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Entrevista a...

Alfredo Gómez Cerdá

El Templo #43 (diciembre 2014)
Por Nerea Marco
5.590 lecturas

«No podemos escribir de espaldas a la realidad de los jóvenes de hoy en día, no podemos ofrecerles una visión edulcorada y falsa de la realidad».

Alfredo Gómez Cerdá es uno de los grandes autores de literatura infantil y juvenil de nuestro país. Puede que conozcas alguno de sus libros más leídos como Pupila de Águila o Noche de alacranes. Ha sido premiado con alguno de los galardones más prestigiosos de nuestro país, incluido el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por la novela Barro de Medellín. En 2008 le entrevistamos por primera vez y este diciembre te traemos una reentrevista con el autor, en la que le preguntamos por los libros que ha publicado estos últimos años.

La mayoría de los libros publicados en colecciones juveniles son novelas. ¡¿Y para qué sirve un libro?! es a la vez un ensayo sobre la lectura y un libro de relatos. ¿Cómo se te ocurrió la idea? ¿Por qué te animaste a escoger este formato?

No veo el ensayo. Es un libro de relatos, es ficción, es un juego literario en torno a un objeto de papel lleno de letras, encuadernado, con tapas, llamado libro. El título puede llevarnos a pensar que se trata de un ensayo sobre la lectura, pero no es así. Todo empezó hace años con un relato que me pidieron para una revista. Escribí entonces la historia de un ciclista que en 1953 perdió el Tour de Francia por culpa de un libro. Aunque el relato estaba documentado en ese Tour y en él hablaba de etapas concretas y de ciclistas reales, la historia es pura ficción. Esta historia me llevó a reflexionar: si un libro puede servir para perder el Tour de Francia, ¿para qué otras cosas también podría servir? De esta manera fueron surgiendo las doce historias que conforman la obra, la mayor parte escritas en un tono burlón, irónico, con sentido del humor. Las fui escribiendo sin ninguna prisa, por eso puedo decir que tardé unos tres años en reunirlas. Nunca pensé que el libro entrase en una colección juvenil como Gran Angular; pero fue una editora, Elsa Aguiar, la que quiso leerlo y, desde el primer momento, lo consideró más que viable.

Mateo y el saco sin fondo es una dura crítica a la sociedad y, sobre todo, a aquellos que solo se interesan por las cosas que les pueden aportar un beneficio económico. ¿Qué te motivó a escribir esta historia?

Creo que parto de una reflexión muy elemental. Vivimos en una sociedad en la que constantemente se habla de los niños, y a todo el mundo se le llena la boca con frases grandilocuentes –“los niños son nuestro principal valor”, “los niños son el futuro”, “los niños son lo mejor que existe”, etc.– Sin embargo, vemos que esa misma sociedad, a la hora de la verdad, solo piensa en los niños como pequeños consumidores o seres humanos de segunda fila; los utiliza, los manipula, los explota, los engaña, los atonta. Esa es la historia que se cuenta en el libro. Mateo, acompañado de Sofía, decide finalmente escaparse del libro, de su libro, porque ese libro lo están escribiendo los demás a su costa.

Este año has publicado Pasos de marioneta, que se puede leer independientemente de El rostro de la sombra. Aunque no tienen personajes ni trama en común, las dos pertenecen a la serie Las redes del silencio. ¿Por qué se escogió ese título para la serie de novelas? ¿Podremos leer más libros de la serie en un futuro?

Toda novela, en el fondo, es una reflexión ética sobre algo y, al mismo tiempo, una reflexión estética. Lo que une a El rostro de la sombra con Pasos de marioneta es precisamente la reflexión ética, una mirada sobre nuestra sociedad, sobre el mundo que nos ha tocado vivir, sobre los valores –o falta de valores– de las personas. Pero que nadie busque segundas partes o continuación. Después de pensarlo mucho llegué a Las redes del silencio, como título de la serie; el silencio que suele convertirse en cómplice, en refugio, en coartada… El silencio como vía de escape, como salvación; pero al mismo tiempo el silencio como vergüenza, como hipocresía. Es muy fácil caer en las redes del silencio, sobre todo cuando no se quiere afrontar la verdad de unos hechos.

Hay una tercera novela, ya escrita, que se publicará en 2015, Los fantasmas del paraíso. La idea de la serie no era una trilogía, por lo que podría continuar; pero por ahora necesito un respiro y pensar en otras cosas. Más adelante, ya veremos.

