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En casa de...

Maite Carranza

El Templo #3 (abril 2008)
Por R. A. Calle Morales
6.246 lecturas

Trabajo en casa, en la buhardilla del tercer piso, con techos de tres metros de altura y grandes ventanales. Es un estudio amplio y luminoso, con paredes blancas y la presencia viva de mis dos lugares preferidos Turquía y México que me aportan los colores del killim y los tapetes de la mesa. La zona, el Mas Lluís de Sant Feliu de Llobregat, es tranquila excepto a las horas de patio de la guarderia que abrieron hace dos años muy cerca. Los lloros de los niños y los gritos me recuerdan que la vida continúa. Por lo demás miro a lo lejos y descanso la vista de la pantalla contemplando El Bruch, Montserrat y la Sierra de Begas.

 

Mi leonera en estado natural. Priman el desorden, el caos y una cierta sensción de “se está trabajando”. Y así es como sucede, cada mañana me siento ante mi ordenador y respondo mis e-mails, soluciono mis trámites y compromisos y luego abro infinidad de libros, saco papeles de todos los rincones, dejo mi bolso abierto sobre el sofá, desparramo el móvil, las llaves, los pañuelos... y comienzo a escribir en mis libros o guiones. Por ahí quedan tazas de café, post-its, agendas, carpetas y demás. Una vez cada quince días hago limpieza y cuando he finalizado una tarea larga me remango y reorganizo archivadores y papeles y lleno un montón de bolsas de basura.

 

A mis espaldas cuando trabajo, me siento protegida por mis libros. En estas estanterías más próximas, reorganizadas mil veces, he optado finalmente por la emotividad y el pragmatismo. Tengo mis libros en todas las lenguas, mi colección de literatura catalana y las obras de ficción y ensayo que me son útiles para la escritura de cada obra y para la preparación de mis clases ( imparto talleres de creación de guiones y de escritura literaria) . En mi pequeño televisor visiono películas y series que necesito para mi trabajo como guionista.

 

Mi mesa de trabajo, aparte de estar cubierta de papeles y servir sobretodo para mis llamadas telefónicas y mis reuniones, me sirve también para escribir a mano. Sólo lo hago en los esquemas iniciales o para elaborar listas. Soy fanática de las listas de tareas que a medida que voy solucionando voy tachando. Eso me produce una estúpida satisfacción.

El corcho que tengo a mis espaldas, algo friki, está atiborrado de recuerdos personales. Además de fotografías cargadas de simbolismo de mi familia y amigos, atesoro algunas joyas como un dibujo dedicado de un cocodrilo de puño y letra de Jesús Moncada que reza “una escriptora ximpleta” o una postal de Londres de los años 90 que guardo celosamente y donde se lee mi lema preferido “Life’s too short to dance with ugly men”, además de la fotografía de la Estación de Carranza, del valle de Carranza y del castillo de Albalat y el Sorell que según las crónicas perteneció a mis antepasados “Gil-Dolz del Castellar” y que cualquier día reconquisto. Toda esa ubicación geográfica, simbólica y familiar es por si me pierdo, lo cual ocurre muy a menudo teniendo en cuenta en los mundos en que me meto. El corcho, mi salvación, me sirve para encontrar la salida.