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Autores de ayer

Peter Dickinson

El Templo #85 (diciembre 2021)
Por Marcos Ramón
846 lecturas

Peter Dickinson, escritor y poeta británico, nos dejó hace tan solo seis años. En su arsenal, contó con más de cincuenta libros escritos —aunque no todos llegaron a nuestro país— y fue publicado, casualmente, en cincuenta y tres idiomas.

Además de escribir novela negra para adultos, destacó por sus obras de literatura juvenil. Su hábil prosa y su perspicaz percepción de la mente de los jóvenes hicieron que muchos lo aclamaran como uno de los autores británicos contemporáneos más respetables, sin importar que los temas en los que indagaba resultaran de lo más atípicos. Su trabajo fue reconocido múltiples veces con galardones como la prestigiosa Medalla Carnegie.

Unas memorias idílicas

Peter Malcolm de Brissac Dickinson nació el 16 de diciembre de 1927 en Livingstone, Rhodesia del Norte (la actual Zambia). Fue el segundo de cuatro hijos en una familia de origen humilde: su padre era un hombre al servicio colonial y su madre, la hija de un granjero.

Entre los datos que se conservan de su infancia, hay algunos muy curiosos: tuvo una mangosta como mascota a la que su padre llamó Rikki-tikki-tavi (¿adivinas la referencia?). La misión del animal era espantar serpientes, aunque disfrutaba mucho más mordisqueándole los talones. Sus hermanos y él se solían bañar en el río Zambeze dentro de jaulas de madera recubiertas con malla de alambre para protegerse de los cocodrilos. Durante las épocas secas, hacían pícnics en el borde de las Cataratas Victoria.

Desde pequeño, Dickinson devoraba historias llenas de caballeros andantes e intrépidos exploradores, como Ivanhoe o Las minas del rey Salomón, además de cualquier cosa que publicara Kipling. Su padre quería que fuera educado en su país de origen, así que la familia se mudó a Inglaterra cuando cumplió los siete. Lamentablemente, el progenitor falleció poco después. Dickinson jamás regresaría a África.

Camino hacia la vida adulta

Durante varios años, la familia se hospedó en la casa de su tía abuela Lucy, una ferviente admiradora de Shakespeare. Ahí su pasión por la lectura creció paulatinamente. En las escaleras, debajo de la mesa de billar, detrás del sofá… rara era la ocasión en la que el pequeño Dickinson no estuviera sumergido en algún libro, con los pulgares metidos en los oídos para evitar distracciones.

Sus hermanos recuerdan la tarde de invierno en la que Dickinson, a sus diez años, desapareció sin dejar rastro. Después de horas, su familia lo encontró agazapado en uno de los cuartos más antiguos de la casa, con los ojos llorosos y sin ser consciente del paso del tiempo; acababa de terminar una maratón de lectura de Macbeth y Hamlet.

En 1941, ingresó en Eton College, un prestigioso colegio masculino, y más adelante fue admitido en el King's College (Cambridge) donde estudió Filología y se especializó en literatura inglesa. En mitad de este periodo, sirvió dos años a la Armada británica, en los cuales extravió cuatro camiones del ejército y estuvo a punto de ser arrestado por deserción (fruto de un malentendido: al parecer se le registró como dos personas distintas que debían trabajar en diferentes campamentos).

Aunque no fue el más aplicado de los estudiantes, gracias a la recomendación del decano pudo acceder a trabajar en una revista de humor inglesa, Punch, en 1952. De camino a la entrevista, lo atropelló un tranvía, y llegó sucio y ensangrentado. No había ningún otro candidato, así que le dieron el puesto de todas formas.

Por estas fechas, conoció a la que sería su primera esposa, Mary-Rose Bernard, en una fiesta universitaria. Conectaron desde el primer momento, pero Mary-Rose se marchó a la India poco después (supuestamente, porque sus abuelos no aprobaron la relación). Un año más tarde, la pareja se reencontró y no dejaron escapar la oportunidad. Contrajeron matrimonio el 26 de abril de 1953 y tuvieron cuatro hijos.

Durante los diecisiete años en los que estuvo en la revista Punch, progresó notoriamente. Trabajó como editor de arte —aunque una de sus hijas señala que solamente era capaz de dibujar dragones y trenes de lado—, poeta residente, editor literario y, finalmente, editor adjunto, lo que le granjeó experiencia y contactos.