 

Muchas de tus novelas tienen un componente de realismo social, de compromiso con la realidad y con la actualidad. ¿Deben los escritores estar comprometidos? ¿Es más fácil transmitirlo en la literatura juvenil que en la infantil?

El primer compromiso es con la propia literatura, es decir, por encima de todo vamos a tratar de esforzarnos para escribir lo mejor posible. Me duele descubrir libros en los que ni siquiera vemos ese esfuerzo literario. Después, cada uno tomará el camino que más le guste, aunque yo no concibo a un escritor sin un compromiso con la sociedad en la que vive.

Como Luis Buñuel, prefiero la imaginación a la fantasía. En algunos de mis libros –El beso de una fiera, Menguante, La puerta falsa– juego con elementos fantásticos, lo que ocurre es que esa fantasía nos acaba remitiendo a la realidad. Lo que de verdad me impulsa a escribir es el ser humano en toda su complejidad. Ese es el gran territorio de la literatura. El ser humano inmerso en la sociedad que él mismo ha creado. No me identifico con la idea de realismo social, que siempre vinculamos a una época y a una forma de escribir; pero sí que intento indagar en la realidad que vivimos. El hombre y el tiempo que le ha tocado vivir, ese es el gran tema.

En la literatura infantil también puede existir esa mirada crítica, ese compromiso, como dice la pregunta, hay muchos ejemplos. Es muy interesante ver cómo la literatura infantil a veces hace una dura crítica social a partir de elementos tremendamente mágicos, o fantásticos.

Llevas muchos años en la literatura juvenil española. ¿Alguna vez te han censurado algún libro o existen temas tabú en las editoriales? ¿Ha cambiado esa actitud con el paso del tiempo?

Pues no sé si habré tenido suerte, pero nunca me han censurado. Y ahí están Anoche hablé con la Luna, o Las siete muertes del Gato, por ejemplo. Es verdad que hace unos cuantos años me dijo una editora que una novela mía había sido vetada para ganar el premio al que se había presentado por una escena de sexo que contenía. La novela se publicó después en otra editorial sin ningún problema. Pero es cierto que los escritores tenemos la sensación de que hay un retroceso en los últimos años y de que la censura es mayor. Desde luego, sería paradójico y un gran error. No podemos escribir de espaldas a la realidad de los jóvenes de hoy en día, no podemos ofrecerles una visión edulcorada y falsa de la realidad. Un problema grave sería que los jóvenes cada vez se sintiesen más alejados de la visión que de ellos da la literatura.

Sois muchos los escritores que aceptáis cuando os proponen colaborar en un libro colectivo. En los últimos años, dos relatos tuyos han aparecido en los libros El viaje del polizón y Cuentos a la orilla del sueño. ¿Qué suponen proyectos como estos para ti?

Siempre me ha gustado colaborar con otros escritores en obras colectivas, aunque no todas las obras colectivas son iguales. En algunas se parte de un tema común al que los autores deberán ceñirse, es el caso de 21 relatos contra el acoso; el libro tiene mayor coherencia y unidad, aunque se corre el riesgo de que pueda resultar reiterativo. En otras, simplemente se acumulan los relatos –los autores solo se han puesto de acuerdo por lo general en la extensión de los mismos–, cada historia sigue su propio camino y el libro puede parecer una especie de muestrario, lo cual no tiene por qué ser negativo.

La mejor experiencia en obra colectiva acabo de tenerla recientemente. Diez escritores hemos partido de un espacio imaginario, previamente fijado y definido, en torno al cual hemos ido creando historias, que posteriormente tratamos de enlazar entre sí en mayor o menor medida. Pretendíamos que todas las historias respirasen la misma atmósfera y estuviesen sacudidas por las olas del mismo mar. El libro, recientemente terminado, aun está inédito.

 

También has participado en otro proyecto muy interesante: Allegro. Has escrito el texto del libro, que edita Mr Garamond, ilustrado por Juan Ramón Alonso y con música de Carla Navarro. ¿Cómo es el proceso de colaboración con un ilustrador y una musicoterapeuta? ¿Puedes explicar a nuestros lectores a qué se dedican los beneficios de las ventas de este libro?

Mr Garamond, que no es una editorial al uso, quería hacer un libro especial, con posibilidades para desarrollar una aplicación posterior. Yo escribí una historia insólita de Papá Noel. Un Papá Noel fuera de temporada, de vacaciones en la playa, con bermudas y gafas de sol. Después intervino Juan Ramón Alonso y se creó una premaqueta, a la que ajustamos texto e ilustraciones. El cuento era muy musical, con alusiones musicales directas. Fue entonces cuando se pensó en introducir música y cuando se incorporó Carla Navarro, violonchelista y una de las mejores musicoterapeutas de España.

