Antes de convertirse en autor, Janusz Korczak se llamaba Henryk Goldszmit. Nació en Varsovia el 22 de julio de 1878 o 1879; en sus memorias cuenta que su padre tardó años en registrar su nacimiento, por lo que nunca estuvieron seguros de la fecha exacta. Jozef Goldszmit era un reputado abogado que formó junto a Cecilia de Gebicka una familia judía pudiente y liberal. Como habían asimilado el idioma y cultura locales, Korczak siempre tuvo el polaco como lengua materna. Y fue en este idioma como escribió sus más de 20 libros y 300 artículos.
En su infancia, Janusz fue un niño solitario, al que algunos familiares tildaban de filósofo y otros de idiota. La realidad es que no le gustaba demasiado la escuela y vivía enfrascado en los libros. En su diario se refiere a su temprana obsesión literaria con estas palabras: «caí en la locura, en una furia lectora. El mundo dejó de existir para mí, sólo existían los libros». Su pasión por la lectura era tal que el pseudónimo con el que más tarde firmaría incluso su propia correspondencia, Janusz Korczak, proviene de una novela (O Janaszu Korczaku i pięknej miecznikównie ['Janusz Korczak y la hija del armero'], de Józef Ignacy Kraszewski). Lo utilizó para presentarse a un concurso literario y, aunque no fue su primer nombre en clave, se convirtió en la identidad con la que pasaría a la posterioridad.
Un pediatra militar
La vida de Janusz estuvo marcada por inesperados giros convulsos en su entorno. El primero de ellos fue la muerte de su padre, por la que se vio obligado a trabajar como tutor desde los dieciocho años para proveer a su familia. Durante esta época fue testigo de la pobreza de gran parte de la población y de las penosas condiciones de vida que sufrían en la marginalidad. Escribió una obra titulada Los niños de la calle que denunciaba la situación de desamparo de tantos menores varsovianos.
Pese a su talento literario, decidió estudiar medicina en la universidad y se especializó en pediatría, porque consideraba que «La literatura son palabras. La medicina son hechos». Pudo viajar a varias ciudades europeas —como Berlín, París, Londres y Viena— para mejorar su formación. También fue alumno de la universidad volante, una iniciativa clandestina en Varsovia a la que pertenecieron figuras ilustres como Marie Curie. Empezó su carrera sanitaria en el Hospital Infantil de Sliska y llegó a ejercer la medicina durante más de diez años.
No obstante, tuvo que interrumpir su actividad para servir como médico en el ejército durante la guerra rusojaponesa (pues desde su nacimiento Polonia estaba bajo dominio ruso) y la Primera Guerra Mundial. Las experiencias desgarradoras en sendos conflictos bélicos influyeron en su decisión de cambiar de profesión. Al ver las caravanas con cientos de huérfanos de guerra, Korczak consideró que contribuiría más a su país como educador que como médico. Comenzó entonces un camino que lo encumbraría como uno de los pioneros de la pedagogía moderna.
Cuando los derechos del niño eran una utopía
Desde su experiencia en el trato estrecho con niños y su sensibilidad hacia la injusticia, Janusz desarrolló poco a poco la vocación de abogar por la infancia. En su estancia en Londres, de hecho, decidió que no tendría hijos biológicos, sino que dedicaría su vida a cuidar de otros huérfanos («Elegí la idea de servir al niño y su causa»). En su opinión, la familia no constituía el núcleo fundamental de la sociedad. Por eso, con treinta y cinco años, Korczak abandonó au profesión y contribuyó a diseñar el orfanato Dom Sierot ('hogar de los huérfanos') para niños judíos, el cual dirigió junto a Stefania Wilczynska hasta su muerte. Además, también supervisó otro orfanato, Nasz Dom ('nuestro hogar'). La organización de los centros se basaba en el autogobierno de los niños, que formaban su propio parlamento, periódico y tribunal de justicia. La finalidad era educarlos en la independencia, la libertad de expresión y la democracia. Korczak defendía que los niños eran ciudadanos con el mismo derecho de participación en la vida pública que los adultos y soñaba con la proclamación de una ley internacional que garantizase sus derechos. Elocuentemente, Korczak escribió que «No hay niños; hay personas».
Las ideas de Janusz sobre la infancia sirvieron como precedente para la pedagogía moderna e influenciaron a estudiosos como Piaget, que lo visitó en Varsovia y elogió su labor en los orfanatos. Sin embargo, Korczak nunca llegó a formular una teoría del desarrollo, ya que no era partidario de dictaminar reglas rígidas en materia de educación. En cambio, apostaba por llevar a la práctica sus creencias y trabajar conjuntamente con los propios niños en el diseño de sus hogares. Además de las actividades que impulsaba en los orfanatos, trabajaba en la radio respondiendo preguntas sobre educación y fundó el primer periódico por y para los niños de Polonia, Maly przeglad ('la pequeña revista').
Las letras tuvieron siempre una importancia capital en su vida, pues nunca abandonó la escritura. En relación a su propósito pedagógico escribió tratados, ensayos y artículos sobre crianza y educación, como Si yo volviera a ser niño, Cómo querer al niño o Lo que sucede en el mundo. Mención aparte merece su obra de ficción, que pronto encontró un público fiel. Aún hoy se leen sus historias: se han convertido en clásicos de la literatura infantil y juvenil.
