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Autores de ayer

Sylvia Plath

El Templo #70 (junio 2019)
Por Daniel Renedo
1.083 lecturas

Nunca volveré a hablar con Dios

Sylvia Plath, hija primogénita de Aurelia Plath y Otto Emil Plath, nace en la ciudad de Boston, Massachusetts, en octubre de 1932. Otto es profesor de alemán y biología en la Universidad de Boston a la par que entomólogo. Aurelia se había graduado en la Universidad de Boston y había ejercido de bibliotecaria, vendedora de seguros y profesora de inglés y alemán en un instituto. Años atrás había renunciado a su sueño de ser escritora debido a la desaprobación paterna, y al casarse se ve obligada a renunciar de nuevo a algo: a trabajar, debido en este caso a la insistencia de Otto a que se limite a ejercer de ama de casa y madre.

En 1940, tras golpearse un dedo del pie, Otto acude por primera vez en su vida a ver a un médico. Como ya anticipaba la sangre de color negro violáceo que manaba del dedo, el doctor le diagnostica diabetes mellitus, cuyos síntomas Otto llevaba ignorando desde hacía diez años. Para entonces, ya es demasiado tarde: ese mismo año desarrolla gangrena y le amputan una pierna, tras lo que acaba muriendo de una embolia producida por una bronconeumonía. Cuando Sylvia se entera, siendo su madre la portadora de la noticia, sentencia en un murmullo: «nunca volveré a hablar con Dios». Así, a la temprana edad de ocho años, aprende que la muerte siempre gana, sin importar las súplicas. El fantasma de su padre la acompañará hasta el final de sus días.

Pubertad y adolescencia

La pubertad de Plath estará marcada por su interés por los chicos —solo en su tercer año de instituto salió con en torno a veinte— y la escritura. Durante su adolescencia, además, la sexualidad se tornará un tema complicado, dándose lugar en su interior una lucha: se debate entre querer ser sexualmente activa y no querer perder, al mismo tiempo, su estatus de «chica buena». Tema que plasmará en la joven voz de la protagonista de su única novela años mas tarde: «Yo no podía soportar la idea de que una mujer tuviera que tener una vida pura de soltera y de que un hombre pudiera tener una doble vida, una pura y otra no».

Con diecisiete años, Sylvia, ya por entonces una estudiante competitiva, se gradúa sabiendo que estudiará en Smith College, pero es gracias a diferentes ayudas y becas que consigue poder hacerlo.

La bajada a los infiernos

En 1953, Plath logra conseguir una de las veinte plazas de «redactora invitada» que la prestigiosa revista Madeimoselle ofrecía anualmente. La revista, a cambio de que las chicas escribiesen dos artículos, llevaran a cabo algunas funciones como editoras adjuntas y acudieran a una serie de citas dentro de un apretado calendario social, se hacía cargo de los gastos de la estancia en el Barbizon Hotel en la ciudad de Nueva York y de pagarles un pequeño sueldo por ese mes de trabajo.

Aquellos que hayan leído La campana de cristal encontrarán fácilmente el parecido entre la oportunidad que se le da a Esther Greenwood en la novela con la que vivió la propia autora. Sylvia, al igual que la protagonista, no logra disfrutar de esta experiencia, y todo se complica aún más cuando, a su regreso, se entera de que no ha sido aceptada en un curso de ficción organizado por la Universidad de Harvard en el que tenía puestas grandes esperanzas para después del verano.

En agosto de ese año, Plath lleva a cabo su primer intento de suicidio, algo que, casi diez años después, plasmará en su novela semi-autobiográfica: Sylvia permanece, tras sufrir una sobredosis de pastillas para dormir, en paradero desconocido durante tres días, y es su hermano, Warren Plath, quien logra encontrarla escondida debajo de la casa familiar. Con anterioridad, Sylvia había recibido terapia de electrochoque (al igual que la recibirá su protagonista), pues en la época se consideraba efectivo para paliar la angustia emocional.

Cambridge, un rayo de esperanza

En 1954, Sylvia consigue una prestigiosa beca Fullbright que le permitirá estudiar en la Universidad de Cambridge al finalizar sus estudios. Se gradúa en el verano del 55 a los veintidós años, con un proyecto de fin de carrera acerca de la figura del doble en dos novelas de Dostoievski.