Los beneficios del libro pensaban donarse a una buena causa y Carla nos propuso la asociación Porque Viven, que se dedica a la atención de niños en cuidados paliativos. Todo vino rodado y las piezas parecían encajar solas. La idea era perfecta. Daba la sensación de que habíamos hecho aquel libro a propósito para aquellos niños –cosa que no era así–. Como anécdota, contaré que a una de las presentaciones que hicimos acudió una niña muy enferma de las que atiende la fundación Porque Viven –ya no puede ni hablar, pero no ha dejado de sonreír– y todos nos quedamos con la boca abierta al comprobar que era igual que la niña que había dibujado Juan Ramón Alonso. Para todos los que hemos participado se ha convertido en un libro mágico.

Muchas de tus novelas han sido traducidas a diferentes idiomas. Gracias a ello has visitado muchos países y ferias del libro en el extranjero. ¿Cómo se recibe la literatura juvenil española fuera de nuestras fronteras?

De entrada, con curiosidad e interés. Depende, por supuesto, de los lugares. Me sorprendió mucho la acogida que tuve en Damasco (por supuesto, antes de la terrible guerra actual). También se nota ese interés en otros países musulmanes, como Irán. Ellos perciben, o tratan de percibir, los lazos ocultos que en alguna ocasión nos unieron. En Japón hay una buena presencia de la LIJ y creo que deberíamos rendir un homenaje en España a una mujer que ha hecho mucho por ella, Kazumi Uno, traductora de muchos libros y firme impulsora de la misma. En Europa les gustan los libros que indagan en nuestra historia reciente y se sorprenden de que la LIJ española no aborde temas más conflictivos y polémicos; a veces tienen la percepción de cierta ñoñería y de una tendencia a la evasión. En Estados Unidos y Canadá está pesando en exceso lo políticamente correcto, que se ha convertido en una censura inquisitorial. Acabo de realizar una video conferencia con profesores americanos de español, de la universidad de Georgia, y me han reconocido que en Estados Unidos no se hubiese publicado Barro de Medellín en una colección infantil; su interés consistía en saber cómo los niños españoles recibían la obra. Latino América para mí es el futuro. Allí nos siguen mirando con expectación y siempre nos reciben con generosidad; esperan recibir algo de nosotros y no se dan cuenta de que siempre nos dan más.

Desde que te entrevistamos en octubre de 2008, uno de tus libros te ha dado muchas alegrías en forma de premios. Has recibido el Premio Ala Delta, la inclusión en la lista de los White Raven, en la Lista de Honor de la CCEI y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por el libro Barro de Medellín. ¿Esperabas tener tanto reconocimiento con esta novela?

De un libro nuevo lo esperas todo y no esperas nada. Cualquier cosa grata que le suceda siempre será una sorpresa. Tantos reconocimientos me sorprendieron, por supuesto. Pero nunca me han afectado demasiado los premios. Nada cambia, nada debe cambiar porque te den un premio. Cuando gané el Nacional, en varias entrevistas me hicieron una pregunta, que siempre consideré absurda y tonta: “Has ganado el Premio Nacional, ¿y ahora qué vas a hacer, cuál es tu meta?” La pregunta partía de un error garrafal: mi meta nunca fue ganar el Nacional, ni ningún otro premio. Puedo asegurar que mi vida no ha cambiado y que sigo haciendo lo que más me gusta: escribir. A eso es a lo único que aspiro. Los premios son un motivo de alegría y un empujón para trabajar con más ahínco. Personalmente, me alegré de que fuera con Barro de Medellín, un libro con el aliento de América a su espalda.

 

No solo participas en encuentros con alumnos y lectores, sino que hemos leído que también asistes a congresos de literatura y participas en cursos de formación continua con profesores y especialistas. ¿Ha cambiado la manera de percibir la literatura juvenil en las aulas? ¿Siguen siendo los colegios e institutos los principales canales de fomento a la lectura?

Congresos, cursos de formación de profesores… ¡uf! Huyo de ellos. No suelo participar en ninguno, aunque reconozco que en contadas ocasiones lo he hecho. Un escritor, “así tomado de uno en uno” (como diría el poeta) puede resultar interesante; pero un congreso lleno de escritores puede ser la cosa más insoportable del mundo. Sobre todo, me gusta el contacto directo con los lectores, eso sí. Mi experiencia siempre ha sido muy positiva y enriquecedora. Los colegios e institutos siguen fomentando la lectura. A las bibliotecas, que son otro motor importante, les han puesto la soga en el cuello y apenas pueden sobrevivir.

