo sea tanto, y nos planteemos curar los catarros con rosas, caracoles y limón o añadir al calendario el primer día de Año Viejo.
Los personajes: una galería estrafalaria
Las novelas de Consuelo Armijo perduran por muchos motivos, pero lo que las hace completamente únicas son los personajes que las pueblan. Algunos son humanos o criaturas que conocemos, como Aniceto, un niño que convierte sus miedos en criaturas fantásticas y las vence mientras aprende a hacerse mayor; Mercedes e Inés, una niña y su amiga medio bruja, o bruja entera; El Pampinoplas, el abuelo y Poliche, que pasan juntos las mejores vacaciones del mundo, o los habitantes de Viriví y Varavá, donde personajes como Natalia y su gata Natillas o Salustiano y su perro Mamarracho conviven con hadas y brujas.
Pero otros son personajes completamente suyos, como los batautos o los machafatos. Las descripciones que hace de ellos, tan ambiguas, confusas y divertidas, hacen que cada ilustrador de sus libros los haya reflejado de una manera distinta a lo largo de los años, y aun así quede espacio para la imaginación de cada lector. Sin embargo, hay cosas que están muy claras. Por ejemplo, Marabato come zapatos y no es un gato. En realidad es como un perro, pero con manos, y sin rabo, y la cara no se parece en nada a un perro, ni el cuerpo, ¡pero el resto es igual! O que los machafatos tienen el pelo rosa y caminan en fila india, los pequeños delante y los mayores detrás. O que los batautos hacen batautadas.
A los batautos, precisamente, debe la autora muchas alegrías. Estos seres verdes, con orejas al principio de la cabeza y pies al final del cuerpo, que hacen todos los días un montón de batautadas y que viven en Butibato, que es… bueno, es un sitio que no sabemos lo que es ni dónde está, pero que se parece mucho a un bosque, abren y cierran su obra. Los batautos, su primer libro, fue publicado en 1975, y treinta años después, en 2005, ¡Hasta siempre, batautos! se convertía no solo en el quinto y último libro de esta saga, sino también en su último libro publicado.
En el prólogo de esta novela, Consuelo Armijo deseaba a sus lectores: «¡Ojalá vosotros también os sintáis a gusto leyendo este libro! ¡Ojalá logre que os sintáis tan bien como yo!». Hoy podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que lo consiguió: las grandes ideas de Peluso, la inquebrantable lealtad de Buu, el corazón noble (aunque un poco a regañadientes) de Erito, la torpeza alegre de Gusi y las locuras de Don Ron han acompañado a varias generaciones de niños, y también a quienes ya no lo somos, pero seguimos y seguiremos volviendo a donde quiera que sea que viven los batautos porque los echamos de menos.
Toda esta galería de personajes tiene algo en común, y es la ternura y el humor con el que son presentados y con el que la autora habla directamente al lector, que evita que las novelas caigan en la moralina. Sus protagonistas son auténticos antihéroes, torpes y traviesos, que crecen y aprenden cosas nuevas a la vez que nosotros, ya sea construir una bicicleta poco convencional o asumir responsabilidades.
Escribir con vocación
Consuelo Armijo defendió siempre la literatura infantil y juvenil. Para ella, el criterio del público lector era el único importante, el que realmente seleccionaba las obras de calidad con más acierto que editores, críticos y jurados de premios.
Sostenía que, a pesar de que hay quien publica obras infantiles únicamente porque se venden bien, escribir buena literatura para niños requiere vocación, y supone un esfuerzo de adaptación del que no todo el mundo es capaz; si una obra es buena, declaraba, debe ser leída y apreciada tanto por niños como por adultos.
«Los medios de comunicación se deberían concienciar de lo muy importante que es esta literatura. Una persona que lee será una persona informada y culta y sabrá defenderse en la vida. Y si no hay niños lectores es muy difícil que luego haya lectores adultos».
Fiel a esta idea, sus más de veinte novelas, publicadas a lo largo de treinta años, tratan con profundo respeto a su lector, por joven que este sea, y todas dejan algo con nosotros. Por debajo de las aventuras fantásticas, las ocurrencias disparatadas, los personajes estrafalarios y los sucesos imposibles, siempre están la amistad, la bondad, el enfrentar los miedos y aprender a hacerse mayor sin perder la alegría. Sus libros son testimonio de la literatura hecha con vocación y cariño hacia el público que la recibe; y lo mejor de todo es que, como ella misma nos confiaba en el epílogo de Marabato, si abrimos uno de sus libros, allí estarán sus personajes, y ella también, dispuestos a volver a empezar.