Kaitus o El secreto de Antón (1935) trata las aventuras de un niño corriente de Varsovia que descubre que posee poderes mágicos. El protagonista viaja por el mundo y explora el potencial de su magia para cambiar la realidad que lo rodea, pero aprende que el poder incluye ciertas responsabilidades y, mal utilizado, puede causar tanto daño como bien. El mensaje ahonda en la represión de los niños en un mundo pensado para los adultos y en la consecuente necesidad de liberación durante la infancia. La novela fue publicada por Alfaguara en nuestro país y, por el momento, permanece descatalogada.
El rey Mateíto I
La única novela del autor disponible en español es su obra más conocida, El rey Mateíto I, que ha recibido varios títulos a lo largo de los años. La novela comienza con la muerte del padre de Mateíto, el rey de un país imaginario que recuerda a Polonia por su desafortunada historia. Siendo solo un niño, Mateíto es nombrado rey. De la noche a la mañana debe aprender cuestiones de estado: finanzas, agricultura, diplomacia, asuntos exteriores… Y guerra, porque, harto de que se le considere un pelele, se enlista en secreto para luchar por su reino y honrar su linaje real.
A base de desilusiones, Mateíto aparca su pensamiento fantasioso y un tanto egoísta para dejar paso a una visión más madura y responsable de su puesto como monarca. En su proceso de crecimiento vemos episodios crudos y realistas, como la fatiga extrema por el exceso de trabajo, las traiciones de supuestos reyes aliados con ansias de poder y la corrupción de algunos compañeros sin escrúpulos. No obstante, Mateíto también demuestra una gran entereza, abnegación y capacidad de amar. Por ejemplo, desoye los prejuicios de sus compatriotas y entabla amistad con los reinos africanos y perdona a los amigos que se equivocan aunque lo perjudiquen.
Por encima de todo, el rey Mateíto (que en otras ediciones se llama Matías o Macius) nunca olvida su origen. La discriminación que sufrió como niño rey enciende en él la voluntad justiciera de reformar la posición de los niños en la sociedad. Así, promueve leyes para la infancia, crea la bandera de los niños e inspira manifestaciones infantiles en otros países. Aunque se trate de una historia ficticia, refleja claramente las inquietudes y aspiraciones del autor, quien, como su protagonista, también fundó un parlamento y un periódico infantil. De hecho, en una nota introductoria a la obra que acompaña con una foto de su infancia demuestra con ironía su desprecio hacia la visión adultocéntrica: «Los adultos en ningún caso deberían leer esta novela, pues contiene capítulos inconvenientes que no entenderán y que les harán reír. Sin embargo, si se empeñan, qué remedio. A los adultos no hay quien les prohíba nada. Si no obedecen, ¿qué les puedes hacer?».
Esta novela, como te decíamos, se ha convertido en un clásico de la literatura y muchas generaciones la han disfrutado desde su publicación en 1923. En nuestro país hemos tenido varias ediciones, desde la de Austral de 1991, dividida en dos tomos, hasta la edición juvenil de 2014 por Nube de tinta, ambas tituladas El rey Matías I. En 2023, con motivo del centenario de su publicación, Anaya lanzó una edición joya, de gran tamaño, con ilustraciones de Teresa Novoa y traducción de Malgorzata Pakulska, Joanna y Monika Poliwka, que además incluye un apéndice final con información muy interesante sobre el autor y la obra. El libro tiene una continuación llamada Król Maciuś na wyspie bezludnej ('El Rey Matías en una isla deshabitada'), que sigue la historia de Mateíto tras el trágico desenlace del primer libro y permanece inédita en España.
Hasta el final
La ocupación alemana en Polonia truncó los planes de Korczak, no sin resistencia por su parte. El autor se paseaba con el uniforme del ejército polaco y se negaba a ponerse la estrella de David que lo señalaba como judío por considerar esa imposición como una profanación del símbolo sagrado. En 1940, los nazis lo encarcelaron por sus protestas ante el traslado forzoso del orfanato al gueto judío. Mediante una fianza fue puesto en libertad y continuó al cargo del orfanato, que cada vez recibía más niños por culpa de la guerra.
Korczak rechazó todas las invitaciones para salir del gueto y salvarse de la violencia antisemita. No quería abandonar a «sus niños». Consciente del oscuro final que se avecinaba, comenzó a documentar sus vivencias por escrito, que años más tarde se publicaron bajo el título Diario del gueto. Korczak y Stefa siguieron organizando conciertos, cuentacuentos y obras de teatro con los chicos hasta que a principios de agosto de 1942 fueron destinados por los nazis al campo de exterminio de Treblinka. Janusz Korczak y Stefania Wilczynska tomaron el tren junto a sus 200 protegidos y murieron en la cámara de gas.
Anticipando esta posibilidad, en el orfanato Korczak había ensayado con ellos la representación de una obra de Tagore, Poczta, donde un niño declama un monólogo tras su muerte. Quería que les sirviese para prepararse con conciencia y dignidad. Hasta el último momento, Janusz Korczak confió en la literatura para vivir con sentido.