Pero no me canso de repetir que los centros de enseñanza pueden convertirse en una lacra para la LIJ, sobre todo si caemos en la trampa de escribir libros con una finalidad pedagógica. Un libro le puede resultar útil de muchas maneras a un profesor; pero lo que está lastrando la LIJ es escribir a la medida de las necesidades del colegio/instituto, o amoldar una obra a los planes de estudio vigentes, o a una escala de valores determinada. Si convertimos el libro de literatura en libro de texto, malo. Y en eso andan muchos. Deberían ser los propios profesores los que rechazasen los libros escritos solo para hacerles cosquillas, o los que carecen de la más mínima intención literaria, o los sencillamente malos.

Hace seis años, cuando te entrevistamos por primera vez, quizás Internet no era tan relevante en la LIJ como lo es ahora. Como escritor, ¿cuál crees que puede ser el papel de Internet y las nuevas tecnologías en la difusión de la literatura infantil y juvenil? ¿Te relaciones con tus lectores a través de Internet?

Internet es una maravilla y debemos sentirnos afortunados por vivir en esta época y poder disfrutarlo. Es una inmensa ventana abierta de par en par al mundo. Es, al mismo tiempo, una forma increíble de comunicación y de intercambio. Pero también puede convertirse con facilidad en el mar de la confusión. Es imposible digerir tanto y el riesgo es que internet nos haga más superficiales. En los últimos años me he relacionado fundamentalmente con mis lectores a través de internet, y eso me ha permitido llegar a lugares muy lejanos.

Las nuevas tecnologías pueden y deben difundir la LIJ. Creo que nadie lo pondrá en duda. También es cierto que internet ha propiciado la aparición de un torrente –mejor, una catarata– de páginas web, o de blogs, que supuestamente desean difundir la LIJ, pero que cuando los analizamos un poco descubrimos que solo pretenden darse autobombo. Las nuevas tecnologías nos permiten pasar de las editoriales, es cierto; pero ¿dónde queda entonces la selección, la criba? Una editorial suele publicar solamente el cinco por ciento de los libros que examina. Se lanzan libros como pedradas y además se proclama a los cuatro vientos, con una seguridad que sonroja, que la obra en cuestión es la maravilla de las maravillas.

El fenómeno de las página webs y los blogs esta propiciando la aparición de personas que se hacen llamar escritoras, pero que carecen de experiencia, de talento y, sobre todo, de autocrítica. Evidentemente, también surgen grandes obras, pero yo reivindico la selección, la criba. Solo así podremos distinguir dónde se encuentra la excelencia literaria, de lo contrario los hierbajos acabarán cubriéndolo todo y no habrá forma de saber dónde crecen las flores.

Tu último libro publicado, este octubre, ha sido Dímelo con los ojos en la editorial SM. ¿Cómo surgió esta historia?

De un acercamiento personal –y casual– al mundo del autismo. Refuerza esa idea de que las personas con carencias, o sencillamente diferentes, son las que muchas veces nos muestran la verdadera dimensión e importancia de las cosas. Es una novela engañosa, con varios giros, que comienza por el último capítulo, en el que algo se ha cerrado y en el que se abre todo un mundo. Cuando el lector cree estar seguro de alguna cosa, la novela le lleva a otro lugar. Dos historias que en realidad son la misma historia y que hacen presagiar una tercera. Una joven atormentada por sus propios fantasmas. Una amistad a prueba de bombas. Unos ojos silenciosos que observan. Una gran decepción amorosa y, al mismo tiempo, una gran ilusión por la vida.

Para terminar con la entrevista, queríamos preguntarte por el artículo que publicaste en diciembre de 2009 en El País “Pásame otra gamba”: Cuando hablo de literatura infantil y juvenil (LIJ) siento en muchas ocasiones unas ganas enormes de repetir esa frase. ¡Pásame otra gamba! ¿Es la LIJ una literatura “de segunda”? ¡Pásame otra gamba! ¿Tiene menos calidad literaria que la “de adultos”? ¡Pásame otra gamba! ¿Hay muchos libros malos de LIJ? ¡Pásame otra gamba! ¿Se rebaja un escritor cuando escribe LIJ? ¡Pásame otra gamba! 

¿Has llegado a responder alguna vez “pásame otra gamba”?

Muchísimas. No os lo podéis ni imaginar. A pesar de todo, vamos mejorando.

Muchas gracias por dejarnos reentrevistarte, Alfredo.