Un comienzo tardío, pero no menos sobresaliente

Peter Dickinson no publicó un libro hasta los cuarenta. Mucha gente le preguntó si lamentaba el tiempo perdido, pero él, aunque siempre se había considerado un escritor, creía que cada persona maduraba a su tiempo.

Desarrolló la idea para su primer libro, una novela negra adulta, en torno a 1966, pero se vio obligado a dejarla de lado tras quedarse completamente atascado. Poco después, tuvo una pesadilla que se convertiría en su inspiración no para terminarla, sino para volcarse en un proyecto totalmente diferente: El traficante de climas, una novela de ciencia ficción juvenil de tema ecologista. La trama se sitúa en una Gran Bretaña que ha regresado al Medievo después de que un extraño sortilegio, conocido como «los Cambios», pusiera a la gente en contra de las máquinas y la electricidad. Geoffrey, el «traficante de climas» local —título obtenido por su habilidad para convocar a la lluvia—, deberá huir junto a su hermana para evitar que les condenen por brujería y para destruir el origen del hechizo.

Esta obra fue la primera entrega de la Trilogía de Los Cambios, seguida por otras dos novelas, El pensamiento y Los hijos del diablo (1969-1970), que preceden cronológicamente a los sucesos del primer libro. La colección tuvo tal repercusión que la BBC decidió hacer una serie de diez episodios, The Changes, en 1975.

Tras terminar El traficante de climas, Dickinson regresó a su anterior proyecto incompleto y supo al instante qué hacer. De ahí surgió The Glass-Sided Ant's Nest, el primero de seis libros dedicados al detective James Pibble, que fue publicado en 1968 y premiado como una de las mejores novelas de crimen del año. Estos éxitos lo animaron a dedicarse por completo a la escritura.

Adquirió el hábito de escribir al año una novela negra o de suspense adulta y una de ficción juvenil. Muchas veces comenzaba a partir de una idea sin noción de adónde lo conduciría (admitió haber llegado a escribir un tercio de una novela de asesinatos sin saber quién había matado a quién). Su inspiración provenía de todas partes: ya fuesen sueños, pequeñas historias que improvisaba para entretener a sus hijos en un viaje en coche o cualquier cosa que llamara su atención. Una de sus novelas premiadas, AK, habla de los niños soldado y la guerra civil de los países centroafricanos, y apareció en su mente tras escuchar un programa de la BBC.

En 1980, se convirtió en la primera persona en ganar dos veces la Medalla Carnegie, gracias a Tulku (1979), una novela histórica en la que un joven de trece años, hijo de unos misioneros, escapa de la rebelión de los bóxers y busca refugio en un templo budista, y a City of gold and another stories from the Old Testament (1980), un retelling de historias del Antiguo Testamento a las que asignó diferentes voces, personalidad y perspectivas, para devolverlas a los orígenes de la tradición oral.

En 1988, su mujer falleció. Tras el duelo, Dickinson se enamoró de Robin McKinley, una escritora estadounidense de fantasía con la que había colaborado previamente para la publicación de una colección de relatos.

Sus sentimientos fueron recíprocos, pero la situación era difícil para ambos: se sentían separados por una diferencia de edad de veinticinco años y más de cuatro mil kilómetros de distancia. Conscientes de que si no lo hacían podrían arrepentirse para el resto de sus vidas, decidieron arriesgarse. Se casaron en 1992 y su relación perduró hasta la muerte del autor. De entre las muchas memorias felices que compartieron, McKinley recuerda que el primer regalo romántico que Dickinson le hizo fue un par de tijeras de podar (la jardinería era una de sus pasiones).

Peter Dickinson fue un escritor muy versátil: además de novelas, escribió guiones para obras de teatro y una serie de televisión (Mandog), así como numerosos poemas (la mayoría, recogidos en su colección, The Weir), recopilaciones de relatos y cuentos infantiles.

Alrededor de treinta de sus novelas estuvieron dedicadas al público juvenil. Dickinson admitió abiertamente disfrutar mucho más estas, no porque fueran sencillas de escribir, sino porque se sentía con una mayor libertad para crear. Consideraba que en sus libros había un fuerte componente educativo y moralista, aunque su propósito era, precisamente, suscitar preguntas, no responderlas.

