¡Atención! Esta reseña contiene spoilers de los libros anteriores.

Vasili Petróvich se ha esfumado como un espejismo. El joven audaz que se había ganado la confianza del gran príncipe nunca fue un chico, sino la hermana pequeña del monje guerrero, y Kaschei el inmortal, con su yegua de fuego, se encargó de que todo Moscú viese su larga cabellera. Pero este fue solo el primero de una serie de sucesos que sumirían a Moscú en el caos: por la noche, los tártaros se rebelaron contra el príncipe Dmitri; a su vez, Olga daba a luz a un bebé muerto, el padre Konstantín intentaba asesinar a la pequeña Maria y Morozko apagaba con nieve un fuego que Vasia había provocado.

Sí, Vasili ya no está, y lo que ha dejado en su lugar solo se puede definir con una palabra: «bruja». Así es como llaman a las mujeres que no encajan en el rígido tapiz de la Rus, y Vasia, la joven capaz de hablar con los caballos, la novia del príncipe del invierno, la chica salvaje, es inexplicable. «Bruja» es la palabra grabada a fuego tras los párpados del padre Konstantín, cuya rabia, esta vez, contiene el poder para encender una hoguera donde quemar al objeto de sus sueños y sus pesadillas.

En la tercera y última parte de la trilogía inaugurada por El oso y el ruiseñor, nuestra intrépida e inteligente Vasia se enfrenta por primera vez a un miedo paralizante. Un suceso que cambiará su vida hace temblar sus convicciones y le abre las puertas a la verdadera magia, aquella que te permite manipular la realidad a voluntad, pero que puede conducir a quien la practica a la locura.

Si La chica en la torre relata un viaje a través de la Rus, El invierno de la bruja es un viaje a través de la Medianoche. En esta novela, Arden nos muestra las raíces del mundo mágico, con personajes míticos como Baba Yaga y Polunochnitsa, y algunos que se han mencionado antes en la historia, como Tamara. Mientras en la superficie Dmitri y Sasha se preparan para una guerra contra los tártaros, Vasia forma alianzas inesperadas en la Medianoche para salvar a su país de la destrucción.

Una vez más, Katherine Arden combina una trama trepidante con elementos de la mitología rusa que fascinan al lector por su belleza y peculiaridad. La acción nunca cesa y mantiene el ritmo que se estableció desde el primer tomo, aunque en esta tercera parte ciertos sucesos puedan resultar repetitivos. Como es habitual, el singular romance entre Vasia y Morozko está presente, pero nunca roba protagonismo a la aventura, las batallas y las relaciones familiares.

En definitiva, El invierno de la bruja es un buen final para una trilogía que recuerda a los cuentos populares por su prosa y por la imagen de un pasado histórico en el que la magia siempre estuvo presente, aunque solo fue visible para unos pocos.