En Cambridge, Reino Unido, conocerá a Ted Hughes, quien para entonces ya había completado sus estudios universitarios y era bastante conocido, pese a haber publicado muy pocos poemas. Plath y Hughes se conocen oficialmente en febrero de 1956 y menos de cinco meses después se casan en Londres, con la madre de Sylvia y el sacerdote que había de oficiar la ceremonia como únicos testigos. Muchos eran los que, desde el principio de su relación, no estaban nada convencidos de que estuviesen hechos el uno para el otro, pero nosotros preferimos dejar de lado (al menos de momento) los numerosos detalles de esta, por lo general, tormentosa unión.

La «parálisis melancólica de la prosa»

Así se refería la autora a ella en sus diarios: «parálisis melancólica de la prosa». En 1959, Plath había escrito y publicado una copiosa cantidad de poemas, puesto que, para entonces, vivía de lo que le pagaban por publicarlos, del dinero que su madre le enviaba cuando esta lo necesitaba y de ayudas para escritores (las cuales incluían las derivadas del mecenazgo). Y es que Sylvia, ante todo, era poeta, pero eso no quita que quisiera (como quería) fervientemente escribir prosa.

Se decía a sí misma, en sus diarios, que tenía que hacerlo para poner más orden a su vida, pero se sentía paralizada: tenía miedo, miedo a sentirse vulnerable y fracasar. Esperaba pacientemente la llegada del estado mental idóneo, que a menudo atisbaba delante de sus narices, y optaba, sin embargo, por seguir escribiendo poemas, algo que llevaba haciendo desde niña y que le resultaba mucho mas orgánico. Había logrado escribir, tiempo atrás, algún que otro relato, pero tampoco muchos. El deseo de escribir prosa y, en concreto, libros infantiles era tal que pensó durante una época en ello como una posible salvación. Conjeturaba que la labor de escribir dichos libros le aportaría horas de divertimento.

La producción infantil habida y la que no llegó a ser

Para el mes de marzo de 1959, el primer libro infantil de Plath, El libro de las camas, llevaba en su cabeza desde hacía cuestión de un año, pero este no había logrado salir de ella. Tendría que esperar hasta una mañana de ese mes para dar a luz al pequeño, cuyo público primero no era otro que sus futuros hijos. Lo escribiría, durante esa mañana de trabajo, prácticamente entero, a excepción de un par de poemas que ya tenía escritos y algún que otro verso que andaba dando vueltas en su cabeza. Ese mismo día, además, se lo mandó a la revista Atlantic Press, con ciega esperanza de que, si eran tan tontos de no querer publicarlo, rápidamente se lo quitarían de las manos. Sylvia solo había necesitado el empujón que le había dado la carta de una editora que decía no poder sacarse la idea del libro de la cabeza. Con el parto del libro solo quedaba un reconfortante sentimiento de liberación, añadido a esa fe en lo que había logrado concebir.

Mientras Sylvia esperaba un sí o un no por parte de Alantic Press y se martirizaba con la probable posibilidad de ser estéril —lo único en el mundo que creía no poder afrontar—, T. S. Eliot elogiaba el primer libro infantil escrito por Ted, ¡Meet My Folks!, que acabaría siendo publicado en 1961. Sylvia temía que estuvieran escribiendo libros para unos hijos que no llegarían a tener, pero no fue así: al año siguiente nació Frieda y dos años después de ella, Nicholas.

Para septiembre, Plath ya tenía escrito otro libro infantil, Max Nix, pero para noviembre de ese año Sylvia estaba convencida de que el libro infantil que verdaderamente era bueno era el de Ted y no su Libro de las camas, carente a su parecer de «interés humano, […] interés para los niños… [y de] trama» o Max Nix, el cual al poco de escribirlo ya le resultaba «vulgar».