Por ello, sus argumentos solían ser complejos e introducir conflictos morales y cuestiones antropológicas, históricas, políticas, teológicas… Eva (1988), uno de sus libros más aclamados, enfrenta al lector a un futuro distópico donde la humanidad ha destruido la naturaleza y ha acabado con la mayoría de especies de animales. Una niña de doce años, Eva, es víctima de un accidente y para evitar su muerte, su mente es transferida al cuerpo de un chimpancé.

Esta obra está cargada de críticas —al maltrato animal y su explotación en investigaciones médicas, a la sobrepoblación y a la destrucción de la naturaleza— y narra la evolución de la protagonista y la aceptación de su nuevo cuerpo, lo que simboliza el descubrimiento de uno mismo y la madurez.

Otro ejemplo representativo es El clan (1998), que narra las aventuras de cuatro niños que viven en un África prehistórica. La historia se sitúa después del desarrollo del lenguaje hablado y presenta interesantes reflexiones sobre la exploración de la identidad del ser humano, además de ahondar en otros temas, como el origen de la religión y las estructuras sociales.

Si bien los lugares y la temática que trataba eran muy distintos en cada obra, el autor mantuvo en todas una gran calidad, con personajes fascinantes, una prosa elaborada y una gran capacidad para contar historias atrevidas y ricas en detalle.

Si te has quedado con ganas de más, aquí te presentamos un listado de sus obras de literatura juvenil que llegaron a España: la Trilogía de Los Cambios (1985-1987), El séptimo cuervo (1985), La caja de la nada (1990), El gigante de hielo (1990), Los sueños de Merlín (1992), Mi madre es la guerra (1992), Un barco de regalo (2000), El clan (dividido en dos partes, una en 2001 y otra en 2006), La cuerda del tiempo (2004) —cuya reseña puedes leer en la sección de «Libros Olvidados» de nuestro número 81— y El fósil perdido (2010).

Los ideales y el legado que aún perduran

Peter Dickinson siempre fue un escritor crítico y reflexivo, especialmente con su propio trabajo. En más de una ocasión, dijo abiertamente que sus premios se debían a que sus novelas eran la clase de libros que los adultos veían adecuados para niños. Este pensamiento lo llevó a perfeccionar su estilo hasta llegar a obras como El clan, con las que el autor afirmó, por fin, sentir que estaba alcanzando a su público deseado.

En 1970, tras la publicación de Los hijos del diablo, dio una conferencia en la universidad de Exeter sobre la literatura infantil y juvenil. En mitad de su discurso, decidió hablar de la importancia de que los jóvenes tuvieran libertad para leer «literatura basura» si eso era lo que querían. Así surgió A Defence of Rubbish (En defensa de la basura), una de sus charlas más conocidas y polémicas.

Dickinson definió la «literatura basura» como «toda forma de lectura que no contiene para el ojo adulto ningún valor visible, ya sea estético o educativo». Entre sus argumentos, consideró la importancia de que fueran los niños y adolescentes quienes tuvieran la oportunidad de desarrollar, por sí mismos, un ojo crítico y de encontrar el valor de los libros. También discutió el matiz peyorativo del concepto y consideró que estas obras pueden albergar un valor oculto al criterio adulto.

Si bien no descartaba la necesidad de filtros y censura, no consideraba que la «literatura basura» fuera negativa. Es más, afirmaba que leerla era mejor que no leer nada y que, al igual que él, muchos de sus contemporáneos habían comenzado, precisamente, leyendo esta clase de obras en su juventud.

En 1999, fue elegido miembro de la Real Sociedad de Literatura y en 2009 se le nombró oficial de la Orden del Imperio Británico, aunque él nunca se consideró a sí mismo como un intelectual. Publicó su última novela en 2012 (In the Palace of the Khans) tras lo cual abandonó la escritura. Pasó sus últimos años con su mujer y ocuparon su tiempo con la jardinería y el bridge.

La vida de Peter Dickinson llegó a su fin el 16 de diciembre de 2015, el día en que cumplió ochenta y ocho años. Siempre fue consciente de que su trabajo tenía fecha de caducidad y comparó los libros con «hojas que caen de los árboles y que, aunque al principio destacan en el suelo por sus bonitos colores, pronto son enterradas por la siguiente capa».

Pero, tal y como su familia afirma, el verdadero legado que deja tras de sí no está en sus libros, sino en los lectores que, aún hoy en día, encuentran su obra y se conmueven por lo que descubren en ella.