Pese a su férrea convicción inicial, Sylvia nunca llegó a ver publicado El libro de las camas (ni ninguno de sus otros libros infantiles): la editorial Faber lo publicaría póstumamente en 1976 ilustrado por Quentin Blake. Ted, sin embargo, acabaría escribiendo más de una quincena de libros infantiles, de los cuales solo el primero se publicaría antes de la muerte de Sylvia. Tantos quizá como Sylvia podría haber llegado a escribir. Pero nos dejó solo tres, ahora recogidos en inglés en un mismo título: The It Doesn't Matter Suit and Other stories. A España llegaron tan solo dos de ellos: El libro de las camas —publicado en la actualidad por Libros del Zorro Rojo–Infantil— y El paquete sorpresa —aunque ahora descatalogado, se publicó en la Serie Azul de El Barco de Vapor de SM—, que fue cómo se acabó titulando Max Nix. Mrs. Cherry’s Kitchen es el que nunca se llegó a publicar en España.

La campana de cristal, ¿una novela juvenil?

La campana de cristal es una novela en la que una joven universitaria de diecinueve años, que quiere ser escritora, tiene la oportunidad de viajar a Nueva York para una pequeña etapa de prácticas en una prestigiosa revista. La protagonista pasará de esa glamurosa vida neoyorquina a ser internada en un centro psiquiátrico a su regreso. Un viaje por la depresión que sufre hacia un final optimista de recuperación y esperanza, que palidece si tenemos en cuenta lo que ocurre un mes después de la publicación de la novela.

Sylvia no consideraba La campana de cristal, su ficción autobiográfica, un trabajo serio. Se refería a ella como un pot-boiler, una obra escrita pensando en lo que es popular en el momento con vistas a que sea exitosa, y la suya, al principio, ni siquiera lo fue. Plath pudo escribirla en gran parte gracias a que había ganado una beca por la cual se comprometía a escribir prosa y enviarla en cuatro partes al año siguiente. Escribió el primer borrador de la novela en aproximadamente setenta días, pero Harper & Row, la editorial vinculada con la beca, la rechazó argumentando que era «decepcionante, pueril y sobrexcitada».

El 14 de enero de 1963, sin embargo, en acuerdo con la autora, la editorial Heinemann publica, únicamente en Reino Unido, La campana de cristal bajo el pseudónimo de Victoria Lucas.

El 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath se suicida en el apartamento de Londres (en el que había vivido con anterioridad el poeta irlandés W. B. Yeats).

Allí vivió sus últimos meses sola junto a sus dos hijos, Frieda y Nicholas, tras volver del campo, adonde se había retirado junto a Ted, de quien acabó divorciándose en octubre del año anterior. El suicidio es sumamente conocido, atendiendo, incluso en ese momento de infinita desesperación, a lo que se esperaba de ella como madre: se aseguró de que sus hijos no inhalaran el gas que acabaría con su vida y les dejó el desayuno preparado en la habitación para cuando despertasen y ella ya no estuviese allí.

Póstumo

Sylvia Plath se quita la vida ese día de febrero, pero su gran obra espera paciente encima de una mesa a ser revisada y publicada: Ariel, su segundo poemario, se publica en 1965. Aun así, habrán de pasar años hasta que la obra acabe llegando como Plath la concibió, puesto que Ted Hughes se encarga de alterarla, cambiando el orden de los poemas y haciendo una selección de los que sí deben estar y los que no. Son estos poemas, recopilados (por Ted) junto con otros anteriores, en The Collected Poems, los que hicieron que Plath recibiese póstumamente el Premio Pulitzer de poesía en 1982.

También es Hughes quien, en contra de la voluntad de Aurelia, hace que La campana de cristal sea publicada en Estados Unidos antes de lo previsto (en 1971). Plath pretendía que esta no viese la luz allí hasta que su madre hubiese muerto. Inmediatamente, la obra se convierte en un éxito, hasta alcanzar un par de décadas después el título de clásico moderno. Pese a que sea Hughes quien consigue que se consagre la obra de Sylvia, no olvidemos que es él también quien destruye sus últimos diarios, alegando querer proteger a sus hijos, y quien prohíbe durante mucho tiempo a Aurelia publicar la correspondencia que esta mantuvo durante toda su vida con su hija Sylvia.

Ahora, años después de la muerte de Ted, en 1998, y de Aurelia, en 1994, todo el material escrito por Sylvia está a nuestra disposición, a excepción de los diarios destruidos y de una segunda novela que estaba escribiendo «sobre» su relación con el padre de sus hijos, que nunca llegó a aparecer. Sylvia (o Sivvy, tal y como firmaba las cartas a su madre) es ahora, al fin, mas nuestra que nunca.